El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

sábado, 22 de marzo de 2014

Los santuarios de Catalunya y Baleares

Encuentro nº 35 de encargados de ermitas y santuarios en Catalunya y Baleares


Grupo de presbíteros y laicos mallorquines asistentes al encuentro
El autor, en medio, representó al santuario de Lluc
Los días 10 y 11 de marzo nos reunimos para el encuentro anual los encargados de ermitas y santuarios de Catalunya y Baleares. Fue el número 35 de la serie. De los fundadores sólo permanece al pie del cañón el presbítero Ramón Rossell. Por cierto, él ni es de Catalunya ni de Baleares, sino de Andorra. 


Este año el tema versó acerca de cómo integrar en el turismo religioso la riqueza artística, cultural e histórica que contienen los santuarios.

El entorno de un santuario, la naturaleza que lo rodea, el arte y la historia de los edificios, las leyendas que gravitan sobre el mismo, el silencio y los encuentros que allá tienen lugar: todo estos elementos pueden y deben ser evangelizadores. Hay que esforzarse para que se conviertan en reclamo del sagrado en un mundo que se aleja del mismo. 


Asistieron doce personas de Mallorca entre sacerdotes y laicos, representantes de diferentes santuarios. Me tocó asistir en nombre del Santuario de Lluc, pues una de las tareas que realizo es la de atender a los peregrinos. En total éramos unas cincuenta personas, aproximadamente la mitad laicos y la otra mitad presbíteros. Nota curiosa: además de la participación de Andorra la había también de la Catalunya francesa (Notre Dame de Sabartés). 

El encuentro de este año tuvo lugar en Sitges, comarca del Garraf, diócesis de Sant Feliu de Llobregat. Las celebraciones litúrgicas tuvieron diversos escenarios: el santuario de la Virgen de Vinyet (Sitges) y la Basílica de Santa Maria de Vilafranca del Penedès. Visitamos otros santuarios e Iglesias: S. Sebastián de los Gorgs, Sta. Maria de Sarroca, S. Francisco y S. Bartolomé de Vilafranca.

Iglesia de S. Matín Sarroca en el Alt Penedés

S. Sebastián de los Gorgs, antiguo cenobio benedictino
en el municipio de Avignonet del Penedès

Dio la bienvenida el Obispo Agustín Cortés, Presidente del Secretariado, mientras que coordinó el encuentro el P. José Sanromà, monje de Montserrat y coordinador del Secretariado. Enseguida se trató el tema del proyecto artístico y evangelizador de Catalonia Sacra. 


El Sr. Daniel Font abundó sobre el proyecto de Catalonia Sacra. La intención de su puesta en pie no se limita a restaurar el patrimonio, sino que también marca otros objetivos. La idea tomó cuerpo en 2009 y nació con unas cuantas inquietudes: tomar conciencia de la riqueza e importancia del patrimonio cultural y artístico. Favorecer el acceso a la gente al patrimonio a fin de que puedan hacer la experiencia del sagrado. Explicar, dar las máximas razones del por qué del patrimonio. Generar actividad económica para poder mantener edificios y otras obras de arte. Ayudar a cada obispado a hacer su propio camino. Establecer lazos con el mundo del turismo, lo que implica trazar unas rutas de monasterios, iglesias de montaña, del románico, etc. 

El eje del proyecto se sitúa en la web www.cataloniasacra.cat, la cual ofrece abundante información. Las nuevas tecnologías juegan un papel destacado en el proyecto (web, facebook, twitter, boletines electrónicos...). Se vincula el proyecto con las instituciones patrimoniales y turísticas. Ahí es donde tienen cabida los santuarios. 

El segundo tema versó sobre cómo visitar una Iglesia para entender el significado de los espacios, la función del patrimonio, la riqueza del arte, las resonancias litúrgicas. Con gran claridad de ideas y no menos conocimientos explicó su contenido el Sr. Marc Sureda, también miembro de Catalonia Sacra. 

Al día siguiente, a una mesa redonda participaron cinco laicos explicando su tarea. Se titulaba: El enriquecimiento de los laicos a partir de su trabajo en el santuario. Llevaron la voz cantante: Magdalena Lladó (Casa natal de Santa. Catalina Tomás, en Valldemossa); Margarita Martorell (San Blas, en Campos); Josep Isern (La Misericordia, de Canet), y Joan Vilamassana (Sta. María, de Yuca). 

La última charla versó sobre qué piden los peregrinos/visitantes al santuario y tomaron parte cinco encargados de otros tantos santuarios. Glosaron diversas experiencias de acogida, así como algunas anécdotas más significativas en lo referente a la vida del lugar. 

El encuentro se evaluó muy positivamente, entre otras cosas, por la confianza que se va generando entre los participantes. Algunos ya hace muchos años que asisten. Complació el hecho de que no se programaran tantas conferencias y, a cambio, se visitaran diferentes Iglesias y santuarios, por cierto, con guías competentes y relacionados con Catalonia Sacra. 

Una conclusión, más experimentada e intuida que escrita y explicada, es la de que el santuario es todavía —o tal vez hay que decir que vuelve a serlo— un espacio de reclamo hacia el sagrado en medio de un mundo que lo ignora demasiado a menudo. Nuestra sociedad desconoce lo que significa e implica el sagrado, sin embargo busca la manera de suplir esta carencia. A lo largo de la investigación hay quien se acerca a los santuarios, ya en silencio, ya con interrogantes a cuestas. Entonces es muy importante la respuesta que se le da, la acogida que experimenta. Será el momento de comunicarle la alegría cristiana, la alegría de la fe, el gozo del Evangelio. 

Terminada la encuentro me viene a la mente lo que he escuchado en alguna ocasión: “las piedras tienen alma.” Las piedras de los santuarios ciertamente conservan en su interior muchos secretos. Sobre ellas los siglos han acumulado numerosas experiencias. En el entorno del santuario se han ido apilando experiencias gozosas, emociones de todo tipo. Las piedras han sido testigos de lágrimas y de sonrisas. Se han metamorfoseado en ventana a fin de abrir horizontes de trascendencia a los peregrinos. Y aún tienen que decir muchas más cosas, pero tienen tiempo y por eso no se apresuran. Sus credenciales son la tranquilidad, la paz y el silencio. Precisamente los atributos que más seducen a los peregrinos.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Entre la misericordia y la crueldad



Ante todo vale decir que no conviene confundir la misericordia con la lástima. El sentimiento de lástima suele ser superficial y pasajero. El hambre y la enfermedad son lastimosos. El acento recae sobre el infortunio, más que sobre quien lo padece. Con frecuencia la lástima acaba con un chasquido de la lengua al contemplar cualquier hecho penoso. La lástima humilla y no es intercambiable con la compasión.
La misericordia es la actitud consistente en dejarse afectar por la miseria del prójimo. Va acompañada de la amabilidad y de la ayuda. Ultrapasa la simpatía para devenir una práctica. En otras palabras, se trata de un sentimiento de compasión hacia quien sufre, el cual impulsa a la ayuda. El “miserere” latín (de la raíz miseria), unido al “cor” (corazón) indica que el misericordioso muestra un corazón solidario hacia aquellos que pasan necesidad.
En principio goza de buena prensa el individuo compasivo y misericordioso. No se requiere de complicadas elucubraciones para comprender que una vida social sin pizca de compasión equivaldría a un infierno. Cualquier roce conduciría a la agresividad y las personas serían lobos para sus semejantes. Sin misericordia se diluye la verdadera humanidad y la vida social se torna despiadada.
Profetas de la anti-misericordia
Sin embargo, en algunos círculos se ha valorado muy negativamente la misericordia. El cáustico Nietszche estaba convencido de que la compasión cristiana era el invento de los vencidos de la vida, de los que se saben inferiores y de los resentidos.  Proponen los tales como virtud la protección al que es víctima de alguna minusvalía y así desvían las energías nobles que deberían emplearse en ascender hacia realizaciones más sublimes. Al sustituir la lucha por la vida por la protección a los débiles, se preservan los que no valen y no merecen seguir viviendo. En cambio, los mejor dotados malgastan sus energías en una cusa innoble en vez de emplearlas cultivando la pasión de vivir.  
Esta propuesta suena fatal a oídos de tradición cristiana, pero es asumida por muchos en la práctica. Si no en forma de positiva agresión a los débiles, sí como insensibilidad respecto de cualquier desgracia, infortunio, dolor o injusticia que suceda a su alrededor. La frase de Caín “¿acaso soy yo guardián de mi hermano?” expresa una tal actitud. Frase que en versión actualizada también suena así: “no es mi problema”.
A los amigos se los quiere, a los compañeros se los ayuda y a los enemigos se los combate. El resto no existe. La humanidad no puede ir recogiendo desechos, sino que debe deshacerse de ellos. Esta ideología no es aplaudida cuando se exaspera. Pocos alaban los  planes de exterminio nazi, aunque muchos de los que se abstienen de aplaudir sí están de acuerdo en disminuir drasticamente el presupuesto de ayuda a los pobres y ancianos, a los enfermos sin recursos y a emigrantes sin papeles. Es la ideología neoliberal.  Con toda desfachatez claman sus heraldos: que cada uno se las arregle. Cada uno es libre para subsistir.
Desterrar la misericordia de los corazones conduce en la práctica a la deshumanización. Sin este bálsamo aumenta la tensión y quizás el odio entre las diversas substratos de la sociedad. A los más pudientes el temor les invade y se encierran en zonas exclusivas y amuralladas, con vallas, guardias, perros, alarmas y cámaras de vigilancia. Cuando tal sucede la sociedad ha desembocado en el fracaso.  
Las contradicciones nos abruman. Por una parte la humanidad cada vez se interrelaciona y estrecha lazos. Piense el lector en las nuevas tecnologías de la información, en los medios de transporte. El roce resulta inevitable. Se requiere una especie de argamasa blanda entre los individuos, a fin de que los roces no se experimenten como choques y, a su vez, provoquen mayor agresividad.
Reflexionando sobre estos asuntos Freud pensó que sólo el cristianismo ha propuesto cuál debe ser este material de unión: el mandamiento del amor universal. El ejercicio de este amor lograría un plus de humanidad en nuestro planeta superpoblado e interconectado. Pero el inventor del psicoanálisis tendía al pesimismo y, por añadidura, era ateo. En consecuencia no creyó posible amar de ese modo. Más aún, lo consideró irracional. Se preguntaba qué motivos hay para amar a un desconocido, particularmente si no merece este amor.
Final con tintes bíblicos
Dios es misericordioso, como relata el núcleo de la historia de salvación en el libro del Éxodo. Por ello sale al encuentro de unas tribus de esclavos y les muestra el camino de la libertad.
Toda la simpatía y la compasión de Dios se reveló en Jesús, quien nos mostró la calidad de su misericordia. Como no tenía cosas para dar, se dio a sí mismo. Vivió abierto a los demás, a disposición. “Un hombre para los demás”, dictaminó D. Bonhöffer.
La Buena nueva del evangelio exhorta en uno de sus puntos culminantes: “sed misericordiosos como Dios es misericordioso”. Las bienaventuranzas ―privilegiada referencia― dicen así: “felices los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia.”

Numerosas son las páginas que demuestran cómo Jesús se dejaba afectar por el sufrimiento ajeno. Escribió un viejo teólogo en el título de su libro: “Jesús en malas compañías”. Sí, entre pobres, lisiados, leprosos, publicanos y mujeres de mala vida. Jesús tuvo compasión. Se afectó por el sufrimiento ajeno, se relacionó con el sujeto que lo padecía, lo ayudó cuando y cuanto pudo. 

lunes, 3 de marzo de 2014

El fútbol y la religión (II)



Ya es tópica la afirmación de que el deporte, en particular el fútbol, se convierte en un sucedáneo de la religión. Determinados ritos en los estadios, a poco que uno profundice en el asunto, tienen sus paralelos en la liturgia religiosa. 

Más allá de gestos concretos está el ambiente global. El hincha se siente arrebatado y experimenta lo que, con un poco de atrevimiento, cabría calificar como fenómeno casi místico. Tras el triunfo anhelado y suspirado de su equipo, mientras la multitud ruge, él vive instantes portentosos. 

Voy a tratar de jugar a las correspondencias entre la liturgia del fútbol y la de la Iglesia. Confío en la venia de quien crea que fuerzo en demasía los términos. Y, por favor, nadie se ofenda porque la intención no es, ni de lejos, faltar el respeto a nadie ni a nada. 

  • La sintonía del hincha con los colores de su equipo es tanta que desea descansar para siempre en el espacio “sagrado” del estadio. Los clubs están dándose a la tarea de construir criptas con los columbarios para las cenizas post-mortem, que los fans solicitan cada vez a mayor ritmo. 
  • Cuando los partidarios del club dialogan entre sí recurren al adjetivo “divino” con frecuencia. Los cracs son dioses. Tanto es así que los espectadores son muy capaces de hacer gestos de adoración al valorar como excepcionalmente acertada la jugada del ídolo. 
  • En los momentos previos al juego ondean las banderas. Las bufandas serpentean y mil pañuelos con referencias al equipo se agitan en las gradas. ¿Será que vitorean al Mesías? 
  • Las Iglesias tienen sus mártires y también los clubs. ¿Qué son sino los lesionados que caen en el campo de batalla ante la furia del adversario sin escrúpulos? 
  • Las concentraciones tienen como objetivo que los jugadores se encuentren en perfecta forma. Nada de distracciones, de sustancias estupefacientes, de novias o esposas. Sólo ascetismo en pos de la victoria. 
  • Los días previos al partido hay que predisponer y animar los ánimos de los partidarios. Numerosas publicaciones se encargan de esta tarea. ¿Una correspondencia con la lectura espiritual?
  • El árbitro será el blanco de las iras e insultos de los espectadores si consideran que ha sido injusto con su equipo. Por cierto, así lo creen muy a menudo. ¿Es el árbitro el diablo? En todo caso la etimología del diablo apunta a “poner división y discordia”. 
  • Actos previos a la confrontación consisten en desfiles varios. Banderas e insignias manifiestan con orgullo la identidad del club. En las procesiones religiosas la identidad se manifiesta blandiendo ciriales, cruces y pendones. Cierto que en el terreno deportivo los ánimos de los participantes andan mucho más exaltados. 
  • Los deportistas agitan la camiseta en momentos decisivos y besan con fervor el escudo. ¿Será excesivo compararlos con el beso –más pausado, eso sí- de los iconos u otras imágenes religiosas?
  • Los museos exhiben copas, trofeos, documentos… Es preciso transmitir a los visitantes las glorias y hazañas del equipo. Quienes profesan una misma fe tienen una historia sagrada cuya transmisión es confiada a los catequistas. 
  • Hay jugadores que rompen de malos modos su contrato o engañan al público profesando amor eterno al club cuando en realidad se entregan al mejor postor. Son desertores y traidores a la causa. También en la Iglesia se tropieza uno con gente de doble vida, incluso apóstatas y sacrílegos. 
  • Es de rigor guardar un minuto de silencio cuando acontece la muerte de algún personaje representativo del club. Silencio, música grave, inmovilidad. No menos la liturgia religiosa dispone de silencios significativos y músicas adecuadas. 
  • Las Iglesias tienen sus personajes representativos que se han gastado y desgastado en el apostolado y testimonio. Han sido canonizados. Determinados nombres han sido consagrados por el club. Nadie debe osar criticarlos. 
  • Los espectadores cantan masivamente estribillos a favor y en contra de algunos jugadores o directivos. También las Iglesias recurren al canto común en sus ceremonias de adoración y veneración. 
  • Cuando los obreros del fútbol ganan un trofeo lo exhiben ritualmente levantando los brazos y entre gritos jubilosos. Los iconos también se besan devotamente y la custodia se levanta con fervor. 
  • Los goles se celebran mirando al cielo, con los brazos en alto. Es una acción de gracias a un cielo laico, interesado en el buen resultado del equipo. También en las asambleas religiosas hay momentos especiales de gozo en los que la gente se mueve rítmicamente y levanta los brazos hacia el firmamento. 

En una palabra, el fútbol tiene su jerarquía: presidente, directivo, entrenador… Exhibe sus símbolos identitarios: himno, camiseta, escudo, estadio… Cuenta con entusiastas partidarios: los hinchas. Dispone de una infraestructura mediática: periódicos, programas de televisión, emisoras… No faltan personajes populares, casi dignos de veneración por parte de los hinchas. Como tampoco faltan traidores y desertores que devienen el blanco de las iras populares. 

Dejemos la moraleja para otra ocasión, aunque avancemos que sería demasiado fácil hacer caricatura de todo ello. Se trata de un fenómeno un tanto irracional, cierto, pero que está ahí. Mueve pasiones, propicia ganancias exorbitantes, provoca insomnios y hasta infartos. Dejémoslo ahí.