El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 24 de julio de 2010

Un verano agitado


Los acontecimientos van amontonándose en este julio radiante. Finalizó la XXV Semana de Artajona sobre la Tercera Edad. Buen balance. Basta con enumerar los títulos de las conferencias para comprobar que sigue habiendo inquietudes y que los participantes no se dieron por desahuciados. Una charla: en la vejez seguirán dando fruto. La segunda: breves reflexiones sobre la jubilación. Tercera: cómo me gustaría envejecer. Y la última la dictó el más veterano del grupo, en el umbral de los 90 años. Pues se le ocurrió este encabezado al que harían bien en atender quienes denigran la vejez: vivencia de una ancianidad en plenitud.
Claro está que no todos los llamados fueron los escogidos a la hora de asistir. Pero repito que el balance no estuvo mal. Charlas, ambiente, power points… un buen legado para los congregantes y otros amigos que vamos a colgar de la web msscc.org
Otro acontecimiento que ha hecho vibrar a la gente: España ganó el mundial. La resonancia ha sido desorbitada a mi parecer. El día de la final hice el viaje Bilbao-Palma. En la ciudad de destino me topé con una multitud de automovilistas dándole al claxon y exhibiendo banderas en actitud intemperada. Todo ello en horas nocturnas. La satisfacción general daba a entender que cada uno de los manifestantes había metido el gol de marras.
Ah! Ya no se habla de la furia española, sino del talento de los jugadores y de la elegancia del juego. Para mí que tiene mucho que ver con los protagonistas del juego nada propensos a la furia y sí muy dotados para el garbo futbolístico. Y es que la espina dorsal del equipo la conformaban jugadores de procedencia catalana y/o que jugaban el Barça.
Mucho se ha hablado de Catalunya en estos días a propósito de diversas cuestiones políticas. Nadie protestó por la victoria siendo la mayoría de los futbolistas catalanes, poco representativos de la España nacionalista. Pero en cambio las protestas adquieren un volumen ensordecedor cuando simplemente Catalunya solicita que le dejen ser lo que es: un territorio diferenciado en lengua y cultura, y que no se la discrimine en la financiación, dado que aporta mucho más de lo que recibe. Pero este es un tema que tiene la entrada prohibida en cabezas blindadas para todo razonamiento. Son muchas, por cierto, y estimulan la desafección, mientras acumulan dificultades de todo tipo.  
Unidad sí, pero sin fagocitar al vecino. Unidad sí, pero sin pisotear la identidad de los demás. Todo el mundo tiene derecho a vivir con lo que la naturaleza le ha regalado. El catalán no se ha inventado para incordiar a los castellanos. Y si no hay lugar para el catalán, entonces…
Personalmente he pasado por unos días en que la espada de Damocles pendía sobre mi cabeza. He tenido que someterme a análisis y pruebas de todas clases. En la espera y al anochecer, en particular, el gusano de la turbación trataba de mordisquearme. Entonces se agolpaban en la mente los temas decisivos y permanentes: Dios, el por qué de la vida…
La visita al Doctor, una vez recogidos todos los exámenes, podía derrumbarme el futuro. Quizás, incluso, ponerme fecha de caducidad. Pero afortunadamente, no he tenido que lamentar un diagnóstico grave. Unas pastillas y parece que las aguas volverán a su cauce.
Los días que transcurrieron hasta la visita final -envueltos en una leve angustia-, suavizaron sus picotazos gracias a cuatro jornadas pasadas en un montículo situado muy cerca de una playa, la de Tuent, en la sierra norte de Mallorca. Un paisaje embelesador, una tranquilidad que no se experimenta en la ciudad, un cielo estrellado que invita a heterogéneos sentimientos: melancolía, exultación, acción de gracias, añoranza… Y todo ello salpicado con diálogos cordiales con el amigo que me acompañó y algún visitante que vino a darnos una mano.
El mar, el sol, la luz suave de los crepúsculos, los morados y violetas que se esconden tras las nubes al finalizar el día… Es curioso, me he encontrado buscando el adjetivo que más le convenía al paisaje, a las irisaciones del momento. Un calificativo para la mole rocosa que se levantaba ante nuestros ojos, otro para el olor que desprendían los pinos… y así siguiendo. Deben tener razón quienes sostienen que la capacidad de reflexionar depende en gran parte de la palabra y que, sin ella, se le cierran las puertas al pensamiento. Mucho más al de carácter filosófico.
Me estoy excediendo en la entrada de hoy. Me guardaré el comentario que quería hacer sobre lo leído en los días de sol y mar para la próxima. Diré simplemente que me zampé varios libros de Delibes, uno de Tolstoy y hasta tuve tiempo para dedicar la atención a unas páginas de Josep Pla. No suelo leer novela a lo largo del año, pero se presta hacerlo en lo alto de un montículo con la vista al mar cercano. Comentaré las lecturas en los próximos días.

martes, 13 de julio de 2010

Sensaciones veraniegas


El verano, todavía en sus inicios, me ha atrapado en un pueblecito navarro. Estoy en un antiguo seminario menor, un edificio de dimensiones descomunales.
Contemplo desde una habitación la mole del recinto amurallado del cerco (ss. XI-XII). Me refiero al pueblo de Artajona que, según dicen, llegó a ser Reino por un lapso de tiempo. Queda el antiguo esplendor de las torres remozadas y unas casas totalmente construidas en piedra. Los organismos encargados del patrimonio cuidan el conjunto con esmero. En particular conservan la Iglesia de S. Saturnino que, siglos atrás, tenía también asignada la función de defender a la población.
Instalado en un solemnísimo edificio coronado por cuatro torres, a un par de kilómetros del cerco, contemplo el panorama desde la ventana. De los trigales solo quedan los rastrojos. Pero el color amarillo estimula las sensaciones veraniegas que el invierno iba reclamando desde tiempo atrás.
Este es el escenario en que he residido unos días, pues el Instituto al que pertenezco -Misioneros SS. CC- aprovecha los numerosos e infrautilizados metros cuadrados del lugar para que, al menos una vez al año, cumplan una función. A lo largo de unos días se han desarrollado en este asentamiento reuniones varias y hasta una semana dedicada a la Tercera Edad.
Pero el tema que me inspira estas breves letras es el de las sensaciones veraniegas que serpentean por todo el cuerpo y que han explotado en el ambiente. El campo ondulado y amarillento, el cielo azulado y transparente, el sol que se desploma sin compasión, el bochorno pegado a las paredes de la casa…
Son sensaciones agradables, no obstante la incomodidad que puedan ocasionar. Cabalgando sobre ellas hacemos planes: tantos días en la playa o la montaña. Leeré un libro con el que me he encaprichado, viajaré y charlaré distendidamente con viejos amigos. Habrá tiempo para escuchar la música clásica que me traslada a parajes de éxtasis…
Al final del verano uno saca la cuenta y suele constatar que muchos planes quedaron abortados. También habrá que contar con prisas inoportunas y reconocer que la playa no cumplió con las expectativas. Pues el mar no nos acarició con sus suaves olas, sino que nos mordió con sus insidiosas mensajeras, las medusas. Quizás en el haber del verano haya que contar con alguna salmonelosis o sorpresiva insolación.
Lo cierto es que en los primeros días de julio las sensaciones veraniegas nos hacen soñar despiertos. El ambiente nos acuna y nos toma de la mano transportándonos por un firmamento virtual. Los ojos entreabiertos, el sopor de la siesta, las aves recorriendo la inmensidad azulada... Mentalmente paso revista a los buenos momentos que julio y agosto traerá consigo.
Lo que de verdad acontezca, ya se verá al final, porque, a la postre, el verano es como la vida en escala. El verano, como la vida, en ocasiones promete, pero no cumple. No vayamos a hacer moralina, que el aturdimiento del verano tampoco propicia la labor, pero ahí queda el apunte: en el verano y en la vida conviene aferrarse a Alguien en mayúscula que sí cumple. Tú eres mi roca y mi salvación, reza el salmo. Sí, también en verano, en la modorra de la siesta y en el sol esplendoroso del mediodía.

sábado, 3 de julio de 2010

Los fantasmas de la Tercera Edad


En la entrada anterior del blog aludía a una semana de formación permanente que tenía como tema la Tercera Edad. Al finalizar una serie de lecturas resumo a vuela pluma las ideas que me resultan más relevantes sobre este asunto. Los pensamientos que, a mi parecer, debieran permear la existencia del adulto mayor. Y más todavía, debieran asomarse a la vida de quien todavía se mueve, dirige y controla porque ni que decir tiene que la vejez llegará. Claro está, siempre que uno no muera antes, lo que tampoco suele considerarse recomendable.
1. Es necesario tomar conciencia de la edad con sus consiguientes limitaciones. Nada más esperpéntico que vestir pantalones ceñidos y coloridas prendas juveniles a deshora. Cabe exigirle al individuo un comportamiento acorde a su edad. No es el momento adecuado para vestir vaqueros ceñidos, ni para que la mujer ostente unos labios color rojo vivo, ni para que tome prestado el vocabulario de los adolescentes. La madurez psicológica exige hacerse cargo del contexto vital y social en que uno vive. Caso de ignorar este presupuesto uno queda expuesto constantemente al ridículo.
2. Hay que asimilar a fondo que, con la edad, se pierden habilidades y capacidades. Preciso es saber renunciar a cuanto uno ha llevado entre manos y no armarse de rencor al ser sustituido. No es cuestión de asimilar una supuesta marginación, sino de aceptar una ley de vida. El último en enterarse de que ya no se está en forma suele ser uno mismo. Cuando llega el momento de ceder el paso, no es de buen gusto hacer el boicot y mostrar despecho. ¿Ah sí? Pues ahí os quedáis, dice más de uno sin decirlo. Al fin y al cabo nadie es irreemplazable. Los seres humanos vienen muriéndose desde el paraíso terrenal y el mundo ha seguido rodando.
3. Quienes rodean a los mayores no aguantan que se les cuente una y otra vez anécdotas que un día acontecieron. Los mayores no deben obligar a los más jóvenes a mirar hacia atrás hasta provocarles tortícolis. Déjeselos mirar hacia adelante. No hable el anciano tanto de mis tiempos. Mientras uno vive, transcurren sus tiempos frente a él. Y si inevitablemente se le cierran unas puertas, nada impide que trate de abrir otras.  
4. No aporta ningún fruto adelantar mentalmente los males que pueden sobrevenir en el transcurso del tiempo. La mayoría de los males imaginados jamás llegan a concretarse. ¿Entonces? ¿Qué extraño placer masoquista conlleva pensar una y otra vez qué horrendos y numerosos achaques se cernirán sobre uno? En la misma línea, y para no abonar el terreno de la aprensión, no es aconsejable contar con pelos y señales las dolencias propias ni escuchar pacientemente las ajenas. Pues que de este modo acaba estimulándose el substrato hipocondríaco que quizás se halle latente.  
5. Mientras uno vive, viva de verdad. Nada de morir antes de morir. ¿Por qué despedirse de este mundo a los 70 si le van a enterrar a los 80? Hay que cultivar las inquietudes que se acoplen a las circunstancias: disfrutar un paisaje, leer buena literatura, escuchar música que revitalice los sentimientos dormidos. Sí, es bueno cultivar inquietudes realizables. Incluso está bien soñar un poco, mientras se tengan bien asentados los pies sobre la tierra. Uno debe elegir entre ser persona madura con un comportamiento patriarcal: tolerante, capaz de aconsejar y estimular, o convertirse en un viejo cascarrabias amargando la vida a todo el que le rodea.
6. Finalmente hay que esperar a que acontezca el final y baje el telón definitivo. Porque para que la vida sea completa es preciso que se sucedan todas las etapas, sin acelerarlas de modo insensato. Una vida segada antes de hora es una interrupción, un aborto que no ha llegado a su meta. Por eso es importante llegar hasta el término. Un final que completa, no un final que interrumpe: así hay que vivir la muerte. Y luego esperar confiadamente que ella se metamorfosee en un nuevo nacimiento. Ya el cuerpo no logra sostener al espíritu y éste necesita un espacio mayor. Exactamente como el seno materno no puede cobijar al feto y éste requiere de un espacio más amplio. El de los brazos de Dios Padre.