El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 22 de marzo de 2012

Sacerdocio: ¿vocación o profesión?


Atrás quedó el “Día del Seminario”. La jornada favorece la oración para que no decaigan las vocaciones y solicita la colaboración económica de los fieles. Porque incluso a la hora de cultivar las vocaciones se requiere dinero contante y sonante.

Para tal ocasión se confeccionó un video que ha provocado comentarios de tono muy diverso. La imagen global del sacerdote no casa del todo con la que propone la teología y la pastoral. Más bien centra la cuestión en el sacerdote en cuanto protagonista. Justo es reconocer que los comentarios han resultado positivos al valorar la campaña desde el punto de vista de la técnica comunicativa.  

Bien por algunas de las promesas que va desgranando el video. Las hay acertadas. Por ejemplo la que no promete un trabajo perfecto, pero sí formar parte de un proyecto inolvidable. O aquella que no promete ver muchos resultados, pero sí la seguridad de dar fruto. O las palabras en que se aventura que el candidato quizás sienta miedo, pero asegurando a la vez que el amor es más fuerte que el miedo. 

Bien hasta aquí. Más cuestionable es la primera promesa que se me antoja muy ambigua, si es que no del todo desafortunada: Yo no te prometo un gran sueldo. Te prometo un trabajo fijo.

Las instituciones, como el individuo, tienen muy desarrollado el sentido de la supervivencia. El de la Iglesia anda bien pertrechado y no hace falta demostrarlo con sagaces ni perspicaces razonamientos. Basta con recordar que lleva dos mil años en el campo de batalla. También es verdad que, para el creyente, cuenta con la aquiescencia del más allá.  

Como fuere, en la jornada del Seminario la Iglesia ha optado por hacer una campaña un tanto agresiva y, por lo visto, en algunos momentos ha caído en la tentación de convertirse en una oficina de ocupación.

Un anzuelo para tiempo de crisis

Faltan sacerdotes, escasean las vocaciones... Bien, pues recuerda la campaña, y el video en particular, que en este ministerio el trabajo es de por vida. Difícilmente le echan a uno a la calle. Tampoco necesita recurrir a la hipoteca, puesto que numerosas y vetustas casas parroquiales esperan al párroco. No se vive como un potentado, pero tampoco hay riesgo de paro por el momento, lo que no es poco considerando que rondan los cinco millones quienes se levantan cada mañana sin tarea que realizar.  

Sin embargo, no deja de ser chocante que la vocación deba canalizarse por una vía tan prosaica. Eso del trabajo de por vida y el sueldo fijo, ¿no será un anzuelo para que piquen aquellos a quienes el miedo al paro araña las carnes? ¿Es sano asociar la vocación sacerdotal con el sueldo fijo? Lejos de mí la ingenuidad angelical de que el presbítero no necesita comer ni vestir, pero todo tiene su momento y lugar.

Mucho temo que con una tal publicidad la vocación se homologa con el sueño -tan extendido- de hacerse con un puesto en la administración. Sí, de convertirse en funcionario de por vida y sin sobresaltos. No es que tenga nada contra los funcionarios, siempre y cuando no presuman abusivamente de su vocación.

Por lo demás, ya metidos en liza, y sin perder el humor, el video debería hacer alguna referencia a la dificultad de llegar a la huelga frente al divino patrón. Y a la imposibilidad de cambiar de empresa. Y al inconveniente de transcurrir los días sin un rostro femenino con el que dialogar e intimar.

Ampliar el horizonte

Dado que el video pretende -se supone- llamar al ministerio, al apostolado, al servicio, entonces decididamente no acierta la campaña. Los mejores ejemplares de sacerdotes son los que actúan movidos por el motor de la espiritualidad, los que viven y se desviven por servir al prójimo. 

No se planteen, pues, las cosas con mirada miope. No se trata simplemente de que hay falta de personal y urgen reemplazos. No. La campaña es realmente peligrosa porque hace del sacerdocio una profesión más entre tantas otras. Y no es eso. Tantos siglos hablando de la llamada de Dios y de pronto resulta que se substituye ésta por la del trabajo fijo y un modesto sueldo. 

Conseguir vocaciones con el anzuelo del trabajo y el sueldo fijo puede que tenga éxito en un primer momento y en época de crisis. Sin embargo, a largo plazo, el individuo que se mueve por tales razones no aguantará vivir célibe, ni será su norte el servicio al prójimo, ni posiblemente sintonice con el mundo de la liturgia. Dirigir una comunidad de fieles, estar al frente de las funciones eclesiales, preocuparse del prójimo que sufre... ¿simplemente por un trabajo en tiempos de paro?

En todo caso, el pan, el sueldo fijo y el trabajo sin temor al paro se dará por añadidura. Pero jamás debiera ser el motor que impulse a ingresar en las filas del sacerdocio.

Con el planteamiento de la campaña los fieles se sienten incómodos. Y simultáneamente se les ofrece carnaza a quienes se dedican fervorosamente  a hostigar a la Iglesia. Porque es indudable que algunos sienten un enorme placer en acosarla e insultarla. Su visceral antipatía por esta Institución consigue un alto grado de excelencia. No les facilitemos la tarea.

domingo, 11 de marzo de 2012

Sacramentos: un panorama angustioso



Perdone el lector menos avezado a asuntos internos de la Iglesia. Pero aprovecho la oportunidad para plasmar un par de ideas de la conferencia que el próximo martes voy a dar en Eivissa / Ibiza, lugar al que están convocados los encargados de santuarios y ermitas de Catalunya y Baleares. Se trata de una charla sobre el simbolismo de los sacramentos. Antes de abordar el tema hago unas disquisiciones sobre el panorama en la actualidad. Es lo que ofrezco en las líneas siguientes al amigo que aborda este blog. 

No quisiera comenzar con una nota negativa, pero lo más lógico y honesto consiste en reconocer, desde el inicio, que el panorama de los sacramentos es más bien desolador. Numerosísimos son los cristianos que en la práctica prescinden de los sacramentos que les ofrece la Iglesia.

No son tan escasos los matrimonios que llevan a sus hijos a bautizar a la parroquia y todavía significativo el número de niños y niñas que hacen la primera comunión. Pero no menos cierto es que desaparecen los adolescentes y jóvenes que frecuentaban la parroquia tras la confirmación. Muchos para siempre. Alguno se casará por la Iglesia, aunque la cifra disminuye de manera galopante. Fuera de los que se relacionan con algún movimiento o grupo, es muy raro ver gente joven participando de la Eucaristía. Determinados sacramentos ya son muy minoritarios: por ejemplo, la unción y la penitencia.

Un panorama nada halagüeño. Pero vale más no desviar la mirada a fin de que el diagnóstico sea certero. Un diagnóstico, es verdad, que no vale igualmente para otras regiones del planeta. No seamos cortos de vista ni nos consideramos el ombligo del mundo. América Latina aún se mantiene, a pesar de la sangría que ocasionan las sectas. África vive un buen momento para la fe, así como la India y algunos países del Oriente lejano.

Lo dicho plantea un problema: si tantas personas en nuestro ámbito se confiesan sinceramente cristianas y les atrae la figura de Cristo, ¿cómo se explica que no quieran acercarse a los sacramentos cuando el mensaje de la la Iglesia les asegura  que son imprescindibles para mantener una buena relación con Dios?

Motivos de la desafección por los sacramentos

Aventuremos algunas razones. Los sacerdotes realizan unos gestos, ritos y plegarias que llevan siglos desarrollándose por los templos. Se entendían en los tiempos y lugares donde surgieron, en general de la matriz de la cultura romana. Y aunque algunos detalles se han actualizado en la liturgia, muchas ceremonias han dejado de ser comprensibles. Baste con pensar en las vestimentas y determinadas expresiones de las celebraciones litúrgicas.

Un segundo motivo radica en que, según una mentalidad bastante común, los sacramentos se asocian, no a la libertad y el gozo de vivir, sino a la pesada carga que para muchos significa tener que ir a misa cada domingo y allí aguantar lo que les echen. O tener que manifestar cosas íntimas en el sacramento de la penitencia... Entonces no habrá razón para extrañarse si progresivamente la gente abandona la misa, no bautiza a sus hijos, no se casa por la Iglesia, ni está dispuesta a recurrir al sacerdote cuando un familiar muere. Y menos aún aceptan ir a contar sus intimidades a un clérigo desconocido.

Tercer motivo de desafección. Uno se sacrifica si considera que el fruto del mismo vale la pena. Pero cuando los convencionalismos imponen determinados rituales y no se entienden ni se comprenden a qué vienen, entonces pronto buscará y encontrará razones para no complicarse la vida. Es lo que sucede a muchos cristianos, particularmente jóvenes. Como no entienden las ceremonias ni el sentido de los sacramentos, prescinden de ellos.

Todavía hay más y de mayor envergadura. Algunos catequetistas, y también clérigos, consideran que los sacramentos existen porque Dios lo ha dispuesto así. Jesucristo los instituyó y la Iglesia se encarga de administrarlos. Luego el buen cristiano está obligado a recibirlos, es decir, a pasar por el aro.  

El asunto debería enfocarse no a partir de Dios que manifiesta su voluntad acerca de los sacramentos, sino desde los seres humanos que expresan sus experiencias  mediante gestos simbólicos. Dado que Dios es respetuoso de la condición humana, interviene y actúa, en la vida de las personas, a través de estas experiencias. Teniendo siempre muy en cuenta que las experiencias humanas se expresan simbólicamente. Y, cuando son experiencias colectivas, también requieren algún tipo de ritual. 

El sistema según el cual los sacramentos tienen su origen en Dios, de modo un tanto arbitrario y sin tener en cuenta la realidad humana, explica que Él interviene en el gesto o el rito obrando un efecto inmediato. A condición, claro está, de que quien lo reciba no ponga obstáculo (ex opere operato). La explicación opuesta no niega que Dios tenga que ver con el sacramento, pero sí deja claro que toma muy en consideración la experiencia de la persona. Una experiencia que se expresa mediante símbolos. En realidad, las experiencias profundas sólo logran manifestarse a través de ellos. 

La primera explicación fácilmente conduce al ritualismo y la magia. La otra tiene en cuenta los sentimientos y la manera de sentir y actuar de las personas en este mundo. Y está más de acuerdo con lo que nos aportan los textos del Nuevo Testamento.

sábado, 3 de marzo de 2012

Urdangarín, el insaciable



Los indicios son abundantes y visibles. Muchos artículos en la prensa digital y de papel están convencidos de que Urdangarín usó y abusó de sus vínculos con la familia real. También lo piensa así la Fiscalía anticorrupción de Baleares. Por su parte el juez tuvo que interrogarle a lo largo de muchas horas sobre asuntos turbios que no llegaron a aclararse.

La actitud políticamente correcta exige que se considere a nuestro hombre inocente hasta tanto no se le condene. Incluso hay voces alegando que la hostilidad de cierta prensa hacia el duque se debe a una veta de republicanismo. O que el yerno del Rey es un personaje ideal para convertirlo en chivo expiatorio al hallarse encumbrado por su matrimonio, construirse un palacete y llevar un alto ritmo de vida. La inquina nacería de la pura envidia.

Llamémosle presunto inocente para ser políticamente correctos, si bien este protocolo cada vez me incomoda más. Pues se observa que no raramente los jueces dictaminan por una diferencia mínima de votos, sobre todo cuando la causa es de tipo ideológico. Se da el caso de que los votos de un signo proceden de quienes fueron elegidos por uno u otro partido… Luego uno escucha determinadas grabaciones telefónicas o inauditas confesiones de súbita pérdida de memoria y el protocolo de la presunta inocencia acaba desmoronándose. 

Después de todo, uno no es o deja de ser culpable porque lo diga el tribunal de turno. Simplemente hay que actuar como si -una vez dictada sentencia- este señor fuera culpable o inocente. Las sentencias civiles para nada afectan al fuero interno. Reconozco que lo correcto en política y en sociedad consiste en ser consecuente con la sentencia. De lo contrario se instalaría el caos. Reconozco también que si una ley o una sentencia va contra la conciencia personal o contra la justicia evidente es preciso desacatarla en la medida que a uno le corresponda.

El tal Urdangarín, Duque por gracia de su boda con la hija del Rey (otra ganga, la de tener por padre a un rey) es un exjugador de balonmano al que su carrera se le antojó corta y siguió dando pelotazos. Sus excompañeros de equipo cobran al parecer un promedio de 2.500 € al mes. El yerno ha acumulado inexplicablemente una fortuna de 11 millones, según leo en la prensa. Urdangarín, el insaciable, podría llamársele. Parapetado detrás de la Casa Real daba sablazos a diestro y siniestro. Y es que todavía debe funcionar aquello de que “si rechazas mi propuesta te enterarás de quién soy”. Desde luego, lo decía en términos más suaves e implícitos, tampoco vamos a exagerar.

El Duque montó un entramado societario para apoderarse de fondos públicos y privados a través de una entidad sin ánimo de lucro. Se ha sabido que el príncipe azul no hizo el servicio militar alegando sordera. Reconozco sin el menor sentido de culpa que no he leído el libro de Pilar Urbano sobre la Reina, pero sí una cita en la que Doña Sofía dice del yerno: “Es bueno, buenísimo y tiene un fondo espiritual y moral enorme. Un hombre muy sensible, muy bien educado, atento y además espontáneo, alegre y animado”. Sin comentarios.

“La justicia es igual para todos”, dijo el Rey. Cuesta creerlo cuando quienes hunden bancos por su afición a la burbuja inmobiliaria siguen impunes y al retirarse se asignan  sueldos millonarios. Unos dineros públicos que inyectó el Estado al banco precisamente obligado por la ineptitud del Director o por su ambición desmedida.

Confiemos en que la justicia es igual para todos. Aunque se haga cuesta arriba digerir que a la Infanta no se la llame a declarar  “porque nada tiene que ver con el asunto”. Ella que era vocal o secretaria de uno de los organismos y firmaba actas. Ella que ciertamente sabía del palacete y de los pisos comprados en Palma. ¿O quizás desconocía estos datos? ¿O tal vez era la timidez lo que impedía preguntarle a su esposo de dónde sacaba tanto combustible?

Evasión de capital e impuestos, creación de una trama de sociedades que transitaban por el Reino Unido y Belice, facturas sin justificación, cobros exagerados que no se correspondían con las tareas llevadas a cabo. Tales son los cargos que se le imputan al Duque y que otros excolegas han confirmado.

Un personaje tan decidido a la hora de hacer negocios nos sorprende ahora con su actual timidez y súbita pérdida de memoria. Mientras estaba en la cresta de la ola se mostraba valeroso y seguro de sí. Ahora, frente a las consecuencias de su obrar, aparece más bien apocado, si es que no cobarde. No sabe, no recuerda, era su socio quien transgredió la ley, le falsificaron la firma... Desconocía lo que ocurría en sus empresas… Él era una estatua silente que nada veía cuando sus socios saqueaban las arcas públicas. Él sólo pasaba por allí casualmente.

Hoy día el paro, los recortes y la crisis taladran manos y pies de muchos ciudadanos. Para más escarnio no acaba la veta de los saqueos de dinero público y siguen los sueldos obscenos de algunos banqueros y políticos. Los discursos oficiales dicen que los tiempos son recios y todos tenemos que apretarnos el cinturón. No es de extrañar que al Duque le insultaran cuando iba a declarar al juzgado, justamente en una calle cercana a la avenida llamada “Els Ducs de Palma”. Muy comprensible.