El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 30 de diciembre de 2013

Mentiras y verdades del año nuevo


¡Feliz año nuevo! Responde el interlocutor: ¡Año nuevo, vida nueva! Estas y otras expresiones semejantes saturan el aire del hogar, resuenan en las cenas de amigos o empresas. Se acompañan con besos y abrazos en un ambiente decorado con globos y confeti.

Imaginemos una escena irreal, pero no sin sentido. El velo del escenario se levanta. Irrumpe en la fiesta el pesimista vestido de negro, con los ojos entornados y los brazos caídos. Tiene todo el perfil del aguafiestas y se empeña en hurgar en la herida, a la vez que declama unas frases en tono fúnebre. Salen estas palabras de su boca:  
***
Es lo que toca decir, mentiras piadosas para despistar. Porque no tenemos un año más, sino un año menos. Del año que se fue quedan las arrugas en el rostro, las grasas en la barriga y las decepciones en el corazón.

Nada de vida nueva. Vida tan vieja como siempre, porque nada cambiará. El alcohólico no dimitirá de la botella, el estafador de cuello blanco y gesto de rapiña ya planifica sus próximas estafas para el año recién nacido. La envidia seguirá corroyendo las entrañas del que quiso y no pudo llegar.

El drogadicto jadea anhelando la primera dosis del año nuevo. En los semáforos seguirán correteando los niños de los países pobres. Sus oídos se acostumbraron a los insultos y a los desprecios. Ahora les queda el dilema de padecer las cornadas del hambre o mendigar las monedas de la humillación.

No acabará, no, en el año cuya entrada celebramos, el rosario de corrupciones, violaciones y especulaciones. Las quejas y las denuncias sobreabundan. Dirigen el dedo índice hacia los políticos que deciden su propio sueldo, hacia los banqueros que desahucian a los inquilinos y los echan a la calle. Pues en este preciso momento en que la gente con una diminuta dosis de vergüenza pide que la tierra se los trague, de la bancada de los parlamentarios una voz volverá a gritar: ¡que se jodan!

El año 2014 no evitará a los adolescentes cargar con sus pesados traumas. Ni las viejecitas podrán entrar en las tiendas para apaciguar el hambre de sus nietos. Y es que nada pueden ofrecer a cambio de los alimentos, a no ser un dolor difuso, oscuro y silencioso.

Una vez más subirán los precios y bajarán los ingresos. Dicen que es la crisis. No queda otro remedio si queremos ser competitivos. También los funcionarios y pensionistas deben arrimar el hombro y apretarse el cinturón. Pasan por alto quienes dicen tales cosas que sus sueldos son indecentes y sus ganancias obscenas. No ven ni quieren ver a su prójimo durmiendo en los escasos metros cuadrados donde se ubica el cajero automático. Que cada palo aguante su vela, contestan, si alguien les señala al harapiento con el índice. No es su problema, dicen, poniendo punto final al diálogo.

Un año más o un año menos en que los sepultureros seguirán enterrando vidas e ilusiones. No dejan de vestir corbata y guardar las buenas formas por el cuidado que les trae. Sus vidas dependen en proporción inversa de las vidas de los demás. ¿Cruel? Quizás sí, pero es la vida. El pez grande se come al chico. El pájaro tiene hambre y se zampa la lombriz. Ni uno ni otro son culpables.

Un nuevo año genera nuevas mentiras piadosas, colectivas, rutinarias, alienantes. Los niños volverán a tener hambre. Sus barrigas se hincharán al ritmo que impongan los parásitos albergados en sus intestinos. Las ratas no detendrán sus paseos furtivos de rincón en rincón, de basura en basura, de barrio en barrio.
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¡Feliz año nuevo! ¡Año nuevo, vida nueva! Besos y abrazos mientras el personal intercambia sus felicitaciones y enhorabuenas. Pero ahora sale a escena el optimista. Se abre paso entre las botellas en desorden. Viste de blanco e ilumina su mirada. Declama en tono festivo.

Felicita cordialmente el año nuevo a los presentes porque se otea un nuevo horizonte. Es posible iniciar un cuaderno en blanco, sin manchas ni borrones. Comienza un año que deja atrás las penas, angustias, traumas y maltratos de los 365 días desaparecidos.

La vida sigue ahí burbujeando, coleteando, hormigueando. Toma cuerpo la sed de vivir y hasta quien sufre cáncer confía en que la enfermedad revertirá. Otros lo han superado. Nuevos fármacos ya se depositan en el estante de la farmacia.

Todo el mundo siente la sed del futuro. Unos se contentan con un futuro limitado y con fecha de caducidad. Otros apuntan mucho más lejos y estimulan sus deseos de una vida sin recortes ni descuentos. Una vida eterna.
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Cada uno elige el guión del año nuevo. No es necesario negar la existencia de uno para declamar el otro. Pero el corazón siempre acaba declarándose a uno de los dos.

¡Feliz año nuevo!

jueves, 19 de diciembre de 2013

Vocabulario de Navidad

Niño. Originalmente era el protagonista de la Navidad. Consta en libros antiguos y predicaciones de tiempos añejos que se celebraba el aniversario de un niño al que los creyentes llamaban Dios. En estos días, antes que la TV emprendiera el vuelo y que las rebajas de los grandes almacenes alcanzaran el actual protagonismo, todo giraba a su alrededor. Poco a poco se concluyó que también cabía celebrar la Navidad sin Niño y hoy en día apenas resulta un elemento de mera decoración. Suele representársele en yeso o plastilina y se coloca en un rincón de la casa para entretener a los pequeños.
Diciembre. Último mes del año. Días de frío y nieve en Europa. Las sobremesas se alargan hacia finales de mes, se excita la ilusión de los pequeños, los regalos pasan de mano en mano. La presión consumista se exaspera. Debido a estos fenómenos las tiendas se animan de modo espectacular y generan cuantiosos beneficios. Se le conoce también como el mes de los comerciantes.
Leyenda. Anomalía que acontece a determinados hechos con alguna base histórica. La imaginación popular los desenfoca y deforma. Mientras quedan al margen aspectos esenciales, otros secundarios crecen monstruosamente. Fenómeno comparable a la cirugía estética, aun cuando no pretende embellecer, sino endulzar. La leyenda, en efecto, sirve para entretener a los pequeños en las largas noches invernales. Algunos creyentes se interesan incluso más por el buey y la mula, por los ríos de plata y  los angelitos que por el misterio de un seno repleto de Dios. Cuando la leyenda continúa el proceso de degradación se transforma en un idilio insípido o un infantilismo anecdótico.
Solsticio. Época del año en que el sol pasa por uno de los dos trópicos. El de invierno casi coincide con la Navidad. Los días comienzan a ganar en claridad. La luz se sobrepone a la oscuridad. Antes de que existiera la Navidad precisamente se celebraba el combate victorioso de la luz contra la penumbra en estos días. Los paganos de tiempos pasados tenían la impresión de que la vida da círculos ininterrumpidos. A la oscuridad le sigue la luz y viceversa. Los paganos de hoy también tienen la impresión de que la vida es un círculo que se muerde la cola: a las fiestas que tienen la nieve como escenario les siguen las que acontecen en la playa.
Camino. Se dice del sendero que conduce a alguna parte. En sentido figurado el gran camino lo comenzó el Niño Jesús hace 2000 años. En este camino no transita el convencionalismo, ni el fariseísmo, ni el fanatismo ni otros conceptos acabados en “ismo”, como egoísmo. Camino por el cual avanza sobre ruedas todo cuanto tiene que ver con la sinceridad, la sencillez y la fraternidad. Pero un camino que no lleva a parte alguna resulta frustrante y si se termina en el ayer es inútil. De ahí que Navidad sea un camino por el que andar aquí y ahora.
Cinismo. Conviene a la actitud de aquel que celebra el veinticinco de diciembre entre pompas de cava sabiendo que ello a nada compromete. O a aquel que brinda con la copa no obstante prever que mañana todo volverá a la normalidad de las cosas serias: el trabajo, la gasolina y los sindicatos. O también del que lima las aristas de los sucesos puntiagudos para hacerlos inocuos y sacarle el mayor provecho posible.
Indigestión. Se dice de la excesiva injerencia de alimentos que el aparato digestivo no logra asimilar. En las proximidades de Navidad tal parece que entra dentro de la normalidad sufrir indisposiciones de este tipo. La palabra se atribuye también de modo figurado a las ceremonias largas y fastuosas de la noche de Navidad en el templo, particularmente cuando las dirige un celebrante con poca traza.  
Utopía. Anhelo experimentado en Navidad, pero que no se cumple plenamente en las condiciones presentes. Tiene estrechas vinculación con las proclamaciones de los viejos profetas al desear que las espadas de conviertan en arados y los lobos pazcan junto a los corderos. También tiene que ver con sueños de profetas más recientes: … llegará un día en que nadie se fijará en el color de la piel, en que los sillones de los ministerios los ocuparán personas interesadas en el servicio del bien común…
Reino. Palabra muy común en los evangelios. Jesús vino a implantar el Reino de Dios en nuestro mundo. Esencia de este Reino es la justicia, la paz, la fraternidad. Los creyentes adoptan el compromiso de extenderlo. Inexplicablemente muchos han olvidado el Reino extasiados ante el Rey. Corren a adorar al Niño y construyen pesebres de yeso y azúcar, encienden lucecitas y cantan villancicos. Necesitan todo el tiempo para los efluvios sentimentales, las líricas místicas y los recuerdos de sabor mítico.
Ocurrencia. La que tuvo el mismo Dios, que habría rechazado por indigna más de una piadosa señora de misa diaria y más de un diplomático funcionario del Estado Vaticano. Resulta que a Dios Padre le ocurrió poner en práctica un plan desconcertante. Que un Niño naciera en el anonimato, entre un par de pobres, en un establo improvisado, adornado con telarañas (que andando el tiempo se metamorfosearían en brillantes bolas de colores). Un Niño que merecía la adoración de los humanos porque era mucho más que un Niño.

martes, 10 de diciembre de 2013

Una imagen de Dios más atractiva


A medida que pasa el tiempo tiendo menos a hablar o escribir sobre cuestiones religiosas secundarias. Me da la impresión de que ello implicaría perder oportunidades en un marcado ambiente de indiferencia, laicismo y escepticismo. Preciso es ir al grano, afrontar los asuntos más esenciales. Lo cual significa abordar el tema de Dios.

El clima que nos envuelve en muy poco ayuda a hacer la opción cristiana a nuestros contemporáneos. En parte se debe a que a la fe que predicamos y ejercemos falla al presentar la genuina imagen de Dios. Mi experiencia me dice a las claras que muchísimos creyentes se relacionan con Él por rutina, porque así se lo enseñaron de pequeños, por temor, por obligación, porque así debe ser…. A todos ellos les falta experimentar lo más importante: sentirse atraídos por Dios.

Cuando falla este resorte básico, entonces llega el día en que inevitablemente uno deja de lado su fe. Primero se recubre insensiblemente de desinterés y de olvido. Luego acontece algún hecho importante que sacude el diario vivir. Entonces el individuo toma conciencia de que la fe guardada tiempo atrás en su alhacena interior ya no está ahí, se ha evaporado.

El fenómeno de la pérdida gradual de la fe hay que achacarlo en buena parte, efectivamente, a que los creyentes han recibido una imagen deformada de Dios. Como dice el Vaticano II en uno de sus documentos, se les ha velado, más que revelado su rostro. Algunos, y no necesariamente los peores, han llegado a la conclusión de que su relación con Dios se ha vuelto insoportable. A continuación se han desvinculado de ella. No han tenido el falso coraje de vivir en un clima religioso insano que segregaba constantes sentimientos de culpa, amenazas, prohibiciones y castigos.

La transmisión de la experiencia de Dios
Las homilías del domingo todavía las escuchan varios millones de personas alrededor del mundo. Los presbíteros, diáconos y obispos predican el Evangelio, comentan los episodios protagonizados por Jesús, explican sus parábolas y comentan sus palabras. Considero urgente reflexionar acerca de qué experiencia de Dios se comunica y qué imagen de Dios se transmite. ¿Atraemos los corazones de los fieles hacia el Dios de rostro amoroso que se transparenta en los hechos y palabras de Jesús? ¿Alejamos a la gente porque nuestras palabras carecen de alma o quizás expresan sentimientos que el predicador no experimenta?

Jesús sí comunicaba su experiencia de Dios y su proyecto de construir un mundo más digno y agradable para todos a quienes escuchaban. Cierto que algunos andaban demasiado ocupados en cumplir una ley fosilizada o en atender a que no se les escapara el control de sus súbditos. Hay que contar con ello y con minucias parecidas. Pero otros sentían esponjarse su corazón porque Dios se les hacía cercano, porque recuperaban la dignidad y descubrían que el Creador era mucho mayor que las palabras de sus líderes.

Muchos fueron tras Jesús al entusiasmarse tras escuchar las palabras de las bienaventuranzas. Un corazón generoso, un  afán de construir la paz, un sentimiento fraternal hacia el prójimo… Estas cosas les cambiaban su visión del mundo. El planeta azul en que nos movemos podía ser menos mezquino y miserable de lo que era. Cabía poner su granito de arena de cara al cambio. Experimentar una especie de enamoramiento ante las palabras y actitudes de Jesús. Y de este modo engendrar una fuerza interior capaz de superar cualquier obstáculo.

Jesús lograba despertar a su alrededor el deseo de Dios. La gente comprendía que el Reino por Él predicado era mucho más gozoso que las lecturas rutinarias del sábado en la sinagoga. Acontecía que Dios era un descubrimiento inesperado, una sorpresa mayúscula. Su fuerza lograba provocar un cambio fundamental en la vida.

Los oyentes encontraban un tesoro escondido. Repletos de alegría y esperanza lo vendían todo y compraban el campo en cuyas entrañas yacía el tesoro. Quienes rodeaban a Jesús se comportaban como comerciantes de perlas finas que identificaban algunas de gran valor y las compraban al precio que fuera. Dios les resultaba atractivo y sorprendente. Nada volvía a ser como antes. Hallaban el sentido de la vida. No podían explicar su transformación, pero la experimentaban en lo más hondo.  

Ha pasado el tiempo de detenernos en cuestiones secundarias o periféricas. El ser humano está abierto a la trascendencia y quiere saber, necesita saber, el sentido de la vida. Al menos hasta tanto no pierda la sensibilidad en las papilas gustativas del alma. En su búsqueda intenta encontrar al Creador a través de los caminos que le ofrece la naturaleza y las pistas que encuentra en su propio interior.

El entorno de nuestros días no ayuda a recorrer este camino. Ni los medios de comunicación en general, ni el ambiente de la ciudad, ni las conversaciones que se escuchan en el medio ambiente. Habrá que contagiar esta experiencia a través de la vida y el ejemplo. Que perciba quien esté junto a un hombre o mujer de fe una imagen de Dios transparente y gozosa. Que nuestros contemporáneos tengan la oportunidad de un acercamiento a Dios más allá de todo hábito y rutina.