El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

domingo, 30 de diciembre de 2012

De Lluc a Montserrat



He visitado numerosos lugares a lo largo de mi vida. Pero recuerdo algunos de ellos de modo especial. Me han transportado, por así decirlo, a una dimensión sorprendente… mística…transcendente…inesperada… Difícil adjetivar lo indefinible. Los lugares los tengo muy presentes: la mezquita de Córdoba, el Palau de la música y Santa Maria del Mar en Barcelona, así como las montañas de Machu Pichu en Perú. 

Las impresiones que causa Montserrat no son del mismo cariz porque aquí la experiencia no se centra en un espacio, sino en un abigarrado conjunto de eventos y de edificios. Los posos de la historia han ido depositándose en el lugar. Pero, sobre todo el camarín de la Virgen, algo en común tiene -a escala- con los espacios citados. 

Pues bien, por unos días he dejado el Santuario de Lluc en Mallorca y, con ocasión de visitar a mis familiares en Navidad, he pasado unos días en Montserrat. Al fin y al cabo Lluc sigue la estela de este lugar emblemático en su identificación con la tierra y la lengua, en la calidad de las celebraciones litúrgicas, el interés por la cultura, la acogida a los peregrinos…

En esta montaña hay un monasterio cuidado por una numerosa comunidad de monjes, una escolanía de niños bulliciosos, varios restaurantes, habitaciones de distintas categorías. Una Iglesia visitada por miles de turistas procedentes de todas las nacionalidades. Un centro turístico de primer orden.

El nombre de Montserrat -monte serrado, en catalán- se asocia a unos macizos rocosos que originan paisajes poco habituales. ¿Qué calificativo se ajusta a las formas que exhibe la montaña? Para mí los adjetivos que mejor le cuadran son el de audaces e imponentes. En efecto, la montaña destaca por sus descomunales peñascos cónicos clavados firmemente en el suelo, alzándose en su verticalidad y se diría que desafiando la pesadez y la rutina de tantos otros paisajes.

Montserrat es un abigarrado conjunto de instituciones. Hay que ir paso a paso para enterarse de lo que ofrece este fabuloso escaparate.  

Escolanía de voces bien educadas

He sido miembro de la coral del santuario de Lluc cuando era de voces mixtas en mi etapa de estudiante de filosofía. Viví muy cerca de la Escolanía recién ordenado de sacerdote cuando di clases a los niños. He regresado ahora para atender a los peregrinos cuando en teoría estoy jubilado. Sé que no resulta nada fácil mantener unas docenas de voces afinadas y en forma. Hay que sostener la atención de los pequeños y se hace preciso alargar las horas de ensayo. 

El espectador con una educación musical mediana goza al escuchar los cánticos de la escolanía. Si tiene desarrolladas las papilas musicales es posible que la escucha le abra una ventana a la trascendencia. Sin embargo los niños –que también tocan instrumentos- no dejan de ser niños juguetones y las hormonas han iniciado su ebullición en algunos de ellos. En Montserrat sólo hay niños. Dicen que el timbre musical cambia al incorporar a niñas. Puede ser, pero en Lluc también cantan un grupo de ellas. Entre otros motivos porque se dificulta tener los cantores precisos procedentes únicamente del género masculino como sucedía años atrás.

La Escolanía de Montserrat es, si no el coro más antiguo de niños cantores, sí uno de ellos. Hay quien lo remite al siglo XII. En todo caso hay documentos del s. XIV que acreditan su existencia. Los muchachos participan en las celebraciones litúrgicas y las plegarias que tienen lugar en la Basílica. Los escolanes reciben una formación musical de alto nivel y no queda atrás la educación humana y la intelectual. No raramente se les solicita para conciertos a lo largo y ancho del mundo. You tube da razón de su larguísimo repertorio. 

Monjes cultos que oran y trabajan 

Los monjes benedictinos que pueblan el lugar -unos 60- tienen encomendada la tarea de que el monasterio y el santuario resulten el escenario óptimo para el encuentro con Dios, la oración, el retiro, la dirección espiritual. Por supuesto que los miembros de la comunidad, como todos los monjes, tienen muy presente la vida de oración, la acogida a los peregrinos y el trabajo manual o intelectual. Ora et labora es el lema que ya echó  a andar S. Benito. El tiempo se aprovecha. Los monjes miraban el reloj de sol y miran ahora el de pulsera. 

Por supuesto, entre los miembros de la comunidad se encuentran intelectuales de primera línea, particularmente profesores y escritores. Es ya inacabable la lista de publicaciones de la Abadía. A mí personalmente me editaron el libro Aproximació al misteri de Déu allá por los años ’80. Hay monjes de mucho prestigio: el mallorquín J. Massot, especialista en la guerra civil, H. Raguer que sabe de salmos, de historia y de periodismo. Lluís Duch es un sabio sólido y macizo que escribe sobre temas enrevesados de antropología. 

Los monjes alaban a Dios y cultivan el silencio, pero también llevan cabo diversas tareas de carácter pastoral, cultural e intelectual: preparación para determinados sacramentos, recepción de grupos, conferencias, celebraciones litúrgicas, confesiones, dirección espiritual, clases, investigaciones, escritos, estudios bíblicos y litúrgicos, edición de revistas, etc. Por supuesto, también andan atentos al buen funcionamiento del monasterio y del santuario y para ello no rehúyen trabajos materiales y artesanales.

La liturgia  marca el ritmo diario de la jornada monástica. Cinco veces al día se reúne la comunidad con este fin. La Eucaristía constituye el momento central de la jornada en el Monasterio y en el Santuario. Muchos peregrinos toman parte en las liturgias monacales. 

Mi propósito era hablar del Montserrat espiritual donde algunos ilustres peregrinos, como S. Ignacio de Loyola, experimentaron fuertes conmociones espirituales. Del Montserrat que venera una Virgen negra, cuya imagen besan miles de peregrinos diariamente, una imagen con mucha leyenda sobre sus espaldas. 

También quería escribir unos párrafos sobre el Montserrat corazón del catalanismo y finalmente acerca de la montaña mágica de la cual han brotado relatos de todo tipo. Relatos de energías misteriosas, de las visitas de Leonardo Da Vinci, de búsquedas del grial por parte de los nazis… Está claro que deberé dejar estos propósitos para sucesivas entradas.  

jueves, 20 de diciembre de 2012

El sabor político de la Navidad


Bien saben quienes están familiarizados con los evangelios de la infancia que sus relatos no pretenden reproducir escenas de carácter histórico. Sin embargo no dejan de proclamar verdades como puños. Sucede con frecuencia: la verdad más genuina no necesariamente se relaciona con el resultado que arroja la matemática o la probeta. 

Determinados relatos imprimen huellas más duraderas en el corazón que la verdad sucinta de un acta judicial o las imágenes sin fotoshop de una fotografía realista. La prueba no hay que buscarla lejos. Desde hace dos mil años en los más apartados rincones de nuestro mundo hay gente que se reúne para festejar el nacimiento de un niño en pañales, gimiendo en una cueva y calentado por el vaho de unos animales.

Los elementos que enhebra esta historia ni siquiera son muy seguros. Sin embargo, no se sabe de grupos que se reúnan para colocar en el centro de su atención un acta bien sellada mientras la ensalzan con cantos y la celebran con dulces. 

El sentimentalismo, un virus navideño

El tópico de que en Navidad se contagia el virus de una sentimentaloide fiebre infantil sigue en pie en numerosos ámbitos y rincones. Tan es así que de pronto los abuelos se movilizan y van a la búsqueda de papel de aluminio y mechones de algodón para fabricar ríos de cristal y nubes blancas. En esta recurrente pandemia infantil de sentimientos y ternuras no faltan los cantos, los abrazos y los dulces.

Bien está todo ello y más aún en tiempos de recortes, de corrupción y de ciudadanos indignados. Bien está siempre y cuando no induzca al letargo y a cruzarse de brazos. Bien está si el conjunto no se reduce a cantarle a la noche silenciosa de la cual brota un bebé de ensortijados cabellos rubios y mofletes color rosado.

La verdad del relato es más profunda y menos azucarada. El pesebre y los pañales remiten a un mundo pobre y frío, a un rechazo hasta el punto de que a una madre embarazada no le queda otra salida que la de alojarse en un establo. 

La dimensión escondida

Esa es la dimensión más escondida de la navidad. Una dimensión política en la que la narración de Belén toma postura en favor de los desprovistos de dinero, de voz y de prestigio. No deja de ser inquietante que al pie del pesebre no estén el gobernador, ni los sumos sacerdotes, ni los sabios escribas. A cambio sí estarán en los días de la pasión.

Las primeras páginas del evangelio se refieren también a una muchacha sencilla que tiene la desfachatez de afirmar que Dios ensalzará a los humildes i humillará a los poderosos. Poco tiene en común con la voz melosa y edulcorada que nos presentan ciertas estampas y relatos sobre la Virgen María, ornamentada con vestimentas azules y aclamada por angelitos rechonchos. 

La noche de paz a que se refiere el más famoso de los villancicos no logra silenciar que el niño tierno de Belén cuestionará los cimientos de su pueblo: el templo, la institución del sacerdocio, la ley. Nada extraño si los poderosos concluyen al cabo que más vale que muera un hombre por el pueblo que no todo un pueblo a causa de un hombre. 

Hijo de Dios, Salvador, Mesías, Rey… son títulos atribuidos a un niño frágil, embutido en harapos y reclinado en un pesebre. Los que no cuentan son los que cuentan en las matemáticas de Dios.

Jesús nació en una época llamada “pax romana”. Una paz parecida a la del cementerio: los poderosos encuentran acomodo y tienen medios para lograr que nadie proteste. El niño pondrá las bases para otro tipo de paz: la “Pax Christi”. Una paz basada en un tipo de relaciones humanas más sinceras y cálidas. En una política más solidaria y participativa. En una economía menos especulativa. 

La historia del niño Jesús no consiste en una entretenida y poética narración para escuchar una vez al año en la Iglesia y celebrarla luego alrededor de la mesa familiar. Es más bien la semilla de la buena nueva. Interpela a los hombres y mujeres de nuestro mundo a la hora de establecer una convivencia más decente. 

El niño de Belén todavía no balbucea palabra alguna, pero su protagonismo en el relato -que ni siquiera casa bien con la historia- advierte que no está de acuerdo con las relaciones opresoras que se dan entre los hombres y mujeres de nuestro mundo. Cuando sea mayor se indignará y protestará.

Ahora bien, levantar la voz y protestar incomoda a quienes tienen la sartén por el mango y han construido el laberinto por el que circulamos. Una tal osadía se paga. He leído en alguna parte que el niño Jesús en el pesebre ya lleva dibujada la cruz en la frente.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Prelados domésticos... ¡Todavía!




Vaya por delante que no tengo absolutamente nada contra quienes hace unos días recibieron en la diócesis los honores de prelados domésticos, capellanes de su santidad, etc. A unos no los conozco, con otros mantengo una relación nunca enturbiada y me parecen personas muy dignas y tratables.

Más aún, tiendo a suponer que los destinatarios de los títulos honoríficos se sienten incómodos ante la situación que les ha sobrevenido. No se trata, por tanto, de atacar a la persona, sino de opinar acerca de los honores que se reparten en la Iglesia de Dios.

¿Condecoraciones para personas que tienen un buen curriculum? Me parece directamente en contra de las recomendaciones de Jesús acerca de que no sepa la mano derecha lo que hace la izquierda. En las antípodas de sus consejos a propósito de no exhibirse con largas túnicas ni ensanchar las filacterias. Una ignorancia culpable del versículo aquel en que prohíbe los títulos y los honores. Véase Mt 23,1-12.

Los obispos no lucen nada bien con sus capisayos colorados. En más de una ceremonia he escuchado detrás de mí a alguien preguntando con sorna qué disfraz era el del señor de rojo. Pero que a quien no es obispo se le conceda como gracia honorífica vestirse como tal, ya resulta esperpéntico. 

Nuestra sociedad laica, light y líquida no está para tales monsergas. Sus hombres y mujeres consideran que las vestimentas y títulos en cuestión no pasan de juegos infantiles, no van más allá de una candorosa vanidad. Ahora bien, los infantilismos  no cuadran en unos señores hechos y derechos, que han ejercido altos cargos de dirección y administración. 

Circulan por nuestras calles personas visceralmente anticlericales a quienes por cierto no les pasan inadvertidos estos hechos. No quieran saber los sarcasmos, las chacotas, los sapos y culebras que salen por esas bocas. ¿Cómo contradecirles? ¿Con qué argumentos?

Creía que este tipo de condecoraciones había caído en desuso. Pues no, todavía hoy, en pleno siglo XXI, en tiempos postmodernos, se conceden tales prebendas. Disculpen si mi afirmación va salpicada de demagogia, pero no me imagino a los seguidores de Jesús, por los caminos de Palestina, distinguiéndose con tan estrafalarias vestimentas. 

Que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Está en los evangelios, pero se ignora la afirmación tranquilamente. Se premian los méritos y para ello se ha creado el cardenalato, los prelados domésticos, los capellanes de su santidad… ¿Quién premia los méritos de la humilde catequista que le roba horas a su ocio y hasta a su familia, para enseñar unas nociones a los niños de la parroquia?

Por lo demás, no se ignoran tan olímpicamente otras frases que se hallan en las mismas páginas. Por ejemplo, la de no separar lo que Dios ha unido. O aquella otra: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Claro discrimen que habría que poder denunciar en algún tribunal vaticano. Hoy por hoy no existe tal Institución, pues sí funciona la Congregación para la doctrina de la fe, pero no la Congregación para la buena conducta. 

Existen vicios ante los cuales uno cierra un ojo, sabedor de que la naturaleza humana tira hacia el placer como la cabra al monte. Pero suelen cometerse en un discreto anonimato. La vanidad de la que hablamos justamente alcanza su punto álgido cuando se despliega ante los ojos de la multitud. Si bien no descarto que alguno, aquejado de narcisismo, se disfrace ante el espejo. Todo podría suceder. 

Por otra parte, es de esperar que se critiquen los premios concedidos como favoritismo de un obispo en pro de determinados clérigos. Y se preguntarán muchos qué esquemas mentales le mueven a un obispo a embarcarse en la dispensación de tales prebendas. Y se preguntarán los destinatarios qué hacer con los títulos. Porque si no es educado renunciar a ellos y despechar al obispo, tampoco resulta honroso aderezarse con los atuendos en cuestión. Lo que se dice un regalo envenenado.   

Acabo con unas disquisiciones sobre las vestimentas eclesiásticas de la alta jerarquía. Convendrán conmigo que no aumentan el grado de santidad de quien las viste o calza. Y si ustedes frecuentan las calles y ámbitos que frecuentan la mayoría de los mortales convendrán igualmente que son motivo de risa, burla o escarnio. 

Se ha suprimido la tiara pontificia, la silla gestatoria, varios metros de los vestidos cardenalicios. Pero todavía queda mucho donde recortar. Ahí sí que los recortes serían del todo saludables y no en los campos donde los llevan a cabo los políticos. 

Se cuenta que el Cura de Ars le obligaron a vestirse la muceta, la cual recibió de mala gana. Días después escribió a su obispo estas palabras: 

la muceta que tuvisteis caridad de darme, me ha causado un  gran placer, pues no tenía bastante dinero para completar una fundación y la he vendido por 50 francos. Por este precio he quedado más que contento (4 de noviembre de 1852).

No hay que prestarse a halagar vanidades. Aunque bien mirado, ornamentarse con colores rojos y escarlatas, mucetas, sobrepellices y armiños, más bien supone una humillación o una grave penitencia. Me temo que poca gente se hallaría dispuesta a emperifollarse con tales prendas
.


 

viernes, 30 de noviembre de 2012

¿Qué hay de la vida religiosa?

 
El tsunami que zarandea a la sociedad, y muy en particular a la Iglesia, afecta evidentemente a la vida religiosa. Puede que el tema no escale las primeras páginas de los periódicos, pero sus miembros piensan, se reúnen, hacen planes, discuten acerca del momento presente que les ha tocado vivir.
 
A principios de los sesenta las comunidades masculinas gozaban de un número confortable de miembros. Quizás seis o siete como promedio. Las femeninas todavía solían ser más numerosas. Pero de pronto cambió la tendencia. Se afianzó la postmodernidad, hubo un Concilio, se clamó por el cambio en el mayo francés de 1968 y el conjunto sufrió una muy notable convulsión. 

Muchas residencias fueron abandonadas. Las casas, los noviciados, las provincias trataron de unificarse. Ellos y ellas fueron acumulando años y perdiendo lozanía. Hoy día hay quien mira a las Órdenes y Congregaciones religiosas como reliquias del pasado condenadas a la extinción. 

Lamentaciones, beneficios y perjuicios

Desde dentro el personal también se pregunta si la vida religiosa tiene futuro. Una respuesta bastante común, y con la que comulgo, dice que sí. Aunque matiza: tendrá que sufrir una fuerte remodelación. Ni el número de los religiosos/as ni sus estructuras seguirán como hasta el presente. Y si se opone resistencia ya se encargará el curso de los acontecimientos de podar todo cuanto resulte menos afín con los objetivos esenciales de la vida consagrada.

Los religiosos/as lamentan que se reduzca progresivamente el número de sus comunidades. Un chasquido de contrariedad se les escucha cuando comprueban que ya no tienen la agilidad que requieren los campos de trabajo. Con pesadumbre y un punto de nostalgia se ven obligados a dejar responsabilidades en la educación, la sanidad, la marginalidad…

Por otra parte también es verdad que en el pasado la vida apostólica de los religiosos no tenía tanta creatividad, ni las diversas órdenes y congregaciones nunca habían estado tan cerca ni trabajado con tanta solidaridad.  

Los jirones de prestigio que la Iglesia ha ido perdiendo por el camino han purificado al personal religioso. Lo han humanizado. La gente ha bajado de su pedestal de grado o por el empuje de las circunstancias. La aureola del renombre y la popularidad se ha desvanecido. Pero los miembros de las diversas congregaciones han ganado en cercanía y cordialidad. Un poco por convencimiento y otro poco por fuerza los religiosos se han purificado y humanizado.

La secularización ha afectado indudablemente a la vida religiosa y sus estructuras. El ocultamiento de Dios en la sociedad y la escasez de los hijos -por citar dos ejemplos- ocasionan que el ideal de la vida religiosa apenas resulte visible. Luego el Concilio proclamó que la santidad no es patrimonio exclusivo de ningún sector, sino que todo cristiano está llamado a ella. Con lo cual cambia la perspectiva de la vocación.

Por fortuna ha calado en profundidad eso de que para ser santo no hay que ser cura, ni fraile ni monja. Todo el mundo está llamado a transitar por el jardín de la santidad, que no es otro que el de las bienaventuranzas. Lo cual deriva en un nuevo beneficio: el religioso deja de mirar por encima del hombro al compañero de viaje, cosa tan evangélica como necesaria. La santidad se ha democratizado. 

Un futuro más evangélico

Dado que los miembros de la vida religiosa se reducirán drásticamente -todavía más- es muy razonable esperar que sea más genuina y auténtica. El número, la multitud, suele bajar el nivel en cualquier campo. Mucho más en el que nos ocupa, tan exigente, y en el que entran en juego experiencias nada comunes. Entonces ya nadie ingresará en una comunidad para mejorar su status. El prestigio, el dinero y la buena vida no se encontrarán precisamente en este terreno. 

Es muy posible que el futuro apunte a la unión de distintas comunidades que ponen en marcha algún programa de colorido evangélico: ayuda a los marginados, colaboración con caritas, acercamiento a los sin techo, acompañamiento en un pueblecito abandonado, equipo de denuncia, dirección de un centro de peregrinación….

Incluso -por qué no- puede que cuajen experiencias de comunidades mixtas. Sí, de hombres y mujeres, de católicos y protestantes, célibes y casados... En el pasado ha habido experiencias que no tuvieron un final feliz. Quizás no se reparó suficientemente en las exigencias de la condición humana. Pero las experiencias frustradas sirven de lección para el futuro.

 
Los religiosos/as del futuro no tendrán mucho que perder en cuestión de dinero o prestigio. Precisamente por ello podrán denunciar situaciones injustas y disentir incluso de la misma jerarquía sin romper la comunión. La disensión, de todo punto inevitable, no debiera causar tanto miedo.

Es sabido que ciertas diferencias se disuelven en una sobremesa. Cuando uno se aleja y deja de dialogar las cosas se complican y la fraternidad se resiente. Es preciso acudir a gestos tan elementales como tomar un café juntos, charlar ampliamente en la mesa común, enviarse un correo electrónico felicitando el cumpleaños…

Pienso finalmente que la vida religiosa femenina servirá de guía a los institutos masculinos. Su visión de la vida más cercana a la gente y a los detalles, al sentimiento y a lo que sucede alrededor, propiciará que sus soluciones resulten más válidas. Ellas conducirán, como Moisés, a la vida religiosa mientras atravesamos el desierto.

martes, 20 de noviembre de 2012

Inflación de misas


Se celebra el patrono de un colectivo y el cartel notifica que se celebrará una misa oficiada por X (de canónigo para arriba, normalmente) y le seguirá un “vino español”. Y así van de bracete las misas con los vinos. Muchos años llevamos con esta rutina. 

Tal parece que la misa hace las veces de comodín para un abanico de acontecimientos y celebraciones. Hay misas para todo. Para pedir lluvia y para dar gracias en el aniversario de una antigua victoria militar. Para sacar almas del purgatorio y para honrar al santo patrón. Misas en campamentos de adolescentes y misas con autoridades de cuerpo presente bajo un toldo protector.

Ha habido misas de sanación y misas de alabanza. Para el inicio y para el final de curso. Para honrar al Director del Colegio y para festejar al Fundador de la Congregación que lo dirige. Misas para cerrar compromisos matrimoniales seguidas de un enjundioso banquete y Misas para acompañar a la familia del difunto.

Hay también misas rocieras y criollas, en latín y en gregoriano. Misas tridentinas y renovadas. Misas privadas y misas pontificales con obispo incluido. Misas para recuperar la salud o para pedir una precisa gracia.

Antes del Concilio uno lamentaba también la excesiva abundancia y además se ruborizaba al contemplar el clima en que se celebraban. Había misas rezadas y cantadas, con diácono y subdiácono, para difuntos ricos y difuntos pobres. Misas de comunión general y otras sin comunión.

¿Misa o Eucaristía?

¿No habremos desvirtuado la herencia de Jesús de Nazaret que estaba muy lejos de pensar en una tal gama de misas cuando, en la última cena, rompió el pan y repartió el vino? La reunión dominical que ansiaban los primeros cristianos ha evolucionado con el tiempo en un self service de misas de todas las categorías y acomodadas a todas las circunstancias.  

Para mí que las misas/comodín ya no se identifican con la Eucaristía. Ésta se celebró en el clima de una despedida de amigos. Consistió en un ritual en el que el Maestro se entregaba a través del pan y del vino. Quienes participaban contenían la respiración en aquel momento solemne y emotivo.

Luego la misa se ha convertido en el recurso para rellenar fiestas, celebraciones y situaciones varias. Permite salir del paso sin forzar la imaginación. Sin embargo, en principio es un “memorial”. Ésa es la palabra técnica para hacer mención del recuerdo/actualización de la entrega que hizo Jesús de su cuerpo y sangre en un rito simbólico y de contenida emoción.  

Si los signos sagrados no ayudan a entrar, a través del simbolismo, en el mundo de las realidades invisibles, aquellos se quedan en gestos mágicos, en ritos incomprensibles. Constituyen una exhibición para liturgistas deseosos de protagonismo. En tales circunstancias el pueblo se metamorfosea en público y los agentes pastorales se convierten en actores. Entonces no suele hablarse de Memorial ni de Eucaristía, sino de misa. Dirán que son sinónimos. Quizás sí, pero a mí me suenan distintos…

 Ahora bien, para celebrar una fiesta popular o el nombramiento de un coronel o el onomástico de un Director de Colegio no son necesarias alforjas de tanta trascendencia. De otro modo se dispensa abusivamente lo que debiera dosificarse con esmero. La inflación degrada el objeto que la padece. Cuanto más abunda una realidad tanto menos se valora. 

Situaciones límite

Así llegamos a desnaturalizar incluso lo que el Concilio describió como fuente y cima del cristianismo. Un botón de muestra entresacado de los periódicos.

El cura de la parroquia de Xestoso, en el municipio coruñés de Monfero, admitió haber dado positivo en un control de alcoholemia de la Guardia Civil, aunque precisó que ello se debió al vino de misa ingerido tras haber oficiado varios actos religiosos. El párroco solicita a los responsables eclesiásticos que estudien soluciones al problema que se plantea a los sacerdotes que tienen que oficiar misas en distintas parroquias y para ello trasladarse en vehículo. El cura explicó que para atender a sus compromisos religiosos tiene que oficiar hasta seis misas en un solo día, lo que le obliga a recorrer en su vehículo unos 80 kilómetros.

Más allá de la situación trágico-cómica, ¿con qué devoción puede celebrarse la misa número seis de la serie en un mismo día? No es el momento de sugerir soluciones a este problema que clama al cielo. Porque la Eucaristía es fuente y cima de la comunidad eclesial, pero se imponen muchas condiciones menores antes de poder celebrarla… Aparquemos el tema, que no es el momento, como tampoco el de tratar la acusación generalizada del aburrimiento que generan las misas y volvamos al surco.

Estos párrafos pretenden hacer caer en la cuenta de que la misa se prodiga en exceso. Resultaría muy oportuno que se impusieran actos y/o paraliturgias alternativas que sustituyeran la misa cuando el ambiente en que ésta se celebra no se corresponde con su naturaleza. Mi tesis podría formularse así: la inflación de misas degrada -desvaloriza, si molesta el vocablo- esta celebración. Como la inflación de la moneda disminuye su valor. Recurramos, pues a ellas, cuando la situación y el clima lo requiera.

No soy el más indicado para elaborar una lista de actos alternativos a la misa dependiendo de la fiesta o la situación a celebrar. Simplemente se me ocurre que existen himnos y poesías para recitar, cánticos escogidos para la ocasión, lecturas bíblicas que pueden ser comentadas, símbolos elocuentes a desplegar… Hay que darle duro a la imaginación para no caer de bruces en la rutina.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Reflexiones poco reverentes 50 años después


Después de cuatro artículos sobre el Concilio, a distancia de 50 años, iba a dar por terminado el tema. Sin embargo, a lo largo de las lecturas se me han ocurrido algunas reflexiones irreverentes. Tampoco demasiado, no crean, que uno está bastante domesticado.
Si me dirigiera a la gente joven hablándole del tema y de los aires nuevos que pretendía introducir en la Iglesia la magna asamblea, posiblemente me mirarían desconcertados. ¿Aire fresco en las estancias eclesiales? Considerarían la afirmación como una paradoja, una contradicción, un oxímoron que se dice ahora. Y tiendo a pensar que algo de razón les asistiría sólo con revisar mentalmente las vestimentas y los artilugios con que adornan sus cabezas connotados personajes eclesiásticos.
¿Y qué palabras -a propósito del Vaticano II- saldrían de boca del escaso tanto por ciento de los bautizados que asisten normalmente al templo los domingos? Probablemente no podrían opinar con detalle ni ilustración sobre el particular, pero se referirían, al menos los mayores, a los cantos acompañados con guitarras, los bautizos y comuniones que ya no se celebran en solitario, la comunión en la mano, la charla de primera comunión para los padres…
El anhelo de un gran cambio…
Mi opinión es que el Concilio cambió el rumbo de la Iglesia. ¿Reforma y no ruptura? Califíquenlo como mejor les parezca, pero el hecho es que los cientos de folios preparados por la Curia fueron a parar a la papelera sin remisión. Los PP. Conciliares desvencijaron y desarticularon los planes de los curiales. Con gran dolor de éstos, por cierto, que murmuraban palabras poco amistosas. Entre otras lindezas decían que las aguas volverían a sus cauces porque “los obispos se van y la Curia se queda”.
El Concilio puso patas arriba las ideas y los hechos que hasta entonces circulaban con ademán prepotente por los circuitos eclesiásticos. El Concilio declaró algo que para muchos personajes que pisaban moqueta y vestían color púrpura resultaba inaudito. ¡La Iglesia era el Pueblo de Dios! Luego, en segundo término, se hablaría de los ministros que son los que sirven, como su nombre indica, y no de los que mandan. En todo caso mandan en la medida que sirven.
Esto era la revolución. Desde siempre el Papa se citaba en primer lugar, los obispos a continuación. Seguían los presbíteros, los religiosos, las monjas… Pues ahora se decretaba que lo primero era el Pueblo de Dios. Vaya desfachatez, pensaban algunos, y no dejaban de expresarlo en la intimidad.
Sigo con mis ocurrencias. Afirmar que la Iglesia está formada por el Pueblo de Dios equivale a dar la palabra a todos los bautizados. Pero seamos realistas. La gran mayoría del Pueblo de Dios da la impresión de no estar muy convencido de ello.
Durante muchos siglos se les ha dicho que conformaban un rebaño -de ovejas, para ser más precisos- alargando en exceso e indebidamente la metáfora bíblica. Ahora bien, un rebaño de ovejas está compuesto por animales sociables, dóciles y complacientes. Además las ovejas son generosas porque producen pieles que abrigan y carnes que alimentan. Son animales gregarios que no contemplan siquiera la posibilidad de desobedecer. El rebaño lo controlan unos perros ladradores pendientes de que ninguna oveja se desmande. Lo hacen por su bien, claro. Podrían descarriarse y ser devoradas por el lobo.
Puntualicemos, sin embargo. Un rebaño no es lo mismo que una comunidad, pues ésta la forman un conjunto de personas que piensan, opinan y deciden en lo que les afecta. La comunidad eclesial es un conjunto de hermanos que tratan de seguir las bienaventuranzas.  
Cincuenta años después de que el Papa bueno -de cuerpo obeso y cara de abuelo- convocara un Concilio todavía el rebaño no ha llegado a alcanzar el status de comunidad. Los pastores no quieren perder su puesto y prefieren seguir cuidando ovejas. Por otra parte tal parece que el rebaño no tiene prisa en pasar por el proceso de metamorfosis que lo convierta en comunidad.
… Un cambio que no ha cambiado gran cosa
Los papas han dicho que hay que remar mar adentro y no tener miedo, que el Concilio es una brújula segura. ¿Lo dicen con la boca pequeña? En todo caso los patrones de conducta, el sistema clerical y el concepto de Iglesia no han cambiado gran cosa respecto de los tiempos previos al Concilio.
Sin embargo, sí ha cambiado de pies a cabeza la sociedad en que nos movemos. Los soñadores se han retirado de la política. La economía se ha hundido en la crisis. La gente protesta porque los banqueros siguen sin ir a la cárcel y los honrados ciudadanos tienen que rescatar los bancos con los dineros fruto de sus sudores.  
Desde la fecha simbólica del mayo del 1968 la autoridad ha perdido el prestigio, la sexualidad se ha banalizado, las instituciones padecen la descalificación y la mayoría sospecha de las grandes ideas y relatos.
En este mundo convulso, la Iglesia parece mirar a otro lado. Sus documentos y sus proyectos tienen poco en cuenta la cruda realidad de la violencia, la miseria, la marginación, el maltrato. Gran parte de la gente se ha instalado en el ateísmo o el escepticismo. Pero las preocupaciones de las jerarquías elaboran  normas sobre sexualidad, abundan sobre los ritos litúrgicos, preparan futuras pastorales…
Algunos confunden la Iglesia con partidos conservadores y complacientes con los ricos a la vista de ciertas complicidades. Otros pertenecen a una especie de burguesía espiritual endulzada a base de comuniones. Ahora bien, como afirmó el Concilio, la Iglesia es signo e instrumento del Reino. Un Reino nacido para ser luz de la humanidad, juicio para los corruptos y estímulo para los durmientes.
Todas estas cosas las digo con un cierto estilo irreverente. No es habitual como pueden apreciar los lectores del blog. Por lo demás, lejos de mi intención desanimar a la gente. Bien al contrario, estas líneas pretenden ayudar a abrir los ojos y finalizar la siesta. Así sea.

martes, 30 de octubre de 2012

A vueltas entre la continuidad y la ruptura


El 11 de octubre, tras intensos trabajos preparativos a diversos niveles, inició el Concilio Vaticano II con una procesión de obispos jamás contemplada. Juan XXIII lo había convocado y era quien tenía la última palabra sobre el desarrollo de la Asamblea.

Un Concilio católico y universal como ninguno

Además de los obispos diocesanos y titulares allí estaban los superiores generales de congregaciones de derecho pontificio con más de 3000 miembros. Los expertos y teólogos invitados por el Papa podían participar en las congregaciones generales e incluso, si se les solicitaba, intervenir en el aula o en la redacción de esquemas para las diversas comisiones. Los observadores sólo tenían voz en las congregaciones generales y sesiones públicas. Los peritos invitados por cada obispo no podían participar en las congregaciones generales.

Fue el concilio más grande en cuanto a cantidad. El de Calcedonia contó con unos 200 participantes y el de Trento, unos 950. En cuanto a catolicidad fue la primera vez que participaron de modo sustancial los obispos no europeos, sobre todo africanos y asiáticos. Sólo faltaron los obispos chinos y polacos por imposición política de sus gobernantes.

Teólogos de gran altura fueron invitados del Papa como consultores, no como miembros plenos (Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng, Gérard Philips). Podían escuchar aunque no hablar en el aula, pero mantenían influencia en las comisiones.

Hubo Consultores de Iglesias ortodoxas e Iglesias protestantes. También Observadores, y católicos laicos. Se dio participación como observadores a periodistas de muchas publicaciones. El hecho de que hubiera invitados de diversas clases fue uno de los aspectos más innovadores del Vaticano II.

Un acto del magisterio de tal categoría no debería ser ensombrecido por intereses ideológicos. No es de recibo rebajar la importancia del acontecimiento eclesial más importante del siglo XX y lo que llevamos del XXI. La asamblea conciliar iniciada en 1962 no tiene parangón con ninguna anterior en cuanto a participación, universalidad y calidad teológica.

Interpretar, que no manipular, el Concilio

Estos datos hay que tenerlos muy en cuenta al hablar de la interpretación del Concilio. Se ha dicho que no debe interpretarse en clave de ruptura, sino de continuidad. Si de ahí se infiere que no es lícito sacar conclusiones contrarias al evangelio o a sanas tradiciones universalmente aceptadas y de notable antigüedad, plenamente de acuerdo.

Sin embargo la dialéctica entre continuidad y ruptura en ocasiones disimula la intención de diluir toda novedad. Y lo cierto es que el Vaticano II respiró un espíritu muy novedoso en la Iglesia: el aggiornamento, la necesidad de conectar con el mundo, antes que condenarlo. La urgencia de la acogida y la misericordia dejando atrás la severidad y la censura. El por qué de la convocatoria, la intención y el espíritu conciliar son datos a tener en cuenta a la hora de la exégesis. El texto debe leerse según el espíritu de su autor.

La libertad religiosa, la colegialidad, la liturgia cercana al pueblo, la solidaridad con las alegrías y angustias del mundo, el concepto de Iglesia como pueblo de Dios…. Estas cosas resultaron un tanto novedosas en el momento.

Vaticano II: entre la continuidad y la ruptura

¿Acaso habrá que diluir estas novedades en aras a una continuidad que ni siquiera se remonta a los orígenes? Porque, por poner un ejemplo, la Eucaristía postconciliar tiene muchas más semejanzas con las de los apóstoles que con las de los años ’50. Los Apóstoles no daban la espalda al público, ni hablaban una lengua ajena a la de los presentes. De manera que invocar una continuidad muy discutible para aniquilar una ruptura que regresa a los orígenes supondría una verdadera traición al Concilio. 

Si todo lo afirmado por el Vaticano II debe ser homologado en el marco de la continuidad (que rompe, por cierto, a la de los orígenes) entonces ya dirán para qué sirvió convocar un Concilio.

Jamás en la historia tuvo lugar una asamblea tan numerosa, representativa, participativa y bien preparada. Ni de lejos puede compararse con los Concilios de los primeros siglos. Un tal esfuerzo, ¿debe dejar de valorarse  simplemente porque aportó nuevos puntos de vista y llamó a un mayor entendimiento con los contemporáneos?

Existe, sin duda, una tendencia poco amiga de valorar los aportes conciliares. Sus representantes prefieren hablar del Código de Derecho Canónico y del Catecismo posterior al Concilio afirmando que tales obras son frutos de la magna asamblea. Pero al lector un tanto familiarizado con estos temas no le escapa que el clima difiere sin apenas disimulo. Dicho sea de paso: en el catecismo no se hace una alusión siquiera al hecho de la evolución. ¿Cómo dialogar con el mundo actual desde tales presupuestos?

De todos modos no habría que permitir la entrada al desánimo. Cada creyente, cada parroquia, arciprestazgo y diócesis gozan de un amplio margen de acción a la hora de vivir el mensaje conciliar. Y muchísimos cristianos de base son favorables a las líneas del Vaticano II. Bastaría que un líder carismático se sentara en la silla de Pedro para que en poco tiempo las ideas de numerosos obispos y presbíteros recuperaran el sabor del Concilio.

Puede que no sea políticamente correcto decirlo, pero el hecho es que un gran número de agentes pastorales quizás no tengan mucho apego a sus ideas. Sus oídos prestan enorme atención a lo que procede de arriba. De ahí que cambiaran sin dificultad sus postulados.

sábado, 20 de octubre de 2012

De la Iglesia Piana a la de Juan XXIII

 
Pio XII en la silla gestatoria. Jerárquico, hierático.

Apenas tres meses después de su elección Juan XXIII asombró al mundo al anunciar la decisión de convocar un Concilio. No se esperaba que un Papa considerado de transición fuera a tener una tal iniciativa.  
Los cardenales recibieron la noticia con un silencio impresionante, escribió el mismo Papa. Y es que muchos de ellos pensaban que era del todo innecesario. ¿Acaso el Papa no había sido declarado infalible? ¿Y no había un teléfono con el cual comunicarse a lo largo y ancho del planeta? No les parecía oportuno un Concilio que podía desestabilizar el status quo. Tal era el pensamiento generalizado en la Curia. Sin embargo, el anuncio obtuvo gran eco en la opinión mundial.

Una Iglesia encerrada en si misma
En los años ’60 latían grandes acontecimientos con su intenso significado: Kennedy, Luther King, elección de Juan XXIII, Gandhi, Mayo francés... La década de los 50 se había caracterizado por su fuerte ideologización y clima de guerra fría. Todavía coleaba la batalla dirigida contra el modernismo. La teología dejaba de lado la pastoral y la espiritualidad. Despedía un tufillo excesivamente racional y académico.

Los mejores teólogos eran censurados uno tras otro. Los que luego serían el alma del Concilio, por cierto. Era del todo exagerada la animadversión contra cuanto pudiera parecerse de lejos al comunismo. No escapaban de la condena quienes adquirían compromisos de carácter social. Los curas obreros, por ejemplo. El movimiento de la Acción Católica y numerosos Seminarios pugnaban en pro de una mayor apertura.
Se comprende que, tras tantos años de inmovilismo, muchas zonas geográficas de la Iglesia estuvieran en ebullición. El magisterio cercenaba las ideas que se antojaban novedosas, pero los estudios de los movimientos bíblico, patrístico y litúrgico se iban imponiendo con argumentos coherentes y convincentes.  

Un cambio de clima
El anuncio del Concilio supuso  una sacudida profunda. Quienes se sentían marginados se animaron ante un horizonte más acogedor. Un intenso clima de búsqueda se apoderó de los estudiosos. Numerosos creyentes suspiraban por una Iglesia de mayor comunión y sintonía con la sociedad. Se deseaba ir más allá de una proclamación de la fe limitada por las estructuras y el vocabulario escolástico.

En este clima llega el anuncio de Juan XXIII. La Constitución que convoca el Concilio y el discurso de apertura marcan los objetivos del mismo y el conjunto debiera leerse desde estas claves. Tal es el horizonte que permite su correcta interpretación.
¿Qué decía Juan XXIII en estos escritos y discursos previos a la magna asamblea?

1. Que la Iglesia no debe permanecer como espectador pasivo, sino tratar de resolver los problemas de sus contemporáneos.  
2. Que había que dar cabida a una mayor preocupación pastoral. Había que encontrar un nuevo estilo y vocabulario con el que articular la fe de siempre y que fuera entendido por las sociedades del momento.

3. Que era preciso abandonar el oficio de profetas de calamidades y mirar el futuro con esperanza. Nada de condenar a diestro y siniestro, sino más bien mirar los aspectos positivos de cuanto acontece.
4. Que la Iglesia estaba llamada a reformarse y a señalar la trascendencia, pues se iba opacando ésta y creciendo el ateísmo.

5. Que convenía promover una mayor diálogo entre las diversas confesiones e incluso religiones.
6. Que el tiempo de la severidad y las condenas debía ser superado. Mejor sería usar el remedio de la misericordia y el diálogo.

Estas cosas, entre otras, afirmaba el Papa. Con estas claves había que iniciar el Concilio y con las mismas, a mi entender, hay que leerlo. Luego pasarían muchas cosas y se entablaría una lucha poco disimulada entre la mayoría de los obispos y una minoría liderada por la Curia vaticana.
El Vaticano II es el acontecimiento más decisivo de la Iglesia en los últimos 140 años, justamente desde el Vaticano I. Pero no tenía que ser la continuación del anterior, pues su enfoque y contenido distaba mucho de lo que proponía Juan XXIII.
 
El comienzo de la Asamblea tuvo lugar el 11 de octubre de 1962 y se clausuró el 8 de diciembre de 1965. Se desarrolló a lo largo de cuatro sesiones. La lengua oficial fue el latín. Lo presidieron Juan XXIII y Pablo VI. Participaron 2.450 obispos, con un promedio de 2.000. Se discutieron muchísimos temas, se promulgaron cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres Declaraciones.

Se trató del Concilio más representativo en cuanto a lenguas, razas y naciones. También asistieron miembros de otras confesiones.
Juan XXII, llamado el Papa bueno. Sencillo,
campesino y con un enorme carisma.
 


miércoles, 10 de octubre de 2012

El Vaticano II y la revolución del '68

 
 
En el artículo anterior me refería a la importancia y la valentía que demostró el Concilio Vaticano II, así como a su progresivo desvanecimiento. Ahora toca decir que, no obstante la importancia de la magna asamblea, los tiempos le jugaron una mala pasada. El Concilio comenzó en 1962 y seis años después (1968) emerge la fecha simbólica de una revolución que puso los valores y las estructuras de Occidente patas arriba. El Concilio tenía sus raíces en la modernidad, mientras que los tiempos ya habían alcanzado la postmodernidad.

Para comprender a fondo la marcha del postconcilio -de cuyo inicio se cumplen 50 años- es del todo necesario tener en cuenta lo que pasó inmediatamente después de concluirse y cómo la situación influyó en el desarrollo posterior.

1968 es una fecha emblemática. Dicen quienes saben del tema que quizás haya que darle una importancia similar a la de la revolución francesa o rusa. De hecho trastocó los valores de la sociedad y sus estructuras sociales. Marcó el comienzo de un nuevo sistema de valores y de interpretación de la vida humana. Bien cabe decir que constituye el inicio de la posmodernidad.

El Vaticano II respondió a los interrogantes y retos de la sociedad occidental en el año 1962. Los problemas y las respuestas tenían sus raíces en los trabajos de los teólogos y pastoralistas de los años 30, la mayoría de los cuales procedían de los países de Europa central.

Tales países se habían reconstruido tras el desastre de la guerra cuando la Iglesia ocupaba un lugar importante en la sociedad. Disminuía el número de católicos, pero no de manera alarmante. La Iglesia contaba con un clero fiel, un episcopado bastante ilustrado e identificado con los partidos demócrata-cristianos.

Existen datos suficientes para recomponer el escenario del momento. Había sectores eclesiales comprometidos con el progreso y las inquietudes de la sociedad, poco permeables con la visión de Pío XII. El Papa era apoyado por países tales como España, Portugal, Italia y la mayoría de los de América Latina. No precisamente los países más ilustrados, democráticos y con ansias de progreso.

De todos modos los conflictos, más o menos latentes, no tocaban a fondo los dogmas ni la moral de siempre. Se centraban en la comprensión de la sociedad del momento. Básicamente estaba en cuestión si había que dar paso a un mayor diálogo y democracia o no. 1968 alude a un tornado, un cambio de época, que cuestiona los dogmas, objeta la moral, rebate las estructuras e instituciones de la Iglesia y la sociedad.

Las soluciones que propuso el Concilio sintonizaban bien con el mundo que agonizaba, pero poco tenían que ver con el mundo que emergía. Las manifestaciones de los estudiantes se reprimieron con relativa facilidad, lo cual llevó a pensar que la revolución quedaría en un episodio pasajero. Sin embargo, marcaba el comienzo de una nueva era, de la posmodernidad, de una nueva sensibilidad y unos valores emergentes.

 Los grandes hitos de la revolución

1. La fecha simbólica de 1968 crítica la autoridad en general y desconfía de las estructuras. La Iglesia tiene mucho de autoritaria y en ella influye enormemente la estructura. Resultó especialmente atacada. La propuesta del Vaticano II era totalmente insatisfactoria por insuficiente ante el nuevo panorama.

2. No son de recibo los sistemas que pretenden acumular toda la verdad. Una tal actitud se interpreta como manipulación e intento de dominación intelectual. Como es de suponer, los dogmas, el magisterio y la moral de la Iglesia quedan bajo sospecha. Las nuevas generaciones están dispuestas, en todo caso a dialogar y discutir las propuestas, pero no a aceptarlas en bloque.

3. Llega la hora de la revolución feminista. La píldora controla los nacimientos. Las mujeres se liberan de la maternidad no deseada y pueden dedicarse con más fervor a su carrera, a su trabajo. Consideran que han mejorado sus perspectivas y que les asiste todo el derecho a elegir su propio estilo de vida.

Es obvio que la Biblia nada enseña sobre la píldora. Mientras los episcopados más progresistas y los teólogos consultados por el Papa decían que no se podía condenar, Pablo VI se dejó impresionar por los más tradicionalistas y escribió la Humane Vitae que erosionó y desacreditó el magisterio en muchos ámbitos.

Numerosas fueron las mujeres católicas que se sublevaron. Dejaron de transmitir la religión a los hijos y apareció una generación que lo ignoraba todo del cristianismo. La encíclica no seguía precisamente los senderos de colegialidad marcados por el Concilio. Nada parecía haber cambiado.

4. El consumo de bienes y servicios era moderado hasta la fecha que nos ocupa y los ricos por lo general no exhibían su riqueza. En todo caso los medios de comunicación eran menos poderosos e influyentes. Poco a poco el trabajo dejó de ser el centro de la vida para convertirse en una posibilidad de mayor consumo. El trabajo permite el consumo y la propaganda lo estimula. Se puede comprar sin pagar inmediatamente. Se quiere todo y ahora mismo.

5. El capitalismo se descontrola. Los héroes son los que poseen dinero. Los dueños del capital hacen lo que les viene en gana. La economía adquiere tintes artificiosos que pueden conducir a la crisis. La Iglesia trina contra el comunismo y tiene poco que decir contra el capitalismo injusto. La doctrina social permanece generalmente envuelta en la nube de la abstracción.

Evidentemente, nada de esto lo provocó el Concilio, como algunos afirman quizás con mala intención y por motivos ideológicos. El hecho es que esta revolución cultural de Occidente tuvo graves repercusiones en la Iglesia. El efecto más visible fueron los 80.000 sacerdotes que abandonaron el ministerio.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Hubo una vez un Concilio...



El próximo día 11 de octubre se cumple medio siglo del inicio del concilio Vaticano II. El mundo en general, y la Iglesia en particular, tienen más bien poco en común con pasados lustros por lo que se refiere al entusiasmo, la utopía, la imaginación y el diálogo. Sin embargo, no cabe ignorar el peso que tuvo la magna asamblea, el acontecimiento de mayor relieve eclesial del siglo pasado y de lo que llevamos del presente.  

Una dosis de valentía

El Concilio tuvo la valentía de emprender cambios y reformas. Se necesita gran ilusión, un fuerte dinamismo y no escasa capacidad de sacrificio para ello. Porque cambiar y reformar equivale a estimular a unos que se levanten de su silla, a otros que abandonen sus rutinas, a los de más allá que dejen de esperar en el escalafón e inventen algo más novedoso. Ahora bien, por lo general, los seres humanos defienden con ahínco sus privilegios, las posiciones tomadas, las seguridades que les ahorran sobresaltos. Por consiguiente, hay que esperar contradicciones y resistencias a toda voluntad de cambio y de reforma.

Juan XXIII, y buena parte de los Padres conciliares, tuvieron muy presente la exhortación del Maestro: no tengan miedo. No se limitaron a decirlo o escribirlo, sino que actuaron sin temores ni recelos. Muchos, y muy cerca de la silla de Pedro, no creían en la utopía del Pontífice, no se fiaban de que fuera mejor perdonar que condenar.  

Las corrientes de aire que se colarían por las ventanas abiertas podían ocasionar nefastos resfriados a los habitantes del interior. Caminar a la intemperie con los demás hombres y mujeres -compañeros de camino- expuestos al polvo y a las heridas, se le antojaba a buena parte del personal más arriesgado que permanecer quietos, a buen recaudo. Aunque hubiera que pagar el precio de un ambiente enrarecido y el peligro próximo de enmohecimiento.

Tomar partido

Tomar partido fue otra de las características del Vaticano II. Tomó partido por el ecumenismo, por los laicos, por los marginados (aunque tímidamente), por los valores humanos, por la autonomía de la ciencia y de la política, etc. En consecuencia se comprometió a fondo en el diálogo con todas las instancias del mundo moderno.

Hoy día vivimos otras circunstancias. Priva más bien el temor a las consecuencias negativas de lo que eventualmente podría pasar caso de uno definirse con demasiada claridad. Existe el miedo a las represalias sutiles o declaradas en contra de los que no siguen dócilmente los programas elaborados previamente en instancias superiores.

Los jesuitas asesinados en El Salvador, gloria del Pueblo de Dios, el mismo Monseñor Romero, y tantos otros mártires en la avanzada del cristianismo, no provocan entusiasmo en los grandes centros eclesiásticos. Los personajes claves de la Iglesia más bien defienden la restauración y la disciplina. Los hombres entregados y arriesgados suelen vivir hoy día en la periferia, el desierto o la frontera, por usar un vocabulario bastante común entre los religiosos.

Lo penoso del asunto es que la Iglesia se ha visto convulsionada y desgarrada a causa del cisma. No del hipotético cisma promovido por estas personas sospechosas y vigiladas, sino justamente por los hombres que todavía exigen más seguridades, dosis masivas de derecho canónico, y férrea disciplina. Ningún teólogo de la liberación ha tenido la ocurrencia de organizar un cisma. Pero el obispo Lefèbvre sí amenazó, chantajeó con él y al final lo puso en marcha. Y no obstante los puentes puestos a su disposición, ellos se mantienen en sus trece. Se diría que en las altas esferas desasosegaba más la imagen del obispo Casaldáliga en mangas de camisa que Monseñor Lefèbvre vestido de seda colorada y con un cisma bajo el brazo.

Confiar en los semejantes.

El Concilio siguió las huellas de Jesús: habló de levadura en el mundo, otorgó confianza a los fieles, se animó a lavar los pies de los hombres, no apedreó a las adúlteras, no pasó de largo ante los Zaqueos, ni las Magadalenas del momento. Tocó a los leprosos y consoló a las madres que lloran la muerte de sus vástagos. Un documento empapado de voluntad de diálogo y de afán de tender la mano lo puso en evidencia: la constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo actual, conocida como Gaudium et Spes.

Luego cambiaron las sensibilidades. Una larga lista de pensadores creyentes tuvo que acudir, a lo largo de la década de los ochenta, y ya con anterioridad, a un poco glorioso tribunal para dar cuenta de sus ideas. 

El Concilio quiso ser un despertador, un toque de alerta. Tuvo el coraje de convocar a unas tareas apasionantes. Pretendió sacar las legañas de los ojos que impedían ver las cosas claras y nítidas. Quiso descostrar el evangelio para dar con la capa más original y auténtica.

En las realizaciones se cometieron errores o se dijo que se cometieron errores. El péndulo dio en el extremo opuesto. Los hombres que manejaron las riendas usaron los términos del Concilio, pero introdujeron en ellos un pensamiento ajeno al mismo. Apelaban a una hermenéutica de la continuidad, a una restauración y sabían muy bien hacia donde querían ir.

La brújula apuntó a horizontes contrarios. La sensibilidad perdió agudeza y dejó de apreciar la novedad, la imaginación. Apareció un Código de Derecho Canónico en la década del ochenta y un Catecismo en la década de los noventa que, sin necesidad de profundos estudios en el laboratorio de la teología, diferían declaradamente del ADN conciliar.

Hubo una vez un Concilio...

jueves, 20 de septiembre de 2012

A los críticos en el anonimato


 
Innumerables persianas y cristales han sido destrozados por las tejas troceadas que hacían las veces de proyectiles. Al reloj de la fachada se le ven las entrañas de metal. Muchos árboles, algunos de ellos centenarios, yacen abatidos o con las ramas desgajadas. Hasta hace poco casi no se podía entrar ni salir de los porches, tanta era la runa acumulada.
A la vista de este panorama sobrevenía una infinita tristeza. Años de esfuerzos y trabajos destruidos en pocos minutos. Generaciones comprometidas en hacer de Lluc un lugar amable y acogedor, se sentirían frustradas si levantaran la cabeza.
La tristeza, sin embargo, se desvanecía pronto al experimentar la solidaridad y colaboración de seres humanos de corazón generoso y magnánimo. A Lluc han subido los bomberos, los guardias y otras instituciones de servicio público, así como connotados personajes del mundo de la política. Quizás tenían una cierta obligación. Agradecemos su atención y en ocasiones incluso su exquisitez.
Otros no tenían obligación alguna de personarse. Unos trabajadores del santuario se presentaron a las 3:00 de la madrugada al enterarse del hecho, sin que nadie les llamara. En cuanto amaneció, numerosos amigos, conocidos y personas que aman el lugar, quisieron ver el desastre con sus propios ojos y solidarizarse con nosotros. A todos ellos, un reconocimiento sincero y efusivo.

Amparados en el anonimato

Desgraciadamente la historia no termina aquí. Leyendo los comentarios de los diarios digitales hemos topado con gente -digamos- poco digna. Desde el anonimato de su habitación hacían comentarios que reclaman una amplia gama de adjetivos a la hora de identificarlos: despectivos, burlones, groseros, cobardes, soberbios... Vomitaban palabras ofensivas una tras otra.

A quienes aprovechan la desgracia para hacer bromas de mal gusto y lamentan que no hubiera alcanzado mayores dimensiones les decimos: es una pena que hayan perdido todo sentido de humanidad y utilicen las desgracias ajenas para ensañarse contra quienes las padecen. Sin ánimo de ofender a nadie, una de las significaciones de la palabra carroñero la aplica el diccionario a la persona que se aprovecha y disfruta de las desgracias de los demás.

A algunos les ha sentado bien el tornado. Han encontrado la excusa para cebarse contra el pago del parking e insultar como poseídos. Podemos decirles que ha sido gratuito durante 50 años y que ahora nos hemos visto obligados a recaudar unos ingresos porque no hemos encontrado otra salida. ¿Sabéis, vosotros que os amparáis en el anonimato, que el Santuario ya tenía una deuda de 400.000 € antes de sufrir los daños del tornado?

¿Os habéis detenido a pensar alguna vez lo que cuesta mantener una escolanía con su director, maestros de música, de instrumentos, organista y tres preceptores que cuidan de los niños las 24 horas del día?

La Basílica está abierta e iluminada 12 horas diarias. Los servicios se mantienen limpios y la mayor parte del día hay un recepcionista para atender a quién llega. Quizá no se os ha ocurrido que los más de ocho mil m2 de tejado, así como el mobiliario del edificio y los numerosos visitantes que suben requieren de personal de mantenimiento y de limpieza para acoger dignamente a los peregrinos, turistas y excursionistas.

Abundan los improperios y enfrentamientos tras las noticias digitales. Sin embargo no se reconoce que se puede visitar de forma gratuita el Jardín botánico, el museo, disfrutar del Centro de información, escuchar los cantos de los Blauets, visitar la Basílica y pasear por la colina de los misterios, escoltada por vistosos monumentos. En ojos de mirada más limpia seguramente estas cosas tomarían el relieve merecido.

A quienes dictamináis que el fenómeno atmosférico es un castigo de Dios os respondemos que los cristianos algo cultivados hace muchos años que hemos arrinconado estas ideas. Comprendemos que quien presume de escéptico acumule mucha ignorancia sobre el tema.

Hay quien aprovecha el suceso para dictaminar que Dios no existe y que la imagen del camarín no es más que un fraude. Sois libres de pensarlo, sin embargo, sin minusvalorar vuestro coeficiente intelectual, preferimos escuchar voces más lúcidas de la antigüedad y la actualidad que se encuentran en las antípodas. 

No contentos con sentenciar lo que es o no verdad, os atrevéis algunos a afirmar que esto de la fe es cosa de gente psicológicamente débil. Podría volverse el argumento al revés: quien no cree es porque su visión no supera el ras de tierra o porque a su conciencia le va mejor mirar a otro lado. Está claro que no siempre es así, pero la argumentación se puede girar como un calcetín.

Señores amigos de los insultos: si en alguna ocasión sufrís la furia de algún fenómeno de la naturaleza, la Congregación de los Misioneros de los SS. Corazones mantiene una Fundación llamada Concordia que, con la ayuda de mucha otra gente, quizás os pueda dar una mano. En nombre de ese Dios que no existe y gracias a personas ingenuas -ya es chocante- hay mucha gente que puede comer en Mallorca y fuera de la isla.

En todo caso, si subís a las montañas de Lluc seguiréis encontrando la Basílica y el entorno adecentados. También deberéis pagar el parking, es verdad. Lamentamos confesar que no hemos sabido encontrar otro modo de que la Institución centenaria de los Blauets pueda mantenerse
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