El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 30 de abril de 2014

Entre la cabeza y el corazón


Suele darse por descontado que el núcleo fundamental y decisivo que constituye al ser humano se halla en la cabeza. Es decir, en su facultad de pensar y razonar. Así ha sucedido a lo largo de la historia, aunque es cierto que en determinadas épocas el sentimiento, el instinto y la emoción le han echado un pulso a la mente y sus facultades pensantes. Los Vedas dicen lacónicamente: “el hombre es sus ideas. La acción sigue dócil al pensamiento como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey”.
Por su parte Descartes, el padre de la filosofía moderna, se permitía dudar metódicamente de todo, excepto de que era capaz de pensar. Dejó pergeñado su pensamiento en una frase que ha hecho fortuna: “pienso, luego existo”. Otro gran pensador contemporáneo del filósofo citado, Pascal, definió al hombre como una caña pensante. Aun cuando él otorgó fuerte protagonismo al corazón, a la afectividad.
¿Preciso es conocer antes que amar u odiar?
Se supone que los sentimientos y los resentimientos, los odios y los afectos implican un conocer previo. No cabe amar ni odiar aquello que se desconoce. El refranero lo dice con más gracia: “ojos que no ven corazón que no siente”. Y si traducimos a los originarios habitantes del Lacio la frase diría más o menos así: “nada deseo de lo que desconozco”.
En principio parece un argumento sin brecha eso de que se ama aquello de lo cual uno tiene alguna información. De donde se concluye que la cabeza precede al corazón y que la afectividad sigue sumisamente los pasos que le dicta la razón.
Sin embargo se da el caso de que principios muy tradicionales y aparentemente bien trabados de pronto ceden ante el peso de la curiosidad o la impertinencia intelectual. ¿Y si resultara que uno ama lo que ama porque antes ya siente una indefinida comezón que dirige sus ojos y su pensamiento hacia aquello que justamente desea?
No se trata de enredar al lector. Sucede que los puntos de vista posibles, así como los razonamientos susceptibles de ser modelados son ilimitados. Entonces se requiere concretar. Si nos atrae la vista un pájaro en la rama, no queda más remedio que desatender a otras ramas y otros pájaros. Cuando las pupilas enfocan hacia un punto determinado necesariamente dejan de observar el resto.
Sucede algo así como al elegir una profesión. De entre las muchas posibles no me queda más remedio que señalar una. Con lo cual le digo que no a otras muchas que solicitaban mi atención. Y cuando el vecino se casa, le dice que sí a una mujer mientras tácitamente les dice que no al resto. O así debieran ser las reglas del juego.
¿Los sentimientos antes que los pensamientos?
Ahora bien, ¿por qué enfoco hacia un punto mi pupila en lugar de girarla hacia su contrario? ¿Por qué elijo una profesión en lugar de otra? Sencillamente porque existe un mecanismo o resorte que se encarga de esta función. A este propósito dice Ortega que un pintor, un cazador y un labrador observan paisajes distintos no obstante se hallen en el mismo lugar. El panorama pictórico no lo ve el cazador, atento a los detalles que le interesan. Ni el labrador observa los eventuales lugares por donde se deslizará la liebre. Cada uno va a lo suyo.
¿Acaso no se trata de un mismo y único paisaje, bien objetivo y objetivable? Desde luego, pero una facultad previa a la razón y al entendimiento fuerza la vista hacia los intereses de cada uno. De manera que quizás no sea tan verdadero aquello de que el afecto sigue al pensamiento y resulte más bien que el pensamiento razona ya contaminado por lo que le sugiere el corazón.
Lo cierto es que andamos con dos brújulas para movernos por los senderos de este mundo. El corazón y la razón. Y suele escucharse con más atención lo que inspira el sentimiento que lo que dicta la razón.
Todo lo cual no lo digo por el mero gusto de discurrir o filosofar, sino que tiene derivaciones de extrema importancia. Es muy conveniente saber donde uno tiene aparcado su corazón. Tal vez así sepamos por qué algunos políticos muestran una especial sensibilidad por el orden público y no tienen inconveniente en echar mano de la macana en cuanto peligra la disciplina. Y, a la inversa, cómo es que otros son todo oídos para cuanto tiene que ver con la justicia social y el diálogo, mientras pasan por alto las condiciones previas que permiten impartir justicia.
La lección de los políticos vale para otros grupos y para las personas. Cada uno tiene su punto débil, su manía, sus lentes oportunamente coloreados. En la misma Iglesia, por poner un ejemplo, no se da la misma sensibilidad para todos los textos de la revelación. Unos prefieren acentuar el culto, los otros la fraternidad, un grupo se preocupa por una mayor justicia, el de más allá queda atrapado en la ley.
La conciencia de que el punto de mira personal no es único, ni privilegiado, ni centro de toda convergencia ayudaría a hablar con mayor modestia, evitaría arrogancias y manotazos. Pero antes conviene identificar cuál es el tic que me lleva a mirar siempre y sin dudarlo hacia el mismo punto del horizonte.  Por ahí empezará la solución al enigma de cada personalidad.

lunes, 21 de abril de 2014

Insultos interactivos


Como bien sabe el internauta, en el mundo de las web de última generación se ofrece la posibilidad de que el lector haga sus comentarios acerca de lo leído. Tales escritos pertenecen a un género literario que todavía no ha sido definido. Allá se dan cita los sabiondos, los que insultan soezmente, los que incurren en penosas faltas de ortografía, los que recurren a los atributos genitales para sostener el hilo de su argumentación.
No faltan, por supuesto, quienes exhiben una sublime ignorancia. Uno de ellos escribía sin ruborizarse que Blas Pascal era ateo. El otro que Jesús fue un extraterrestre. Y así sucesivamente.
Años atrás me causaban desazón los tacos oídos por radio o televisión, como también las palabrotas plasmadas en blanco y negro en revistas y periódicos. A fuerza de escucharlas y leerlas la furia se amansa y la indignación se diluye. Actualmente mis preocupaciones transitan por otros senderos.
¿Insultos agraciados?
Confesaré incluso que me produce una cierta gracia las descalificaciones, insultos, improperios, tacos, denuestos, vituperios y maldiciones que gotean algunas web digitales en cuanto empiezan a interactuar los lectores. Me imagino las muecas de quienes juntan letras inflamados en sus fobias, la rabia de los que embisten contra su adversario e incluso la agudeza procaz de algunos escribientes.
Afortunadamente quienes garabatean obscenidades desde el anonimato y escogen pseudónimos opacos no representan a la mayoría de los ciudadanos. Más aún, algunos de los tales ejercen como personas sonrientes, bien vestidas y educadas cuando actúan a cara descubierta. Se diría que el anonimato reviste a algunos con traje olor a azufre, les atornilla rabo y cuernos sin que lleguen a tomar conciencia de la metamorfosis.
Chabacanos, bastos, groseros, toscos, zafios, burdos, procaces, irreverentes… todos estos calificativos se me ocurren  mientras tomo nota de los sentimientos, ideas y emociones de los anónimos escribientes.   
Tras el período de indignación, me tomo a broma las líneas que aparecen en las webs interactivas. Sobre todo si tratan de fútbol y muy particularmente de la pugna entre Madrid y Barcelona. Uno se tropieza a cada paso con expresiones alusivas a los genitales, pero no recojo ninguna piedra para lanzarla contra los pseudónimos. En ocasiones hasta llego a admirar la imaginación desvergonzada y el insulto refinado a que puede llegar la pluma embravecida arremetiendo contra el adversario.
En familia no escuché tacos. Más crecidito sí que llegaron a mis oídos palabras groseras que procedían de fuera del hogar. Las asociaba a ambientes donde circulaba el alcohol con generosidad o donde el sexo plantaba su tienda. Ya adulto concluí que las palabrotas son, en buena parte, expresión de rebeldía. Hay un momento en la vida en que uno se siente impulsado a decir “no”, a transgredir las reglas, a buscar compinches lejos de la autoridad establecida. Entonces el humus está a punto para que brote el fruto.
Lo malo del asunto es que para algunos la evolución se estanca y a lo largo de los años sueltan tacos y palabrotas sin tregua ni descanso. Los tales resultan desagradables y odiosos de cara a la convivencia.  Peor sí lo que pretenden con su vocabulario es hacerse notar. Y no cambia mucho el asunto si su inconsciencia les impide deducir por ellos mismos que se salen del tiesto una y otra vez.  
Preocupa la ética y la estética
Quien estas líneas escribe anda bastante curado de espantos y no se escandaliza por escuchar tacos repugnantes. Mis lamentos van en otra dirección: quienes reniegan, descalifican e insultan de palabra o por escrito limitan de modo tajante el vocabulario. Empobrecen los términos de la comunicación.
Tampoco me preocupa en este punto la riqueza del idioma, sino que tomo en consideración otro punto de vista. La lengua sirve para comunicarse, pero también para convivir. La forma de hablar da cuerpo a la forma de sentir y, a la postre, de vivir. Las palabras salen de nuestra más profunda interioridad. El lenguaje no es algo que tangencialmente tiene que ver con cada uno, sino que se desprende de su esencia.  
El lenguaje hace las veces de canal que conduce a la superficie las aguas subterráneas del individuo. En las mencionadas webs que acogen comentarios digitales, escritos tal vez en un momento de pasión, rabia o rencor, afloran cada vez más vocablos groseros, vulgares y ofensivos. La vida queda reducida a los niveles más primarios e instintivos. La racionalidad parece esfumarse.
La esencia humana supera los niveles emotivos y sentimentales centrados en las emociones y sentimientos menos nobles. Claro que hay que contar con los instintos y las emociones. Bastantes sufrimientos ha ocasionado el intento de pretender eliminarlas. Pero cuando sólo aparecen en su formulación más siniestra y lóbrega, entonces mucho me temo que no avanzamos en dirección al horizonte de la cultura, de la belleza y la educación, sino más bien al contrario.   
Y no vayan a invocar la democracia o la libre expresión para otorgarse el derecho a ser maleducado. La democracia no debe convertirse en la línea que iguala a todos a partir de las actitudes y sentimientos más nauseabundos y repulsivos, sino que debiera aspirar a la igualdad a partir de una común educación, amabilidad y cultivo de la inteligencia.

Por supuesto que no abogo por construir una especie de aristocracia. Deseo simplemente una democracia que ayude a subir el nivel de la urbanidad y los buenos modales. Ello sería buena muestra de que no anda ausente del individuo la ética, ni la estética.

viernes, 11 de abril de 2014

Carta a José de Arimatea


Permíteme que te escriba unas líneas en estos días de pasión, aunque sólo te conozca de lejos y de oídas. Te llaman José de Arimatea. No eres protagonista de primera línea, pero te cruzaste con los pasos de Jesús de Nazaret y para siempre tu nombre nos resulta familiar a los que leemos los evangelios. Irradias un discreto encanto. Te imagino con la cabeza plateada, porte digno, recto en el obrar, combinando exquisitamente la valentía con la prudencia. 

Formabas parte del ilustre Consejo del Sanedrín, que se las tuvo con Jesús: le miraba con inquina, celos y sospechas. Personalmente tú no comulgabas con tales sentimientos. Bien al contrario, las palabras y gestos del Maestro te fascinaban. Tus ojos penetrantes veían en el fondo de su rostro toda la benevolencia, mansedumbre y ternura que tus colegas eran incapaces de percibir. 

La infamia de los crucificados

La infamia de los crucificados no acababa con su muerte en el madero. Luego eran mal enterrados entre sombras e ignominias. Gracias a ti no sucedió así con el Maestro. Cuenta Marcos que fuiste a pedir el cuerpo a Pilatos, el cual se sorprendió de tan corta agonía. Permitió que llevaras a cabo tu plan. Lo bajaste de la cruz, lo envolviste en una sábana recién comprada y lo depositaste en un sepulcro excavado en la roca. 

Mateo nos informa también de que el sepulcro era tuyo. Lucas añade que eras un varón bueno y justo, miembro del sanedrín. Juan dice, además, que Nicodemo estaba contigo y que compraste una gran cantidad de aromas para el entierro del cuerpo. Nos informa que eras discípulo de Jesús a escondidas. No deseabas que se aireara tu devoción por Él. No me parece bien tanto anonimato, aunque te comprendo, pues bien sabemos cómo las gastaban tus compinches del ilustre Colegio. 

Supiste que Jesús fue detenido de madrugada en el huerto de los Olivos. Se le juzgó enseguida, en estas horas poca dignas para tales menesteres. Es que los confabulados esperaban con afán y una buena dosis de odio a Jesús para hacer una parodia de juicio. Muy de mañana acudieron al Procurador romano, pues había que acabar con la vida del Maestro y a ellos no se les permitía sentenciar a muerte. Además, tenían que quedar bien frente al pueblo: Jesús, su enemigo, era un impostor que merecía ser castigado. Ellos llevaban razón.

Te enteraste de todo ello, José, la mañana del Viernes Santo. De seguro que empezaste a mover los hilos para liberar a Jesús. Pero llegaste tarde a causa de tantas precauciones. Tenías miedo, confiésalo abiertamente. El Sanedrín había amenazado con expulsar de la sinagoga a todo el que aceptase a Jesús como Mesías. 

Ahora la condena de Jesús era irreversible. Cuando los esbirros le conducían al monte Calvario se te ocurrió lo que a otros muchos pasó por alto. ¿Qué sucedería con su cuerpo? En este punto todavía estabas a tiempo de actuar. Tratarías de evitar la ignominia de que los restos de Jesús acabaran devorados por las fieras salvajes o fueran ominosamente desparramados en una fosa común. 

Pensar con rigor, actuar con valor

Recordaste el sepulcro de tu propiedad cavado en la roca viva. Fuiste a comprar la sábana y los ungüentos. Te revestirías luego de valentía para solicitar a Pilatos los despojos del Maestro. 

Acudiste, José, al Calvario con prisas. Con la ayuda de Nicodemo y el discípulo Juan desclavasteis el cuerpo del madero. Mientras su madre sollozaba, lo lavaste de la abundante sangre seca y de las heridas que tapizaban toda su piel. Lo ungiste con afecto y lo depositaste en el sepulcro. 

No es por halagarte, José, pero tú y tu colega Nicodemo superasteis el miedo y os comportasteis con valentía al hacer caso omiso del odio que respiraban los miembros del Sanedrín. Arriesgasteis el prestigio y hasta la vida. La ráfaga de odio que acabó con la existencia de Jesús bien podía arrastraros también a vosotros. Pero en los momentos difíciles se conocen los amigos. Cuando todos desparecen, la lealtad obliga a mantener el tipo y dar la cara. En esto sois dignos de admiración. 

La vida es complicada, tiene sus aristas, José. Quien espera acumular todas las certezas antes de tomar una decisión, muy probablemente nunca llevará manos a la obra. Por pretender ser demasiado prudente actuará con imprudencia. La perplejidad paraliza. Al socaire de la excusa de una mayor certeza hay quien trata de diluir su propia responsabilidad. Y así acaba uno siendo más imprudente que si hubiera actuado con menos certezas en el bolsillo. 

La verdadera prudencia toma en consideración el hecho de pensar con rigor, a la vez que actuar con valor. Reflexiona para no caer en la frivolidad, pero no desdeña la valentía, la cual no consiste en no tener miedo, sino en superarlo. No se debe dejar de actuar, pues, al fin y al cabo, quien nada lleva a cabo toma también una decisión: la de no actuar. Frente al cadáver de Jesús desapareció de tu mente cualquier cálculo humano.

No formas parte del santoral de la Iglesia católica, José. Todavía no existía la tal Iglesia por aquellos entonces. A pesar de todo, te dirijo mi plegaria confiada en esta semana. Escúchala y, a cambio, estimula la intrepidez de los creyentes. Que sean prudentes como serpientes y sencillos como palmas. Un atractivo programa.

martes, 1 de abril de 2014

Sobrepasado el ecuador de la cuaresma


En cuanto me hablan del día mundial de algún suceso, objetivo o conmemoración, a mi me entra una indefinible desazón envuelta de escepticismo. Personalmente no me gusta celebrar una fecha previamente plasmada en el calendario. A no ser que se trate de acontecimientos y fechas muy personales: el aniversario del día en que uno vino al mundo, las bodas de plata...

No me va celebrar simplemente porque el calendario lo manda. Festejar un hecho que tiene escasa relación personal con uno se me antoja un tanto artificial. Así me siento cuando leo en la agenda que el día tal toca el turno al día de la mujer, de la madre, de Haloween, de la paz, de los humedales, del cáncer, del sueño, de la discriminación racial y de una inacabable retahíla. Porque quedan pocos días ­—–si es que alguno— sin su correspondiente memoria, recuerdo o celebración. 

¿No sucede otro tanto con la Cuaresma, la Pascua, la Navidad y demás tiempos o festividades litúrgicas? Sí y no. Porque no se celebra tanto un día específico, cuanto una actitud en la vida, un objetivo, un camino que se recorre. Lo manda el calendario, pero quien vive en el contexto de la fe no sólo lo celebra porque está escrito, sino más bien está escrito porque siente el deseo y la necesidad de celebrarlo. 

Dándole vueltas a esta cuestión he pensado que valía la pena refrescar para mí y para el eventual amigo lector, algunos datos acerca de los días que transcurrimos. 

La pedagogía de la Cuaresma

En primer lugar cabe decir que la cuaresma nació en plan pedagógico. Sí, para enfatizar el núcleo de la fe cristiana, el triduo pascual, el cual sitúa en primer plano la muerte y resurrección de Jesús. Abordar el triduo sin una preparación no parecía congruente. Los lances importantes se preparan. Se pensó en aproximarse a la fecha bajo el número cuarenta. Tales fueron los días que Moisés, Elías y el mismo Jesús pasaron en la montaña y/o el desierto. Por más que el número tenga bastante de simbólico.

Ya desde muy temprano esta época se aprovechó, además, para intensificar la preparación doctrinal y moral de los candidatos al bautismo. Porque por aquellos entonces no se cerraba el expediente con una charla en la oficina del párroco o en la sala donde un catequista echa su perorata a los padres del bautizando. 

Se comprende, pues, que a lo largo de la Cuaresma adquieren mayor relieve los elementos relacionados con el bautismo, ya sean oraciones, lecturas o símbolos varios. Por supuesto, también se habla de la penitencia y su auténtico significado que básicamente implica un cambio de camino y actitud. 

Tratándose de un tiempo fuerte ­—así se le conoce— nada más natural que desfilen por la pasarela de la liturgia los elementos que conforman los pilares cristianos: el éxodo, la peregrinación por el desierto, la alianza, el exilio, el profetismo...

La Cuaresma hace las veces de un despertador que recuerda la seriedad de la vida. Podemos arrepentirnos de lo que hacemos, pero no podemos borrarlo de nuestra biografía. El tiempo corre en línea recta hacia un final. Para el creyente termina en los brazos de Dios Padre. Entonces no extrañará que también se evoque el esfuerzo, la purificación, la transformación, la oración, el ayuno....

El gesto de la ceniza

Empieza la Cuaresma exhortando a que el individuo se convierta y crea en la Buena Nueva. Y ello acompañado con el gesto de poner la ceniza en la frente. Una ceniza que pretende bajarle los humos a la persona: también él, tan elegante, tan deportista, tan adinerado, se convertirá un día en ceniza. No se trata de amedrentar porque sí, sino de tocar con la mano el fondo más real, y oscuro a la vez, de la existencia humana. 

Algunos símbolos elocuentes de este tiempo son:

· El Desierto con su carga metafórica de austeridad, con la exigencia de no extrovertirse porque allí sólo hay piedras y un cielo inmenso. 

· La Luz. Las tinieblas nos atemorizan, nos llevan a tropezar. La luz pone orden y claridad en la vida. Un símbolo la mar de inteligible. Jesucristo es la luz. Entre tantas voces y minúsculas linternas, es aconsejable decidirse por la luz del mediodía. 

· El Agua que busca el sediento, que apaga la sed, que purifica y fecunda la tierra. El agua que, cuando falta, se adquiriría a cambio de cualquier otro bien. 

· También hacen su aparición en Cuaresma otros símbolos: la salud, el perdón... Por supuesto, la cruz y la resurrección. 

En el camino cuaresmal también encontramos a diversos personajes de los que podemos aprender. Alguno, por cierto, nos enseña lo que no debemos hacer. Es muy aconsejable eso de aprender de todo el mundo. De unos lo que conviene llevar a cabo y de otros lo que importa evitar. 

Se nos pone en el camino, a fin de que los imitemos, a Jeremías el Profeta, a la Samaritana, al Zaqueo convertido, al Padre del Hijo pródigo, al buen ladrón. Sobre todo y muy por encima de todos, a Jesús de Nazaret. Por contraste, se nos muestra el perfil de otros personajes cuyo comportamiento es del todo preciso esquivar: los ancianos que van tras de la casta Susana, la mujer adúltera, el hermano mayor del hijo pródigo...

Feliz y provechosa Cuaresma.