El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Vicios y virtudes del tiempo

(A propósito de un nuevo año)

El relevo del año suele acontecer entre alboroto, uvas y bailes.  La polvareda que levanta el nuevo año es tan considerable que requiere de un tiempo no irrelevante antes de posarse. Sin embargo, no hay que fiarse de las apariencias. La venida del año nuevo en medio de la noche no raramente provoca la nostalgia, marca un hito en el desvanecimiento de viejas utopías y hunde un poco más en el escepticismo o la amargura. 

El tiempo y sus virtudes 
En el ambiente de relevo se hacen más densos los pensamientos acerca del enigma o misterio que es el tiempo. De pronto uno se sorprende a sí mismo, absorto en la mesa de su escritorio o tumbado boca arriba, especulando sobre las peculiares, juguetonas y trágicas virtudes del tiempo. Que consisten, por ejemplo, en pintar canas a los adultos, ponerle pátina a las pinturas y cincelar arrugas en el rostro de los seres queridos. 

La situación resulta, pues, propicia para especular acerca de las funestas consecuencias que el tiempo encierra como en una semilla. O sobre el futuro desarrollo de sus promesas. Porque todo hay que decirlo: la continuada sucesión de los instantes no sólo se dedica a envejecer al personal, a oxidar las ilusiones y a apremiar a los deudores. También gusta de convertir a los pequeños en hombres hechos y derechos. Hace sabios a los ignorantes. Lleva a buen puerto ilusiones que culminan en el beso nupcial o en el birrete de graduación.

No está fuera de lugar la metáfora de considerar al nuevo año como un rollizo recién nacido. Que, por cierto, va a tener una vida breve: sólo trescientos sesenta y cinco días. Luego irá a parar al cementerio de años que debe existir en alguna parte. Nueva reflexión para abundar en el pensamiento de la caducidad inherente a cosas y personas. El hecho es que, cuando el pequeño hace su aparición, se estimulan los anhelos y las esperanzas de los seres humanos. Además, suele ser recibido con una calurosa y alborotada bienvenida.

¿Esperar o desesperar?
Hay quienes viven el transcurrir del tiempo con mal disimulada angustia. Como un patrimonio que se les va esfumando entre las manos con más prisa de la que desearan. Para ellos no sirve la acotación de que lo mismo puede decirse que tienen un año más que un año menos. Decididamente, experimentan de modo negativo lo que califican como  agresión de las horas y los días. Tienen un año menos y déjense los filósofos o los bromistas de aplicar paños calientes al cáncer del tiempo que engulle con voracidad cuanto halla a su paso. 

Sin embargo, también los hay que cargan con garbo los años sobre sus espaldas. Y no sólo porque su físico se mueve con agilidad, sino por cuanto intuyen que el tiempo les acerca a la meta y ésta les habla de plenitud. Al menos, desde la fe cristiana. Los brazos de Dios Padre esperan al caminante. Cuando llegue a término, con los pies doloridos y el alma vacilante, el Creador recogerá y revitalizará todas las sonrisas que esbozó a lo largo del camino. Ninguna de ellas se perderá.

¿Y el increyente? Difícil tarea la de darle consejos en este terreno. El tiempo acaba ganando todas las batallas y oxidando todas las esperanzas. Sólo cabe esperar la victoria llevando al contendiente al terreno que le resulta ajeno: la otra dimensión, la eternidad. 

Mientras tanto, pienso que lo mismo quien cultiva la fe como el que duda o la niega, debe sentirse obligado a vivir el tiempo con una mentalidad avara. En este caso, una sana y permitida avaricia. Es lastimoso comprobar los desperdicios que se hacen con las horas, los días y las semanas. Los crucigramas que ni siquiera se terminan engullen los instantes como un pozo sin fondo. Los capítulos interminables de las telenovelas sumen al individuo en el letargo. Las conversaciones estúpidas y sin sentido carcomen los minutos uno tras otro... 

Se pueden hacer multitud de cosas en la vida. Cabe revivir a Mozart escuchando su música y sumergirse gozosamente en el mundo ingrávido y sutil de la armonía total. Podemos penetrar en el alma de cualquier personaje viviente en el mundo de la literatura con solo abrir un libro... ¡Tantas cosas! Contando solo los momentos que deja libres el trabajo y la profesión.

Los primeros días del año punzan los sentimientos con más fuerza y precisión que el resto. A veces clavan espinas dolorosas obligando a revivir tragedias sucedidas a lo largo del año que se fue. Pero también abren a la esperanza. Muchos seres humanos ponen en pie sus expectativas. Puede suceder cualquier cosa. Como la vida de un recién nacido convoca todas las esperanzas y suscita innumerables ilusiones, así el año nuevo para quien no ha arrojado la toalla de la vida.

Un último párrafo para los ruegos de rigor. No obstante, y a pesar de todo, el año nuevo acarrea una buena dosis de esperanza en sus espaldas. ¿Por qué conformarse con que los próximos 365 días traigan cosas menos malas? ¡No, que las traigan buenas! No parece un refrán afortunado aquel que canta: "cualquier tiempo pasado fue mejor". ¿Acaso al hombre maduro o al anciano sólo les cabe hablar de "sus tiempos"...? Mientras se vive, uno tiene todo el derecho de llamar "mis tiempos" a los que discurren frente a él.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La estadía en Rwanda toca a su fin


Llevamos ya dos semanas en Rwanda, este minúsculo país perdido en la geografía de África. Ha habido diversas oportunidades de entrar en contacto con los nativos. Un contacto muy limitado porque la mayoría de la población no sabe más que el kinyarwanda, el idioma que ciertamente nosotros no hablamos. Mejor dicho, algunos compañeros que habían desarrollado su labor en el país por unos años sí que todavía lo recuerdan. 
Cuando encontramos a alguien por los corredores de los edificios nos despachamos con un Muraho y una sonrisa. Y la gente se encuentra con solo salir de la habitación. Caso de traspasar la puerta del recinto de la misión, le rodean a uno decenas de niños a poco que estire los músculos faciales a modo de sonrisa. Niños con sus vestidos hechos jirones y pegados al cuerpo desde muchos días atrás, de tallas inapropiadas. Dan la mano una y otra vez.
Los pequeños nos miran como nosotros miramos a las jirafas el día que nos trasladamos a la reserva de animales. Somos individuos exóticos, extrañamente blanqueados. Somos muzungu: blancos con dinero y de hábitos extraños. Los niños dan la mano una y otra vez. Sus ojazos hablan por sí solos. Se diría que esconden un trasfondo de indefinida melancolía.
Los kilómetros hechos en la camioneta nos dan una idea del paisaje y del modus vivendi de la población. Las casas, sencillísimas, pero ya con techo de zinc. Sus moradores deben trasladarse lejos para buscar el agua, tarea confiada a los niños. Entre casa y casa suele haber un trozo de terreno que sirve para subsistir. Plátanos, habichuelas, sorgo y algún otro vegetal. Pero no todo el mundo lo tiene.
Sólo algunos privilegiados de la calle principal disponen de luz eléctrica. La gente camina y camina por los senderos. Trasladan víveres, visitan amigos. Pasan las horas fuera de la casa cuya utilidad principal y casi única es la de cobijar el sueño. De ahí que el paso de la camioneta les resultara todo un acontecimiento y convocara a pequeños grupos que asomaban la nariz al pasar. Más aún cuando en la parte posterior viajaban blancos de pie.  Porque las personas de este color los ven normalmente montados en poderosos y elegantes vehículos.
Pocos son los que piden dinero. Una primera impresión es que tienen un talante tímido y pacífico. Cuesta entender que las mismas personas hayan protagonizado la masacre de 1994 y que sigan produciéndose situaciones de enorme violencia. 
Por entre la vegetación asoma la cabeza alguna antena de TV atada a un largo palo y perdida entre platanares. Unas pocas instituciones disponen de una antena parabólica. Así la misión. Por cierto vimos la victoria del Barcelona por cinco a cero uno de los domingos. Las emisoras de radio no se escuchan bien desde Kiziguro, algo mejor en Butare. Se entremezclan lenguas y canciones del país y de afuera.
En la capital Kigali empiezan a surgir algunos edificios destacados. Llama la atención la limpieza de las calles. Hasta vimos mujeres barriendo la carretera. Todo ello a golpe de decreto presidencial: ensuciar la calle, permitirse aliviar la vejiga o escupir en vías públicas reportan severos castigos, lo mismo que caminar descalzos. Un gobierno que no se aviene a medias tintas en este ni en otros muchos puntos.
En un desplazamiento vimos individuos vestidos de rosa en una camioneta. En otro fuimos testigos de un juicio popular. Una multitud reunida confrontaba o acusaba a los presos de nuevo ataviados con paños color de rosa. La sentencia puede costarles la vida. Cuentan que las cárceles son temibles. Por de pronto, si alguien no le lleva la comida al preso, éste muere de inanición.
Fundaciones y proyectos
Los colaboradores de Concordia, Fundación que patrocinan los misioneros SS. Corazones, tenían que conversar con los responsables del lugar. Les exhortaban a elaborar proyectos viables, a presentar justificantes. También visitaron los edificios y proyectos en marcha o finalizados. Sacaron fotos a los niños apadrinados y escucharon discursos de agradecimiento. El Sr. Florentino se emocionó cuando un campesino le regaló una gallina para gratificar los esfuerzos de la Fundación.
La pobreza de los pigmeos, los primeros habitantes del país, impactó particularmente a quienes los visitamos y observamos su modo primitivo de vida. Ni cocinas, ni letrinas, ni una mediana seguridad de que comerán cuando el estómago reclame apaciguar los jugos gástricos.
Visitamos el centro de salud de Rúkara cuya alma es Teresa Cánaves, religiosa de los SS. Corazones. Un centro modelo, muy bien organizado y limpio. Prueba palpable de que es factible casar la austeridad con un ambiente acogedor. Lleva a cabo una gran labor con los niños desnutridos, las parturientas, las curas de ambulatorio, las 500 personas a las que diariamente entregan retrovirales para que el sida frene su tarea devastadora. La excesiva fertilidad es todo un problema en uno de los países de más densa población del planeta.
El templo de Rukara mantiene entre sus paredes la memoria de terribles episodios. En el 1994 desbordó la sangre en su interior. Numerosas personas se habían refugiado en su interior tratando de huir de la persecución de otros conciudadanos. No se respetó el lugar. Granadas y machetes acabaron con numerosas vidas. Un misionero compañero estuvo escondido por horas en un platanar para salvar la vida. En la población hay un cementerio al aire libre -como es habitual en la cultura del país- donde oramos un rato frente a la tumba del primer congregante rwandés fallecido en accidente de tráfico: Gérard Karuranga.   
Punto final
Hemos seguido teniendo largas sesiones en torno a la mesa con el fin de preparar los encuentros previstos para Julio próximo. No siempre hemos asistido todos los convocados. Quien ha tenido que ir a conversar con los más jóvenes sobre asuntos de importancia, quien  les han dirigido los Ejercicios o les ha dirigido charlas. Imprevistos varios han frenado el trabajo.
Si la frase no fuera tan contradictoria, cabría decir que los contratiempos e imprevistos forman parte de la agenda diaria. Luego hemos tenido enormes dificultades con las conexiones. Imposible bajar o subir archivos. Con dificultad abríamos una web o mandábamos un correo, lo cual nos inquietaba porque había urgencias de billetes y visados que atender.  
Estuvimos unos días en la sede del noviciado en Butare. Nos enteramos de su organización y estilo de vida. Nos obsequiaron los protagonistas con unas representaciones de notable calidad. No obstante la falta de medios, salieron al estrado convenientemente ataviados y desenvolviéndose bien en la faceta histriónica.
No quisimos perdernos una visita guiada al parque Akagera donde divisamos jirafas, antílopes, babuinos, cebras y otros animales y aves pintorescos. En el lago sólo logramos adivinar las narices de unos hipopótamos sumergidos. Las jirafas fueron los animales más visibles obviamente, pero tampoco se escondían demasiado. Y caminaban con una elegancia que no parecía propia de una masa de carne de 1.500 kilos de promedio. Este día las máquinas digitales fueron objeto de una manifiesta explotación.   
El día anterior a la partida, el sábado 18, hubo la ordenación sacerdotal de Nikuze, un rwandés que acababa de regresar de R. Dominicana donde había realizado los estudios de teología. La ceremonia duró casi tres horas. La comida en si fue muy sencilla, pero la acompañaron bailes, discursos, cantos y poemas, lo cual alargó la fiesta unas cuantas horas.   
Escribo estas líneas media hora antes de salir hacia el aeropuerto de Kigali. Saldremos con tiempo porque es previsible que los policías nos paren un par de veces. También podríamos pinchar una rueda o sucedernos cualquier otro imprevisto. Aquí hay que prever lo imprevisible. Y encima no es seguro que emprendamos el vuelo a la hora señalada porque hay noticias de dificultades ocasionadas por la nieve en el aeropuerto de Amsterdam. Justamente donde tenemos que conectar con destino Madrid.

martes, 14 de diciembre de 2010

Impresiones y evocaciones desde Rwanda

Vista parcial del templo de Kiziguro (Rwanda)
Una vez dejadas atrás las sorpresas y sinsabores del viaje llegamos a la población de Kiziguro. Ocupa el centro de la población, sin que nadie ni nada se lo discuta, la misión que un día levantaron los PP. Blancos. Consta de Iglesia, habitaciones, establo, huertos y otras dependencias. Una vegetación agradable, aunque no muy tupida. Las numerosas colinas -le llaman el país de las mil colinas- no están muy pobladas de árboles, tal vez porque se levantan a una altura de 1.600 metros sobre el mar. Motivo también por el cual el calor, no obstante hallarse en pleno trópico, es muy soportable. Primavera perpetua.
La habitación que me han ofrecido es muy espaciosa, aunque apenas amueblada y con un baño que funciona a medias. Hay problemas de agua, aun cuando se han instalado varios depósitos de gran capacidad para recoger la de lluvia. Es que las vacas y las cabras parecen nunca saciadas.  

Me cuentan que la habitación en que duermo estaba destinada al Rey cuando había monarquía y visitaba el poblado. De lo cual hace apenas 50 años. También el obispo descansaba en ella cuando incursionaba por el lugar. Hay que agradecer los esfuerzos de nuestros anfitriones, pues incluso olía a pintura fresca. Cierto, dejaba que desear, pero no me quejo en absoluto. La austeridad es una virtud y compartirla en grado notable por unos días no hace mal a nadie. Al contrario, nos acerca a los pobres y a los que viven este ambiente a lo largo de toda la vida. Tampoco me sorprendía tanto, después de los doce años pasados en un barrio periférico de Sto. Domingo.    

La mesa del comedor y la del aula
Las comidas han sido abundantes. Bananas, habichuelas, arroz, cerveza casera, carne de vaca con mucha experiencia sobre sus cuernos… Comidas preparadas de modo exótico para nosotros, pero nada que decir. Si algo hay cultural en este mundo es la gastronomía. Resulta propio de ignorantes y provincianos dictaminar qué es más o menos comestible. Nos disculpábamos por no probar algunos bocados, como los insectos voladores que nos decían tener sabor a gamba, y los anfitriones lo entendían. Las frutas tropicales, por lo demás, muy deliciosas: plátanos, papayas, piñas, maracuyás…

Llegamos de noche y al día siguiente, dado que llevábamos retraso y no habían llegado todos los esperados, reorganizamos el horario. El objetivo apuntaba a conocer al máximo el país desde nuestros intereses. Por lo cual teníamos que visitar a algunas religiosas, a los Laicos misioneros, a los colaboradores de la Fundación Concordia patrocinada por la Congregación, las dos casas del Instituto… También queríamos saber datos sociológicos y políticos del país y del África en general, así como acerca del talante psicológico de sus habitantes. Y no queríamos perdernos una excursión a la reserva de animales. Luego las estrecheces del tiempo y las esperas inesperadas trastocaron el plan.

Por supuesto, la mayor inversión del tiempo iba a consistir en las sesiones de trabajo alrededor de la mesa. Nos propusimos como tarea perfilar la temática a debatir en el próximo capítulo para luego tomar decisiones y llegar a acuerdos bien pensados. Para lo cual era preciso examinar las aportaciones hechas por cada Delegación. Finalmente había que reunirse con el grupo de los congregantes más jóvenes que todavía no habían cumplido los diez años a partir de la profesión. Y los consejeros reunirnos con los componentes de la Delegación rwandesa.

Las sesiones de trabajo se alargan, aunque no siempre logramos comenzarlas cuando según el horario indicado. Los imprevistos -perdonen la contradicción- se diría que forman parte de la agenda del día. Andamos escasos de tiempo, entre otros motivos, por los retrasos de los viajes. También el avión del P. Amengual y los colaboradores de Concordia llegó tarde.

Aunque tratamos de imprimir poco en papel, a veces la obligación se impone. Estaba al corriente de que los virus hallan buen caldo de cultivo en las ordenadores rwandeses, así y todo no dejó de sorprenderme que saltaran del ordenador al pendrive y viceversa con gran gozo y no menor descaro. Ellos fueron los culpables de que una impresora instalada hubiera desaparecido sin más. Intentamos imprimir la hoja con varias impresoras sin éxito. Fuimos a una institución cercana y el éxito seguía sin sonreír. Hubo que viajar hasta la capital. Sin embargo, los móviles abundan y funcionan sin intermitencias.

El templo, los fieles y la liturgia
Participamos en algunas misas dominicales que superaban las dos horas. No hay prisa. Se dejan abundantes espacios de tiempo para el canto, las colectas, el sermón, los avisos… No nos enteramos de las lecturas y homilías porque todo se dice en kinyarwanda, la lengua del país. El francés lo hablan algunas personas más cultas. En los últimos años el inglés se impone con fuerza empujado por los nuevos gobernantes. Los funcionarios que hablan francés podrían tener nexos con el anterior gobierno. De modo que algunos lo conocen lo saben, pero hablan en inglés y exigen el english only.

Llaman poderosamente la atención los cantos larguísimos, con suaves cadencias y marcado ritmo que, sin embargo se solapa entre los sonidos. Cantos hermosos y melodiosos sin llegar a pegadizos. Algunos se acompañan con gestos que, de un momento a otro, se transforman en danza. Realmente elegantes los movimientos de brazos y manos, sobre todo por parte de las mujeres. Las palmadas abundan y los aplausos se desatan al levantar la hostia. Todo el mundo anda silencioso y recogido. Los niños no son excepción. Numerosos monaguillos/as rodean el altar.

En la misa primera de Kiziguro, a las 7:00 de la mañana -la gente no tiene pereza y se levanta con el alba- asisten unas 1.800 personas. Por supuesto, la secularización ha encontrado apenas brecha por donde colarse en Rwanda. La gente se apretuja en los bancos sin reparos. Como la mayoría  andan más bien escasos de carnes, la ya de por sí espaciosa nave multiplica su capacidad. Siempre cabe uno más en el banco.    

El templo fue construido previendo esta multitud. Es de ladrillos, muy sobrio, pero no reñido con la estética. Muchos fieles han debido caminar kilómetros hasta llegar al lugar. Lo cual ya deja suponer que los olores corporales de la multitud se entremezclan y conforman un ambiente peculiar. Me dicen quienes conocen el paño que se ha avanzado mucho en este punto, aunque la meta no se halla todavía al alcance de la mano.
Se alarga la crónica y habrá que poner punto final para no contravenir las reglas tácitas de este tipo de entradas. Pero seguiremos dándole al mazo.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Viaje al corazón de África


Los presagios no eran buenos. En el comedor del Colegio que la Congregación tiene en Madrid llegaban refunfuñando dos colaboradores de Concordia cuyo viaje a Camerún se frustró. Sólo llegaron a Casa Blanca (Marruecos). Regresaron sin maletas, tras haber pasado la noche en blanco, y tras pagar el billete de regreso del propio bolsillo. Ni con los euros en la mano se les concedió hotel. Y los empleados de la aerolínea, al avizorar una tropa de viajeros que se les venía encima consideraron que lo mejor era desaparecer de la circulación sin contemplar perjuicios ajenos.

Los dos interesados se desfogaban durante la comida en Madrid, donde justamente estábamos los que íbamos a viajar al día siguiente. Uno de sus temores no nos afectaba, es verdad. El de la recepción que iban a tener por parte de sus respectivas mujeres, que ya se habían mostrado muy reacias al viaje. No, no temían la violencia de género –del género femenino- pero sí otras represalias.

El grupo de los cuatro –yo viajaba con Antoni, Gaspar y Emilio- partimos al día siguiente, 3 de diciembre. Nos tocó en suerte (mejor, en desgracia) esperar  cuatro horas el avión en Barajas. El aparato llegaba tarde por problemas de nieve en aeropuertos del centro de Europa. El proyectado viaje a Amsterdam se dio, pero cuando llegamos ya el avión de conexión había ya emprendido el vuelo. Vueltas y más vueltas en el aeropuerto para saber nuestro destino. Les dimos a leer nuestra carta de embarque a unas máquinas de cuyas tripas salió una nueva ruta de viaje: al día siguiente nos llevarían a Bruselas y de allí a Kigali. En medio de todo, una desgracia asimilable. Algún anónimo funcionario había hecho bien su trabajo y la máquina apaciguaba la incertidumbre.

Naturalmente, la columna vertebral nos desaconsejaba dormir en el aeropuerto. Por otra parte, los eventuales merodeadores del lugar no eran todos de fiar. Así que seguimos dando vueltas para obtener el hotel al que -decía la agencia contactada telefónicamente- teníamos derecho. Llegamos al mismo tras esperar un buen rato el autobús en el frío y la nieve holandesa. Aquí nos tranquilizamos porque la habitación y la comida sobrepasaron nuestras expectativas. Por supuesto, no salimos del edificio por el frío del entorno y porque se hallaba en las afueras de la ciudad.

Pasar por este género de aventuras es mucho más llevadero si sucede en grupo. Hasta uno puede permitirse bromas y recordar anécdotas al hilo de los acontecimientos. Además, uno sabe inglés, el otro francés, el de más aquí aprendió de experiencias anteriores, mientras al de más allá se le descubre una especial maña para tratar con el personal de servicio sin descontrolarse cuando la tentación del denuesto ronda cerca.

Nos hallamos, pues, en Amsterdam. Nos montamos en el autobús hacia el aeropuerto para abordar el avión tras los controles policiales de rigor. Una vez en la cabina se nos comunica que también la nieve ha cubierto las pistas del aeropuerto de Bruselas y se requiere tiempo para ponerlo en condiciones. Anuncian dos horas de espera, con lo cual tampoco llegaremos a tiempo para la conexión hacia Kigali. Alguno insinúa que debiéramos contemplar el regreso a Madrid. Pero afortunadamente, antes de hurgar en la vena pesimista, partimos mucho antes de lo anunciado.

El viaje hacia Kigali fue bueno. Meritorias atenciones en el avión. Unas ocho horas de vuelo y llegamos a la capital de Rwanda. Perdíamos altura en vistas al aterrizaje, pero no aparecían las luces que suponíamos alumbrando las casas y la ciudad. Ya muy cerca de la pista reparamos en que sí estaban allá, aunque con luminiscencia muy mortecina. Ni siquiera opacaban el brillo de las estrellas.  

Una preocupación que no nos angustiaba era la de falta de visado de entrada al país. Lo habíamos pedido con suficiente antelación e insistido una y otra vez por internet, dado que no hay consulado rwandés en España. Encontramos la respuesta en el correo electrónico una vez ya instalados en casa. Pero no nos preocupaba el asunto porque sabíamos que lo inexcusable era el pago de la visa y no la visa en sí. Efectivamente, pasamos por taquilla sin mayores aprietos. Cierto que antes Gaspar se cuidó de ablandar al agente hablándole del personaje que viajaba en el grupo: que si Vicaire Général, que si Monsieur l’Évêque o algo por el estilo. Salimos incólumes, fuera cual fuera el efecto del breve discurso.

En tierra rwandesa
Ya en suelo rwandés, entrevimos al P. Petero detrás de la barrera. Venía a buscarnos. Deseábamos abrazarle, pero una de las maletas se retrasaba tozudamente augurando un final infeliz. Bien es verdad que el disgusto quedaba paliado por la alegría de reencontrar las otras maletas, algunas de las cuales contenían material para los rwandeses. De hecho ya en Madrid le había dado un beso a la mía en los que se me antojaba la frente de la maleta y me despedí por si acaso no volvía a reunirme con ella.

De todos modos nos faltaba una, justamente la que encerraba entre sus pliegues unos cuantos turrones y embutidos con los cuales teníamos intención de celebrar conjuntamente el “éxito” del viaje y hasta la proximidad de las navidades. Nos quedamos sin comestibles. Hicimos la correspondiente reclamación insistiendo en que estábamos desolés, aun cuando la señorita que nos atendía sólo hablaba inglés. Porque ahora, como es notorio, en Rwanda el francés sufre un desconsiderado arrinconamiento.  

Ya en la carretera, temperatura ideal, sobre todo para quienes veníamos de un entorno bajo cero. Nos sobraban los abrigos y jerseys. Saludamos a Petero que ya le había echado mano a la camioneta. Nos dispusimos a viajar un centenar de kilómetros hasta Kiziguro donde íbamos a pernoctar. Pero las bromas y comentarios se nos helaron en la garganta cuando de pronto, en mitad del camino, una piedra impactó contra el retrovisor y lo hizo añicos. Afortunadamente la pieza paró el golpe porque, de lo contrario, la víctima de los añicos habría sido la cabeza de nuestro anfitrión y conductor.

Un ruido espantoso, un susto morrocotudo y nada de parar la camioneta por si alguien pretendía que nos detuviéramos con la insana intención de atracarnos. En medio de la noche y en campo contrario no era cuestión de entablar batalla alguna.
Las impresiones sobre los desplazamientos, tareas y contactos que ya van cuajando, para una próxima entrega. 

jueves, 2 de diciembre de 2010

Adviento sigiloso


Discretamente, sin ruido, hace su entrada sigilosa el ciclo de adviento. En una sociedad escasamente religiosa, percibe su rumor sólo quien tiene las antenas prestas y no ha echado por la borda todas las inquietudes emparentadas con la fe cristiana. Inquietudes, por cierto, que ni la ciencia positiva ni la misma filosofía logran aquietar. Ambas se declaran insolventes frente a las últimas interpelaciones.
Las fechas festivas y los diversos ciclos del año no sobrevienen de improviso. El calendario se encarga de darles curso a su debido tiempo. Y es que a las fiestas y a los diversos momentos del año se les asigna la función de desperezar a la gente y  levantar la vista hacia el horizonte. Sugieren romper en pedazos la rutina y gozar de tantas maravillas a las que hábitos y costumbres van opacando con una gruesa costra
Hace falta un calendario, pero no para celebrar la fiesta porque toca, para cubrir el expediente. Todo lo contrario, para prepararla con gozo. Todo el mundo ojea un calendario colgado en alguna pared de la casa. También la Iglesia tiene su calendario o su ciclo litúrgico. Y éste inicia unas semanas antes que el civil.
Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Semana santa... Por cultura general, sino por otros motivos, a mucha gente le suenan estas expresiones. Marcan los distintos puntos de la reflexión, la predicación y las vivencias de los cristianos a lo largo del año.
El Adviento es un misterio de esperanza cristiana. Cada vez que nace un niño, ha dicho un poeta hindú, algo nos indica que Dios sigue confiando en los hombres. Pero adviento nos trae el anuncio de un niño reflejo de Dios, que luego será adolescente, joven y adulto. Un niño en el que Dios habita total y plenamente. El puede enseñarnos el camino porque es la Luz y la Vida. Cabe, pues, afirmar con rotundidad que Dios sigue confiando y esperando en los hombres.
Por el solo hecho de que nuestra tierra haya sido pisada por Jesús de Nazaret ya vale la pena vivir en ella, luchar y esperar. En Adviento recogemos a manos llenas, con avidez, toda esta esperanza. Épocas vendrán en que andemos más escasos de ella.
En el Adviento resuenan nítidamente las palabras de los viejos profetas anhelando que los lobos aprendan a convivir con los corderos. En efecto, existen hombres lobos, voraces, que delinquen sin escrúpulos, a costa del sufrimiento ajeno. Y hay hombres corderos, mansos chivitos que cuentan tan solo como platos aderezados para los banquetes de los poderosos.
Nuestro Adviento lo preside María, la que meditaba estas cosas en su corazón, la madre silente. Ella enseña que, en ocasiones, el silencio vale más que la palabra. Habla de recogimiento, de entrega generosa y anónima. Ella enseña a vivir grávidos de Dios. Impulsa a dar a luz lo mejor de nosotros mismos, lo que tenemos guardado muy adentro. Que no sale por temor, por cobardía, por pereza.
El Adviento es memoria del pasado, recuerdo de la venida física de Jesús, en nuestra carne. Pero también es compromiso para el presente: si el niño no mueve a compartir sus actitudes altruistas y honradas, si no empuja a asimilar sus criterios, de nada servirán finalmente los hermosos recuerdos.
Por lo demás, Adviento también apunta al futuro, al día en que se realice la utopía de los profetas. Cuando los lobos aprendan a convivir con los corderos y a las espadas se les asigne la función de los arados.
Hay cosas imperiosas en la vida. Como buscar el alimento de los hijos o un hogar para el próximo matrimonio. Urge reparar el frigorífero y darle una mano de pintura a la pared. Se trata de cosas que es preciso afrontar sin retraso. Hay otras que se pueden dejar para mañana y aparentemente todo sigue igual. Sin embargo, lo más urgente no suele coincidir con lo más importante.