El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 24 de mayo de 2010

Gurús, nigromantes, echadores de cartas y personajes afines


Proliferan los gurús, los instructores o coachs, los echadores de carta, los parapsicólogos que curan casi todo. A algunos de ellos se les puede encontrar hasta altas horas de la madrugada parloteando desde algún canal de TV.
¿Por qué? Pues porque existe una necesidad de orden y de orientación en la vida cotidiana de la gente. ¿No existía antes tal vez? Desde luego que sí, pero se canalizaba por cauces tradicionales que hoy día son escasamente apreciados.
Lo que hoy llevan a cabo los profesionales de la autoayuda -o que así se hacen llamar- era patrimonio reservado a los representantes de la religión. Los directores espirituales, los presbíteros, los confesores…
Los antepasados sufrían traumas y se veían obligados a abordar difíciles problemas de diverso tipo, exactamente como nos pasa a nosotros hoy en día. Para superar los momentos más críticos se dirigían a la Iglesia y llamaban a sus puertas para afrontar la desgracia, para confesar los pecados o buscar pistas de salvación en el más allá.
La realidad de hoy en día ha variado. La sociedad -bien podría decirse que las sociedades occidentales- se caracterizan por una clara pluralidad religiosa. Han ido configurando esta nueva fisionomía los inmigrantes, el hecho de la multiculturalidad, los medios de comunicación…
Sobre todo ha sucedido que muchas personas que se confesaban católicos, ya fuera por convicción, tradición o inercia, se han desvinculado de la Iglesia. Unos por desencanto, otros por desacuerdo con determinadas líneas de moral, generalmente relativas a la sexualidad o la bioética.
También es cierto que los representantes jerárquicos de la Iglesia católica no han salido al encuentro de quienes iban alejándose, sino más bien lo contrario. Han condenado en bloque afirmaciones, actitudes y leyes. Han clamado contra el preservativo y la píldora.
Han organizado campañas radicales con los cuales una gran parte de los feligreses no han estado de acuerdo. Recuerden las comparaciones del holocausto con el aborto, la del lince en extinción que salía mejor parado que el niño abocado al aborto, etc. También han manifestado claras simpatías por algún bando político en detrimento de su contrario.
Ahora bien, no sintonizar con la Iglesia no significa que uno deje de tener necesidades espirituales. De ahí que de pronto hagan su aparición nuevos sacerdotes, gurús, echadores de cartas, nigromantes, chamanes, adivinadores y magos de toda especie. También surgen acá y allá terapeutas que usan piedrecitas de colores varios o recurren a la música y a muchos otros ámbitos.
No dudo que algunos actúen con la mejor intención y que no todos se dediquen a engañar al personal. Lástima que el conjunto se apoye en un descarnado individualismo donde la dimensión social está del todo ausente. Ellos suelen hablar de paz interior, de equilibrio, de karma y de alterar el estado de la conciencia. ¿Y el clima social? ¿Y la política que afecta incluso a la cesta de la compra?
Aun remando contra corriente me atrevería a decir que los acompañantes tradicionales y clásicos, los directores espirituales o como se los quiera llamar, tienen algo que decir. Ellos siguen las huellas de dos milenios en los que unas personas han reflexionado sobre las necesidades del espíritu y acerca de cómo superar las mil asechanzas que nos rodean.
Todo este acervo se ha concentrado y refinado a lo largo de cientos de años en los desiertos y en la ciudad, en los templos y en las familias. No puede ser que de pronto deje de tener toda validez y haya que acudir a quienes pretenden leer los astros, las líneas de las manos o los signos de las cartas. Algo tendremos que hacer para recuperar la autoridad que otorgan los siglos y el camino recorrido.

jueves, 13 de mayo de 2010

Perder poder, ganar autoridad

No es recomendable que las jerarquías eclesiásticas perfilen el oído hacia los encomios y palmas -¿adulaciones tal vez?- de los devotos cristianos que les vitorean.

No es aconsejable sumirse en un estado depresivo por las muchas críticas, burlas y hasta insultos que con frecuencia transitan por las páginas y las ondas de los medios de comunicación contra valores y símbolos cristianos.

Sí será saludable y provechoso hacer una sana y sabia autocrítica. Hay muchos feligreses que aman a su Iglesia y desean verla vestida de evangelio. A estos hay que escuchar y no propinarles un manotazo para acomodar el pabellón de la oreja en dirección a las lisonjas.

De otro modo la Iglesia seguirá -seguiremos- perdiendo poder, lo cual es justo y necesario. Pero también seguirá y seguiremos perdiendo autoridad moral, lo cual resultará nefasto para la evangelización.

Jesús no tenía el menor poder, pero gozaba de una enorme autoridad. Este es el camino. Por ahí hay que explorar nuevos senderos. Nada de añorar el poder. Todos los esfuerzos posibles para ganar en autoridad moral.

La autocrítica exige reconocer que el testimonio personal anda renqueante, invita a despojarse de extraños atuendos y a liberarse de fijaciones varias.

Urge una tal actitud porque de lo contrario nuestras denuncias acerca de que un buen número de personajes y personajillos se dedican a la tarea de erosionar la Iglesia serán tildadas como excusas de mal pagador.

Nada más insensato que inventarse conspiraciones y conciliábulos, pero tantos refritos sobre la pederastia en la prensa, en ocasiones de muchos lustros atrás, no dejan de sugerir que existe interés en erosionar la autoridad moral, cultural y educativa de que la Iglesia ha gozado. Y se apunta más allá de la Iglesia, el objetivo último pretende desprestigiar los valores propios de la fe cristiana.

Es así. A muchos les estorban los valores cristianos y se proponen cambiar las etiquetas. Nada de fraternidad ni caridad. Mejor referirse a la solidaridad. En cuanto al amor… quedémonos con “hacer el amor”. Y luego cabría analizar lo que le ha sucedido al perdón, al símbolo de la cruz, al concepto de sacrificio, a estas desgastadas letras que conforman la palabra “pecado”.

Quienes se sienten molestos e incómodos ante los valores cristianos adoptan la vieja estrategia de reducirla al ámbito privado.

Una severa autocrítica de la propia conducta, un deseo sincero de soltar las amarras del poder y una escucha de las interpelaciones surgidas en el mismo seno de la Iglesia pueden hacernos más creíbles y ayudarnos a aligerar el peso del equipaje.

lunes, 3 de mayo de 2010

Cuando la imagen manda

Un extraño virus que afecta la visión de los seres humanos suele impedir ver las cosas con nitidez. Sucede entonces aquello tan manido de que “las apariencias engañan”. De pronto le da al votante por elegir al señor más elegante de acuerdo a la foto del cartel electoral. O queda deslumbrado por el estilo de vida que lleva la actriz, cuyos méritos residen mayormente en la habilidad de recortar la falda frente a la cámara.

Quizás nuestro protagonista de vista turbia compra sus prendas de vestir porque la marca resulta muy visible. O visita con asiduidad el gimnasio para impresionar al interlocutor con su musculatura. O invierte una fortuna en cosméticos, pastillas adelgazantes y cremas antiarrugas.

Las apariencias engañan y siguen engañando. Importa, por encima de otros valores, lo que se ve, lo que se dice, lo que tiene cabida en las tertulias de los famosos o de la gente bien. Si aparece en el televisor y si vende mucho, será que importa, razonan los tales.

Engañan las apariencias cuando uno se dispone a leer el último bestseller, no obstante carezca de todo valor literario. Y cuando se le otorga el título de doctor universitario a un señor porque le sabe dar con acierto al balón. Engañan cuando se escucha al famoso aunque diga solemnes tonterías o auténticos disparates. Porque no se para mientes en los contenidos, sino en quien los dice. No importa qué dijo, sino quién lo dijo.


En este sentido cabría reseñar anécdotas dignas del guinnes. Ideas o razonamientos que personas medianamente inteligentes han dicho mil veces, adquieren un resplandor deslumbrante cuando salen de la boca de un famoso. O peor, porque las ha dicho el famoso adquieren patente de circulación.

La dictadura de la imagen

¿Habrá que atribuir estos sucesos al hecho de que vivimos en la sociedad de la imagen, donde ésta se ha entronizado como reina y señora? Lo que no entra por los ojos, al parecer, no existe, no es tomado en consideración.

De modo que hay que favorecer, por encima de cualquier otra cosa, la imagen que se proyecta en el público. La cosa no vale sólo para el electrodoméstico o el automóvil, sino también -quizás en mayor medida- para la persona. En consecuencia el político, la presentadora, el líder religioso, la directora de la empresa, el empleado, la viocepresidenta del sindicato están obligados a cuidar su figura con esmero. Y si hay que dar algún manotazo para conseguir un hueco en las revistas sociales, junto a la farándula, pues se hace sin escrúpulos.

¿Los negocios andan encallados? ¡Hay que buscar un cambio de imagen! Puede que el político venda fantasías, que la locutora no suelte más que mediocridades y que el lider religioso ande huérfano de espiritualidad. Importa la imagen. En cuanto mejore ésta, el mensaje será más apreciado. Y si hay negocio por medio, sacará mayor rentabilidad. Hay que cuidar el escaparate.

Sigue deslumbrando la apariencia y seduciendo la purpurina. En el fondo uno lo intuye, pero resulta muy difícil sustraerse al ambiente y a la sugestión colectiva. Felizmente cabe, también hoy, hojear las páginas de la biblia y leer que “el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.

El físico degenera inevitablemente con el paso del tiempo. El corazón -algo más que los músculos cardíacos- es capaz de permanecer en plena lozanía. Pero habrá que cuidar este centro interior y mantenerlo en actitud crítica frente a los desmanes y enfermedades de la vista. No vaya a sufrir el contagio de las apariencias.

La batalla contra el imperio de la imagen se prevé larga y dura. Es que a las arrugas, el pelo y el vestido, se les recicla y saca brillo con más facilidad que a los sentimientos y las opciones profundas. Como sea, y por fortuna, siempre habrá personas que mirarán con ojos claros porque las cosas más importantes de la vida -como afirmaba el principito- no se ven con los ojos, sino con el corazón.