El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

martes, 30 de diciembre de 2014

Vampiros de la comunicación


Determinados episodios que uno ha vivido o diálogos que ha mantenido en el pasado permanecen grabados en la memoria. 
Uno intuye que en ellos había un grado de maldad o piscopatía superior al que cabe hallar comúnmente. 
He aquí la reflexión que los susodichos encuentros me suscitan.



Circulan por ahí vampiros emocionales que usan la palabra para encarnizarse con sus víctimas. En apariencia mantienen un diálogo, en la realidad tratan de utilizar al otro en beneficio propio. Y si padecen algún grado de neurosis no dudan, por añadidura, en aplastar al interlocutor. La comunicación de los tales merece el adjetivo de perversa por cuanto no es sino un medio para atenazar al prójimo y mantenerlo en un mar de dudas y confusiones. 

Los individuos en cuestión esquivan la respuesta cuando se les pregunta directamente. Lo hacen con ademán de superioridad. Pretenden así ofrecer una imagen de alta sabiduría. Cuando se expresan nada dicen en firme, pero mencionan datos inconcretos con el fin de desestabilizar al interlocutor. Lo insinúan todo, aunque sin especificar nada. 

En estas circunstancias el interlocutor trata de comprender lo que sucede, de qué habla el individuo o quizás de qué se queja. Como el vampiro sigue sin concretar, teme la víctima que se le pueda imputar cualquier yerro pasado o presente, incluso de alguno cuya existencia desconoce. 

No existe propiamente diálogo entre víctima y verdugo. Al primero se le disparan todas las alarmas mentales y su inquietud va subiendo grados. Tiene la sensación de que no es escuchado, en realidad no sabe qué decir, pues que ignora la acusación. Al verdugo no le interesa lo que diga, le hace sentir inútil, inexistente. Mientras tanto habla de modo que sólo cabe hilvanar hipótesis de sus expresiones. Todo se desarrolla en terreno ambiguo y pantanoso.

Deforma el lenguaje

El comunicador perverso adopta un tono de frialdad e indiferencia, ajeno a la menor resonancia afectiva. Es una de las estrategias que usa para provocar inquietud y temor. El agredido se turba porque siente cercano el aliento del vampiro emocional. El cual no levanta la voz, prefiere recurrir a estrategias más sofisticadas para desestabilizar al otro. 

Aduce el depredador que no se siente respetado cuando la realidad es exactamente la contraria. De todos modos no suele hablar mucho, de modo que el otro sienta la necesidad de preguntar una y otra vez. El vampiro responderá con frecuencia: “yo nunca he dicho eso”. Y es verdad, pero lo ha insinuado, sugerido y apuntado. 

El comunicador malévolo es muy capaz de mantener varias líneas de argumentación contradictorias para desconcertar a quien le escucha. O utilizar un lenguaje de carácter técnico y abstracto con el fin de desorientar a su víctima. También es propenso a utilizar frases inacabadas. Con todo lo cual trata de reforzar un perfil que irradie autoridad y sabiduría mientras le demuestra al otro que no está a la altura. 

Al agresor le interesa más el proceso, el cómo, que la finalidad del diálogo. Le importa más la estrategia de la comunicación que no la verdad de su contenido. De este modo evita la confrontación directa mientras molesta, desorienta y confunde al otro. Trata de adivinar las intenciones de quien tiene en frente, le da a entender que conoce sus interioridades mejor que él mismo. 

El verdugo no miente descaradamente, aunque todo su actuar acaba siendo una gran mentira. Utiliza los silencios y las insinuaciones, recurre a las trampas saduceas y a los puntos suspensivos. Todo en beneficio propio y con la voluntad de aplastar psicológicamente al interlocutor. Es ducho en el afirmar sin decir. Saca a relucir una afilada memoria para poner sobre el tapete algún suceso anterior en el que la víctima ha estado involucrada. Con lo cual pretende echarle en cara su incoherencia o su mentira. 

Sarcástico y descalificador

La utilización de la burla, el desprecio, el sarcasmo o la descalificación, surgen de la envida, de la maldad o simplemente de la psicopatía. A través de la descalificación, el psicópata trata de anular al otro y transmitirle que no sirve para nada. “Ya lo he borrado, le he hecho una cruz, para mí no existe”. También recurre con frecuencia al uso de la paradoja con el objeto de desquiciar a su víctima. Si lo cree oportuno no tiene inconveniente en cortar la conversación de forma abrupta dejando al otro con numerosos y agobiantes interrogantes sobre sus hombros. 

Ya que no es capaz de ejercer la autoridad de modo limpio y dando la cara, el tipo de persona que nos ocupa recurre a la palabra torticera o al lenguaje corporal insinuante. Deja entrever que posee la verdad y que su status moral es superior al de los demás. No admite el desacuerdo ni la opinión contraria. Y el disidente se sentirá impulsado a desaparecer de la circulación.

La comunicación es un medio utilizado por el individuo perverso y depredador —el vampiro emocional— para desestabilizar a la víctima., Objetivo: condenarla a la sumisión o borrarla del mapa. Como la araña que envenena a la víctima enganchada a su red. Se trata de un personaje mezquino, que prefiere las sombras a la luz, que posiblemente padece de alguna psicopatía. Personaje tóxico al que hay que respetar como enfermo, pero sin acercarse demasiado para no caer en su envolvente telaraña.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Protagonistas de la Navidad

El calendario pronto indicará con trazos rojos la fecha esperada. Es el momento de evocar a los protagonistas de la navidad y formularles un intenso ruego: que el abrazo navideño no dure sólo el lapso de tiempo que le asigna la agenda. Que las caras afables y distendidas se prolonguen mucho más allá de las veladas de esta época, quizás arropadas por los vapores del alcohol. 


Los ángeles cantores

Protagonistas son los ángeles cantores. A ellos, fabricados de elementos frágiles y translúcidos, o de carnes sonrosadas y regordetas —según el menú de la propia fantasía— les va a costar trabajo convencer a un puñado de hombres para que se pongan en camino hacia la cueva. Unos les confundirán con un sueño infantil y se darán la vuelta para prolongar momentos dulces entre las sábanas. Otros pensarán que a horas de la noche sería un disparate abandonar la casa con los peligros que acechan fuera. La misma vivienda quedaría a voluntad de cualquier malhechor de la madrugada.

Probablemente no convencerán a más de media docena de personas. Los especuladores tienen asuntos más importantes entre manos. Los desengañados ya están hartos de promesas. A los intrigantes les falta tiempo para maquinar sus propósitos.


María, la Madre

Tras mirar al cielo volvemos los ojos a la tierra. A la tierra, aunque la muchacha irradie un aura que se diría celestial. Ella es María, la silenciosa engendradora del Dios encarnado. Sufre al constatar la represión del Hombre nuevo que no logra nacer. Sí, el niño que cada uno lleva en su interior no se atreve a salir. Teme que le tachen de ingenuo e incluso que algunos individuos de duro corazón le vapuleen. 

María, la nazarena, nos enseña a no reservarse cuando llega el momento de darse. A no levantar la guardia cuando es necesario distenderse, a decir que sí confiadamente. O acabaremos conformando un mundo en el que los seres humanos vivirán temerosos y cruzarán las calles aderezados con escudos y armaduras. Un mundo en que confundiremos las sombras de los árboles con maleantes y se nos antojarán salteadores quienes nos tiendan la mano para el saludo. 

El discreto José

Junto a María, José. El hombre honrado a quien le tocó en suerte proteger el buen nombre de su esposa y ofrecerle las escasas comodidades que estuvieran al alcance. José deberá velar horas extras para sostener nuestra convivencia que se derrumba a marchas forzadas. Para sensibilizar el corazón de quien alardea de amanecer entre vahos de alcohol y músicas distorsionadas. Pues al son de palabras soeces y ritmos frenéticos no hay niño que atreva a asomar la cabeza del seno en que descansa.

El justo y discreto José comprenderá los malos modos que se adueñan de muchos ambientes. Y es que, tras vivir un día irritados entre filas y agresiones de todo tipo, padeciendo el desdén de los funcionarios de cualquier oficina pública, se requiere volver a la casa para encontrar una dosis de paz. Pero sucede que uno suele tropezarse con la basura del vecino o permanece, de mal grado, en vela a causa de los ladridos del perro de enfrente. Si por azar se concibe un niño en estas circunstancias, difícilmente será hijo del amor. 

José comprende tales situaciones, pues experimentó de cerca el menosprecio de sus contemporáneos y la dureza de que un niño venga al mundo entre telarañas y pajas malolientes. Por cierto, unas telarañas que en nada se parecían a las lucecitas de colores cuya metamorfosis fue un largo proceso en el transcurrir de los siglos.

Jesús, el protagonista ignorado

Queda para el final el imprescindible protagonista de la navidad. ¿Será un mal síntoma que asome la nariz precisamente el último de todos? Puede que sí, porque no raramente Jesús pasa desapercibido el día de navidad. Sucede cuando los protagonistas son los cohetes, los cantos, el lechón asado, los regalitos insulsos y el inefable arbolito de navidad. ¿Y el niño? Se las han apañado para celebrar una navidad huérfana de niño. 

La navidad del año primero resultó incómoda, pero unos pastores de corazón risueño acudieron a la cueva. Unos ángeles transmitieron el mensaje: "gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad". Hubo quien lo escuchó. En la navidad primera la fugitiva luz de una estrella resplandeció en el horizonte. Y un par de pobres, José y María, acogieron encantados al niño entre pañales.
......................................

                         Un marco fantástico, la Sagrada Familia,                              para el más célebre villancico. 

         ¡¡Felices Navidades !!



miércoles, 10 de diciembre de 2014

La acogida del santuario

El 30 de octubre publiqué la introducción a una conferencia titulada “El Santuario, hogar de acogida y evangelización. La entrada del blog tenía como titulo “peregrinar, marchar, contemplar...” La charla tuvo lugar en un encuentro de encargados de santuarios de Mallorca. Justamente en Lluc, santuario en el que resido. Ahora es el turno de la parte dedicada a la acogida.

Conviene señalar que el santuario se debe diferenciar de la función que tiene la parroquia, a la que no debe suplir ni imitar. El santuario tiene un perfil y una realidad propia y en ello radica su mejor oferta. En principio debe ser un símbolo del Pueblo de Dios en marcha, un zumbido del misterio divino que atrae a los peregrinos. Misterio, naturaleza, fraternidad de los seres humanos, comunión con los antepasados, identificación con una misma cultura. Esto es lo que puede ofrecer y transmitir el santuario.


El ambiente del santuario es más abierto que el de la parroquia. Su atmósfera ayuda a sentir más cercano al compañero de camino y a diluir las diferencias de raza, religión e ideología. Todo el mundo tiene cabida. El extranjero, el emigrante, el refugiado, el enfermo, el visitante casual, todos son bienvenidos y participan de un mismo clima de hermandad. Pero favorecerá mucho este clima que el peregrino se sienta cómodo en el grupo y reconfortado como persona. Es decir, que se sienta acogido.

Importancia de la acogida

A menudo los peregrinos del santuario han permanecido durante largo tiempo ausentes de la Iglesia o incluso en franca hostilidad hacia ella. Por eso conviene que el santuario desempeñe la función de una puerta siempre abierta, brindando el contacto con Dios y facilitando el regreso a la comunidad. Un personal expresamente dedicado a la acogida —sacerdotes o laicos—, consagrado al peregrino, que quiere renovar su contacto con Dios y los hermanos, será muy oportuno.

Se manifiesta la acogida en detalles sencillos de tipo material y está claro que también en la disponibilidad a la escucha. Normalmente la circunstancia del peregrinar le hace más favorable a la confidencia. Sacerdotes y laicos deben acoger al personal de acuerdo a las tareas asumidas. Deben aprovechar el kairós, la ocasión. Conviene que la acogida tome en consideración el carácter propio de cada grupo, de cada persona, de sus expectativas y necesidades. Por lo tanto está fuera de lugar una acogida standard. Quien visita un santuario lo hace probablemente en circunstancias especiales: vive momentos de preocupación, incertidumbre, esperanza, sufrimiento, alegría, fracaso, agradecimiento... Otros buscan un sentido a la vida. Se preguntan el porqué de tantas cosas. A partir de aquí el diálogo se facilita.

Los encargados del santuario deben ser conscientes de la responsabilidad que supone la acogida. Conviene que dispongan de una preparación no sólo técnica, sino también espiritual. Igualmente saludable será que descubran en este servicio un medio de vivir y testimoniar la propia fe. Bien se puede afirmar que la espiritualidad del presbítero que dirige un santuario, y de los seglares que le ayudan, es la de la acogida.

Los pasajes evangélicos que procede recordar en este contexto son innumerables, pero citamos aquel tan conocido: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os haré descansar. Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues soy apacible y humilde de corazón y encontraréis descanso para el alma. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera "(Mt 11, 28-30). No olvidemos que Jesús se centraba en la persona a la hora de la acogida y era muy capaz de pasar por encima de la ley si entraba en conflicto con la acogida., como sucedió en el caso de la curación del leproso y del sábado. También los encargados del santuario deben tener presente que primero es la persona y luego ya se elucubrará sobre la raza, la religión y demás circunstancias.

La acogida supone una actividad interior personal y decidida. Implica ternura, amabilidad, consolación. Desea compartir. En cambio el mero hecho de recibir tiende a ser pasivo e incluso puede coexistir con una actitud a la defensiva o para cumplir el expediente. Se puede recibir a alguien sin acogerlo. Para acoger hay que abrirse al otro, reconocerle una valía y unos derechos. Lo cual nada tiene que ver con un comportamiento meloso y una sonrisa fuera de lugar. Por lo demás, sabemos que los santuarios son lugares de donde se regresa, no lugares de estancia permanente. Por lo tanto, nada de proselitismo, y menos crear dependencias. El peregrino sólo circunstancialmente pisa el santuario y en estas condiciones debe ser acogido.

Derivaciones de la acogida

La acogida requiere iniciativas pastorales especiales, pues no basta con sonreír y dar la mano. Iniciativas apropiadas a los destinatarios, que se correspondan con su mentalidad, lengua y situación particular.

Para empezar con lo más material y visible, la acogida exige cuidar cuanto tiene que ver con las instalaciones, por intrascendente que ello parezca. Vale la pena mantenerlas dignas y funcionales. Oportuno será tener a punto la cafetería, salas de estancia, baños, áreas verdes y de descanso. Es importante la limpieza. Tales detalles invitan inconscientemente los peregrinos a permanecer más tiempo en el santuario y a regresar posteriormente. 

También habrá que tener en cuenta una pedagogía pastoral que sea realista, aunque creativa y que sepa hacer la síntesis entre liturgia y piedad popular. Que valore la dimensión festiva de la fe y su lenguaje simbólico. Por supuesto que resultará útil ofrecer materiales litúrgicos y técnicos, audiovisuales que expliquen algo del santuario, del titular, sea la Virgen o algún santo. Y no se pueden dejar estas cosas sólo a la vertiente comercial para que las compre quien quiera o pueda. Debe haber algún pequeño detalle de gratuidad.

Por otro lado este ofrecimiento de materiales favorece una asamblea más participativa y comunitaria. En esta línea será útil pedir, a quien sea capaz de dar una opinión, como podría mejorar este aspecto. Resultará beneficioso en este sentido incorporar laicos para facilitar la acogida y la administración del santuario. Algunos serán sin duda capaces también de atender espiritualmente a los peregrinos.

Un aspecto que no debe olvidarse es el de planificar las diversas actividades que tienen lugar en el santuario, aunque sean pocas. Si se piden opiniones sobre el qué y el cómo de estas actividades probablemente el conjunto mejorará. Para conseguir este objetivo ayudará a que cada santuario, dentro de sus posibilidades, tenga un equipo de pastoral integrado por sacerdotes, religiosos o religiosas y laicos que actúen de acuerdo con el objetivo que asignado. Y ojalá quede enmarcado en la pastoral de la Diócesis, de la región o el país.