El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

domingo, 25 de enero de 2015

Más allá de una fe rutinaria

Hace ya unas semanas. Tatabel -llamémosla así- quiso tener una amplia conversación. Éramos viejos conocidos, aunque hacía años que no nos encontrábamos. Me quedé reflexionando porque es un caso paradigmático de un amplio grupo que, años atrás, vivieron y practicaron el catolicismo. Luego se desengañaron. La fe que les llegaba a través de las homilías y los ritos no hallaba resonancia en su interior. Lamentaban unas misas aburridas, un lenguaje poco inteligible y rutinas al por mayor. Les molestaba la insistencia en los dogmas, así como la presencia casi obsesiva del pecado. Tatabel es un caso entre muchos, pero quizás ha desarrollado más conciencia del proceso realizado.  
Abandonó su fe tradicional, no sin dolor e incluso hasta con algún temor.  Pero una voz interior le gritaba que no podía seguir arrastrándose por caminos trillados y rutinarios que era lo que escuchaba en conferencias y sermones. Quería experimentar la fe, no simplemente vegetar en la fe.
Hoy en día, por momentos, habla con pasión acerca de la no dualidad, de que somos uno con el universo, de que en cierto modo nosotros  somos dioses, de que andamos como dormidos cuando vivimos de inercias y de rutinas. Es preciso, urgente, necesario abrir los ojos y despertar. Hay que alcanzar la plenitud.
Una mujer inquieta
Tatabel es tremendamente inquieta. Busca y busca. Los primeros contactos y las primeras charlas que escucha de personas  que sintonizan con las ideas mencionadas las encuentra maravillosas. Se deshace en elogios a su pensamiento y a la persona que lo transmite. Luego tiende a decepcionarse. Tal vez le descubre un ego escondido al charlista o razona que, tras una primera impresión, lo que dice tampoco es tan novedoso. Le hizo palpitar su discurso, pero ya no…. Y marcha a la búsqueda de otras ideas, de otros predicadores…. Piensa que quizás hallará un día lo que con tanto ardor desea.
No es que se haya apartado del todo de Jesucristo. Algunos de los conferenciantes que escucha son incluso curas. Bien es verdad que su lenguaje no sería del todo reconocible para los ortodoxos. Ella misma piensa que Jesús fue un personaje extraordinario. Pero eso de que fuera Dios, de que fundara una Iglesia y de que en el pedazo de pan levantado en la misa esté de modo particularmente intenso….
Yo compartía algunos puntos de vista con ella. No me siento a gusto con cristianos rutinarios cuya registro único se concreta en el “siempre se ha hecho así”.  No sintonizo con quienes echan mano de las plegarias rutinarias y mil veces repetidas. No me siento interpelado por las oraciones de petición que formulan una retahíla de buenos deseos. Para mí las peticiones son deseos que a uno le surgen del corazón y le llevan de la mano al compromiso. Lo que anhela visceralmente le sube hasta los labios y lo formula en petición convirtiéndolo en palabras sonoras. Pero se me antoja una caricatura pedir, por ejemplo, con una buena dosis de inercia y automatismo: “que los niños de África se pongan gordos y colorados…”
Creyentes con un horizonte muy reducido, que le temen a Dios mucho más de lo que le adoran, que se preocupan de bautizar a escondidas al sobrino porque su padre se niega y podría ir al infierno… Gente de escasísima creatividad cuyo motivo para no buscar ni cambiar es que “siempre se ha hecho así”. Personas sin compromiso, que arrastran los conocimientos aprendidos de pequeños sin jamás revisarlos…  
La fe vivida en grupos reducidos
Coincido con Tatabel en que todavía el cristianismo perderá más terreno, por más que nos pese. Y pienso que luego rebrotará en comunidades pequeñas, de relación cálida y amistosa. En grupos preocupados por encarnarse en todo cuanto hay de humano a su alrededor y por compartir con quienes tienen menos dinero y menos conocimientos. En un mundo de corazón duro, insensible y egoísta, los creyentes serán reconocidos por este proceder. Exactamente como los primeros cristianos. 
Estoy con mi amiga en cultivar una perdurable actitud de búsqueda. Pero no hasta el punto de que tenga vasos comunicantes con un consumismo de usar y tirar. Porque ir detrás de ideas y conferenciantes para desengañarse de ellos una y otra vez, mucho me recuerda al consumismo de las señoras que miran el escaparate, entran en la tienda y hacen mil preguntas a las dependientas. Ellas mismas saben el final: media vuelta para volver a la calle y repetir la acción en la tienda siguiente.   
Yo le digo a Tatabel que la plenitud  que persigue tiene muchos puntos de contacto con las experiencias de los místicos. Y que eso de la no dualidad no me convence. Estamos vinculados todos los seres del universo, pero de algún modo cada uno es cada uno y nosotros no somos otros. Si no existe dualidad en absoluto, entonces no tenemos a nadie enfrente. En consecuencia no podemos agradecer el don del cielo estrellado, ni protestar por un mal momento, ni arrodillarnos ante quien existe antes que nosotros, ante quien está por encima de nosotros. Andamos solos y sin rumbo vagando por nuestro planeta azul. Imposible el diálogo porque no existe el otro.  


Un tal vocabulario orientalizante, a veces universalista, otras intimista, sin duda tiene muchos puntos de vista válidos e interpelantes. Pero no es la palabra definitiva que busco ni la última que deseo escuchar. Ni, por supuesto, creo que tenga muchos puntos de contacto con el evangelio. Que, por cierto, se escribió en el interior de un grupo, por y para sus miembros. No para elucubrar desde extraños puntos de vista.
Tatabel: bueno y saludable será tratar de hacer la síntesis, de reflexionar en profundidad sin distraerse mirando en todas direcciones. ¿Por qué no volver a tus raíces cristianas purificadas y evangélicas a fin de que los predicadores no machaquen permanentemente con el dogma y el pecado? Por qué no caminar de la mano del Jesús libre de prejuicios y con el ardiente deseo de hacer el bien alrededor?

miércoles, 14 de enero de 2015

“Je suis Charlie”, pero con matices

El Estado islámico se abre paso en el próximo Oriente con bombas y metralletas. Siega cuellos y tortura a los adversarios. Las amenazas toman cuerpo inmediatamente en cuanto una viñeta reproduce el rostro de Mahoma o una frase eventualmente ataca el Corán o el Islam. Un tal proceder requiere de una valentía poco común a la hora de expresarse y emborronar una cuartilla con la temática islámica en el trasfondo. No sé yo si todos los que estos días llevaban una cartulina con la leyenda “je suis Charlie” se atreverían a dar el paso.

Las amenazas no son palabras hueras, están avaladas por una voluntad firme de venganza y por ningún escrúpulo frente a la violencia. Importa poco a los actores que reivindican el islam si pierden la vida en el transcurso de la represalia llevada a cabo con ademanes brutales y armas sofisticadas. 

De fondo está el conflicto centenario entre el islam y civilización occidental. Tiempos atrás quizás se confrontaban Islam y cristianismo, pero ya no hoy día. Estoy por la libertad de expresión y por todos los derechos que no se conviertan en lazos corredizos para el prójimo, que no acaben siendo insultos para el vecino. 

En el momento actual todo el ardor de la defensa se dirige hacia la libertad de expresión. Es normal y es lo políticamente correcto. Por lo demás, los lápices y los dibujos nunca lograrán competir con los fusiles y las balas. Hay que distinguir y mantener la distancia entre las ideas y los disparos. Jamás la reacción a un insulto o un desprecio puede provocar un balazo.

Distinguir para mejor entender

Una vez dicho esto, de puro sentido común, quisiera añadir unos matices a tales afirmaciones. El código penal de muchos países condena los escritos y los dibujos que pisan la raya del respeto a las creencias religiosas de los demás o las increencias de los ateos. La libertad de expresión es un gran logro, que aplaudo, pero me supongo que en alguna parte debe encontrar sus límites.

Sí, debe haber límites, no faltaría más. La libertad de expresión de ninguna manera tiene las puertas abiertas para la mentira, la calumnia o la incitación a la violencia. Eso está muy claro. Otras fronteras ya no son tan evidentes, pero creo que también deben mantenerse. El humor —tan saludable— en ocasiones puede herir la reputación de determinada persona o colectivo. Puede herir sus más íntimos sentimientos, lo cual no me parece nada delicado, ni que sea honroso para un ser humano. 

Me desagrada que se rían de aspectos de mi fe cristiana, cosa nada infrecuente, y que al parecer se hace precisamente para herir y ridiculizar. Repito, el mismo derecho reivindico para los ateos. Recuerdo que en una ocasión leí un artículo cuya tesis consistía en sostener que los ateos eran semejantes a los cerdos, pues ni unos ni otros tenían sentimientos religiosos ni creían más allá de lo que se ve y se toca. Expresiones de este cariz me disgustan profundamente. No existe el derecho a insultar ni a menospreciar. En cambio sí existe el contrario: a no ser insultado ni ridiculizado. 

Armonizar los derechos

Los derechos deben ser armonizados. Puede que haya unos derechos más importantes que otros, pero en principio se trata simplemente de derechos distintos. Todos apuntan a dignificar al ser humano. En el laberinto de los derechos cada uno debe gozar de su propio recorrido sin invadir ni pisotear los ajenos. El derecho a la información es muy respetable y existe en bien de la sociedad. ¿Cómo va a ir contra el derecho a la intimidad o al de la vida? ¿Cómo va a ir en contra del derecho a la democracia que es un derecho de todos los miembros de la misma sociedad?

Cualquier planteamiento que concluya con la muerte de un derecho es absurdo. En la vida de cada día los derechos tienen su propio ámbito, en el cual acaban complementándose. La armonía es la clave, la argamasa que debe pulir las aristas de los diversos derechos y limar sus asperezas. Al hablar de un derecho humano resultará muy saludable no perder de vista el conjunto de todos ellos. Claro que debe coordinarse y ensamblarse el derecho a la vida con el de la información, con el de la intimidad y el de la propia imagen. Triste destino esperaría a la humanidad si así no fuese. 

Ningún derecho tiene el privilegio de devorar a sus prójimos. Ningún derecho prevalece hasta eliminar el contrario. Ningún derecho humano, al chocar con sus semejantes, debe concluir en una derogación práctica. Muy al contrario, cada uno de ellos está llamado a vivir, convivir, coexistir y cohabitar. El ser humano es la percha de donde cuelgan todos ellos. La persona es su titular. De ahí que no puedan contradecirse, ni oponerse, ni destruirse recíprocamente.