El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 30 de agosto de 2012

Diálogo, que no sumisión



El Vaticano censuró hace un par de meses a Margaret A. Farley, una conocida religiosa estadounidense, profesora de Universidad, por un libro que escribió en 2006 sobre temática sexual. Con anterioridad el Vaticano condenó a la Conferencia de Religiosas USA más numerosa.

Alegaba que esta organización -y otras semejantes- promovían “un feminismo radical”, al tiempo que no seguían las enseñanzas de la Iglesia respecto de la homosexualidad y el aborto. Igualmente consideraba fuera de lugar la demanda de que la mujer recibiera la ordenación sacerdotal. Es de toda evidencia que en algunos círculos de la vida religiosa, sobre todo femenina, y particularmente en Norteamérica, existe un notable disenso. La cosa viene de lejos y el Vaticano trata de ponerle freno.    

En la reunión anual de la Conferencia de las religiosas norteamericanas (Leadership Conference of Women Religious), grupo que representa al 80% de las religiosas en USA, las protagonistas evaluaron la situación. Dijeron que el escrito de la Sta. Sede se basaba en “acusaciones insustanciales y que fue el resultado de un proceso viciado que careció de transparencia”. Además su contenido provocó escándalo y dolor en la Iglesia.

Las representantes de la Conferencia viajaron a Roma con el intento de armonizar y suavizar las aristas con las autoridades del Vaticano. Muchos sectores de la comunidad de religiosas y del mundo académico católico estadounidense defiendes sus ideas y posturas. Al lanzar una acusación global contra las monjas muchos laicos se han sentido aludidos, pues son miles los que han sido educados por religiosas en las escuelas católicas, atendidos en los hospitales y catequizados en las parroquias.

Principios que merecen aprobación y solidaridad

Mi intención no consiste tanto en detallar el conflicto cuanto incidir en la respuesta dada por la  última asamblea de la Conferencia y que valió aplausos prolongados de todos los asistentes. Se desempañaba como portavoz del grupo la presidenta Pat Farrell, OSF. Comparto plenamente algunas de sus formulaciones y me remito a ellas telegráficamente por falta de espacio.

1. Estamos en tiempo de crisis, lo cual es esperanzador. Las crisis traen cambios y necesitamos hondas transformaciones.

2. Se aproxima el 50 aniversario del Vaticano II. Debemos celebrarlo porque hemos sido formadas en sus documentos y sus escritos nos llevan a la dolorosa realidad de que vivimos un momento muy diferente.

3. No es la primera  vez que una concepción de la vida religiosa choca con la Iglesia más oficial. Los diferentes roles, en una Iglesia ideal, deben mantenerse en tensión creativa, con respeto y aprecio mutuo. Sólo un diálogo abierto edifica a la Iglesia.

4. Agentes pastorales, incluidos obispos, nos han apoyado y comparten nuestra preocupación por la intolerancia respecto de la disidencia y el freno impuesto a la mujer. No se toma en consideración que hablan personas con conciencias formadas e informadas.

5. El mundo va superando las construcciones dualistas: superior/inferior – ganar/perder – dominación/sumisión… En su lugar emerge la igualdad, la comunión, la reciprocidad, el conocimiento intuitivo y el amor. Todo lo cual anuncia un futuro esperanzador.

6. Los cambios debemos abordarlos con una oración contemplativa. Nuestras vidas comienzan y terminan atraídas por el Misterio divino.

7. Hemos de afrontar los cambios con voz profética, la que le corresponde a la vida religiosa. Urge buscar y luego ofrecer un estilo alternativo a la cultura dominante, cuestionar las estructuras que excluyen a unos y benefician a otros. La verdad hay que buscarla juntos, sin arrogancia, sin pretender haberla descubierto y poseído.

8. Preciso es afrontar los cambios sin perder jamás de vista la solidaridad con los marginados y pobres. Nuestra misión consiste en darnos amorosamente, y en primer lugar a quienes más carencias tienen. La marginación es un lugar privilegiado del encuentro con Dios.

9. Los tiempos cambiantes deben ser abordados desde la comunidad. La unión hace la fuerza. Aunque las formas de vida comunitaria han cambiado radicalmente, la comunidad nos ha fortalecido, nos ha permitido dialogar y llegar al consenso, nos ha conducido hacia un estilo menos jerarquizado y más horizontal.

10. Los nuevos tiempos hay que recibirlos sin violencia. Sirva el ejemplo del pararrayos que atrae la carga hacia si canalizándola a la tierra y proporcionando protección. No se queda con la energía destructiva, sino que permite que fluya a la tierra para ser trasformada.

11. Los cambios se aceptan viviendo una esperanza gozosa que estimula la atención hacia los signos del Reino. Éstos irrumpe aquí y allá como semillas de mayor democracia, tolerancia y participación. Estamos muy de acuerdo con la formulación esperanzada que reza así: “pueden aplastar algunas flores, pero no pueden detener la primavera”.

En conjunto la respuesta de las religiosas me parece ejemplar. Quieren diálogo, pero no aceptan la sumisión. Buscan la verdad, pero no desprecian buscarla juntos. Desean igualdad y comunión, pero no condenas ni amenazas.

Se me ocurre que la cruz de Jesús no fue símbolo de resignación, sino de protesta. Con una resignación prematura jamás Jesús habría subido a la cruz. Pero no se resignó ni sometió. Tampoco las religiosas de EE. UU. Existen valores evangélicos y signos de los tiempos a los que la conciencia no puede renunciar. Y en ocasiones entran en conflicto con otros valores. 

lunes, 20 de agosto de 2012

Frases hueras

Nada tiene de virtuoso, ni piadoso, ni siquiera humano, sustraer frases del baúl de la piedad cuando suenan hueras en el contexto en que se pronuncian. Conste que nada tengo contra las expresiones que pueden resultar de enorme y provechoso contenido dichas en el momento oportuno. No. Voy contra quien las dice por salir del paso o porque sus esquemas mentales -de pobreza abismal- no dan para más. 

Si te presentan una queja objetiva y bien fundada sobre un prójimo, diría yo que lo que procede es escuchar. Luego, si así parece, quizás tratar de disculpar al eventual agraviante con palabras que hagan al caso. O compartir la pena sin cargar las tintas sobre el tercero. 

Sin embargo, no es de recibo que ante la expansión ajena de quien anda dolido, se ofrezca por toda respuesta una frase genérica con resabios piadosos. Diga, por ejemplo, que el hecho constituye una prueba evangélica y que el Espíritu Santo sabrá cómo arreglar las cosas. 

Eventuales interpretaciones

¿A qué puede deberse una respuesta de tal calaña? ¿Cómo interpretarla?

a) Procede de una persona de extremada e ingenua piedad, cuyos labios concuerdan con lo que piensa en su interior. Evidentemente en tal caso el sujeto se mueve en unos paradigmas “devotos” totalmente ajenos a la realidad pura y dura. No es ciertamente la mujer o el hombre adecuado para gestionar los problemas, contrariedades y conflictos que acaecen un día sí y otro también. Sus pies no guardan contacto con la realidad del mundo que nos rodea. Saludable sería el consejo de que vaya a vivir en una remota ermita y no se inmiscuya en tareas de consejero o acompañante. 

b) Procede de un cínico que inyecta a la frase exactamente el significado contrario a lo que se desprende de sus labios. Quiere decir que las palabras y la entera sociedad son crueles. Que cada uno se las arregle porque no hay consuelo alguno. Fastídiese el que sufre o se lamenta y encima soporte mi burla amasada con palabras que andan a años luz de la realidad. Así notará más el contraste, pues que andan huérfanas de utilidad y de sentido. El cínico obtiene satisfacción zahiriendo a su prójimo. Va a lo suyo sin que le importen las consecuencias de sus palabras. No obstante, se cree muy lúcido, muy fuerte y de ello presume. En el fondo es enormemente frágil y hasta puede que padezca alguna psicopatía, pero necesita ofender a los demás para demostrar su fortaleza de puertas hacia fuera. 

c) Procede de alguien que quiere salir del trance en el que lo coloca su interlocutor acudiendo al recurso que tiene más a mano. Unas palabras devotas y trilladas pueden servir para el caso. Sin embargo, por entre las letras o los fonemas se entrevé la patita del nulo interés que le merece la persona a quien las dirige. ¿Es mejor volver la espalda en redondo al interlocutor o espetarle una frase huera incapaz de disimular la propia frialdad y displicencia? Al cabo, se desemboca en idéntico desinterés. Por lo demás, un tal lenguaje no consigue sino desprestigiar el significado de las palabras pronunciadas. Éstas sufren inflación y cuando se repiten a deshora, sin venir a cuento, por salir del paso, se las enloda miserablemente. 

Nocivos efectos de la mal entendida piedad

Según el perfil de quien pronuncia una tal frase -u otras de similar tono- habrá que discernir si anda cargada de ingenuidad piadosa (y penosa) o si el envoltorio esconde una dosis de cinismo o si tal vez gravita sobre ella la indiferencia hacia el prójimo.

Recuerdo una escena que bien podría aplicarse al primer caso. Eran tiempos de postconcilio. Los obispos iban con frecuencia a Roma a consultar sus dudas o a animar a sus seminaristas. Un prelado no estaba muy de acuerdo con los nuevos vientos que soplaban en el horizonte eclesial. En particular era partidario de la obediencia a rajatabla y de ignorar las monsergas de la obediencia responsable.

Decía con apasionamiento que él no tenía idea alguna de música ni, por supuesto, sabía leer un pentagrama. Pero si, por un azar del destino, el Papa le mandaba a dirigir la orquesta sinfónica de Berlín… él no lo dudaría ni un instante. Se subiría inmediatamente al estrado, cogería la batuta y empezaría a bracear como mejor le diera a entender su escaso sentido musical. 

Con ejemplos de este calibre la actitud que se pretende alabar en realidad se hunde en el desprestigio. Una virtud sin sentido común resulta insoportable. Una frase piadosa fuera de contexto puede que estimule la indignación, caiga en el ridículo o provoque la hilaridad. Efectos que ciertamente no pretende quien la pronuncia.


viernes, 10 de agosto de 2012

Orientación mercantil



Quien posea unas migajas de ilustración histórica sabe muy bien que la religión -siglos atrás- era protagonista de la sociedad. Los reyes gobernaban en nombre de Dios y a nadie tenían que dar cuentas. Las diversas instituciones gravitaban a su alrededor. Las enfermedades se atribuían a castigos divinos o posesiones diabólicas y el remedio adecuado se llamaba oración o exorcismo. Los agricultores organizaban procesiones y rogativas para obtener la lluvia cuando la sequía se intensificaba.

Estos hábitos y tradiciones no se cambian de un día para otro. Cincuenta años atrás todavía en el papel moneda impreso en España se leía: Francisco Franco, caudillo por la gracia de Dios. Y el dólar sigue exhibiendo la leyenda: in God we trust.

Quienes hoy día llevan acumulado medio siglo sobre sus espaldas han sido testigos de cambios enormes por lo que a la fe y la vida cristiana pública se refiere. Son testigos de cómo muchísimos niños crecen sin bautizar. Las vocaciones religiosas se han congelado de golpe. Las Iglesias se han vaciado de feligreses. A quienes les duele la garganta no acuden a S. Blas. Y así un largo etcétera.

La política no tiene que pedir permiso a la religión para desarrollar sus planes. Dios no es el fontanero que acude a reparar los desperfectos ocasionados en nuestro mundo.   Ello está en consonancia con la genuina opinión del Vaticano II al afirmar que la sociedad ha llegado a su mayoría de edad y las realidades profanas gozan de propia autonomía.

El caso es que del respeto a la autonomía de las realidades terrenas y la legitimidad del proceso de secularización hay quien pretende deducir la privatización de la fe. Y el creyente dice que hasta ahí podíamos llegar. Porque si la Iglesia debe esconderse en la sacristía y sólo le es lícito al creyente rezar en la alcoba, entonces asistimos a la deconstrucción de la fe.

La fe es misionera y resulta muy razonable que se exponga y se invite a escuchar. Más aún, la libertad de expresión es prerrogativa de las sociedades bien organizadas. ¿No podría la Iglesia expresar su opinión de modo respetuoso cuando multitud de personajes y personajillos expresan la suya al margen de todo respeto?

Entre la relevancia y la identidad

La tendencia bastante generalizada a ponerle sordina a la fe tiene lugar porque en nuestra sociedad predomina el perfil del individuo de orientación mercantil, según expresión de Erich Fromm. Se trata de personas que se experimentan a sí mismas como una mercancía. Se tasan teniendo en cuenta la mayor o menor cotización que su estilo de vida y su rol adquiere en el mercado.

Una tal comprensión de la propia persona genera una enorme inseguridad. Si la autoestima no depende de lo que uno es, sino de cómo cotizan los valores en el mercado del momento, entonces siempre penderá la amenaza del desprestigio y la reprobación sobre la propia cabeza.

El proceso de emancipación de la sociedad respecto de la religión ha disminuido la cotización de la fe. Si en las sociedades tradicionales la religión era la clave de bóveda que sostenía el entramado del conjunto, ahora ha quedado devaluada. Las cosas realmente importantes para quienes dejan huella y asoman su rostro en los medios son la economía, el deporte, la técnica, farándula…

El creyente -y en particular los agentes de pastoral- afrontan una profunda crisis de relevancia. Hacen una oferta que ellos consideran de capital importancia y comprueban que apenas interesa a nadie. En vista de lo cual unos abandonan –presbíteros, religiosas y laicos comprometidos que han emigrado a diferentes estados y quehaceres- y a otros les da por cambiar de imagen y de vocabulario.

El que llevaba a cabo una tarea de carácter específicamente religioso ahora silenciará las motivaciones que fundamentaban su quehacer. Para compensar acentuará su tarea social a favor de Caritas, una ONG, su dedicación a la enseñanza o su compromiso con los discapacitados. En una palabra, el relieve no lo otorgará a las raíces cristianas que nutren su actuación, sino a los frutos sociales que la sociedad pondera y valora. 

Sin embargo este cambio de look consigue superar la crisis de relevancia al precio de caer de bruces en la crisis de identidad. Ahora bien, los grupos de Iglesia deben tener un perfil y una identidad propia. De otro modo nada les distingue de los numerosos grupos humanistas o comprometidos a favor de la sociedad. Y ello decepciona a quienes buscaban precisamente las raíces, las motivaciones, lo que trasciende a la vista.

No se interpreten estas palabras como un flirt con los movimientos conservadores y aun fundamentalistas. En absoluto. No se lea entre líneas lo que no hay. La tesis o la moraleja de los párrafos que anteceden consiste simplemente en que no es sano para la salud psicológica ni espiritual contaminarse de la orientación mercantil. Las cosas valen por el valor que tienen en sí mismas. No deben medirse según la cotización que adquieren en el mercado de valores.