El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 18 de junio de 2009

Tareas y rutinas (y 2)


En el artículo precedente me refería a las tareas rutinarias que en el transcurso del año me ocupaban a lo largo del día y que me obligaban a llevar una vida fuertemente sedentaria. Una vida inclinada sobre la pantalla del ordenador. También aludía a algunas escapatorias con las que trataba de sobreponerme al eventual desánimo.

Sin embargo, incluso la mayor parte de dichas escapatorias tienen lugar en el ordenador que utilizo para el trabajo. Si alguna vez veo una película es en la pantalla. Si repaso el francés, es en el ordenador. Contabilizo esta actividad como un hobby porque hoy día es una gozada sumergirse en el aprendizaje de los idiomas gracias a internet. El material es excelente y abundante.

Si escucho música, las notas suenan a través de los altavoces, esos periféricos del ordenador. Y a fe que la escucho en abundancia mientras trabajo en diversos temas. Schubert, Mozart, Smetana, Beethoven, Chopin y otros muchos compositores son compañeros de trabajo cuyos pliegues melódicos me son familiares y que armonizan la habitación.

Recurro al You Tube de vez en cuando porque me encanta ver a unos centímetros los rostros de cantantes que jamás creí podría contemplar: Ll. Llach, F. Hardy, A. Celentano… El milagro de la técnica me permite observar de cerca a grandes directores de orquesta del pasado con solo escribir un nombre en la ventanilla del buscador.

Me comunico con los amigos de cerca y de lejos a través del correo electrónico. En ocasiones les llamo por teléfono con la ayuda del Skype que abarata los costos muy considerablemente. Aprovecho Picasa para colgar fotos en la red y ofrecérselas a la familia y los amigos.

Leo mayormente los periódicos en internet. Con lo cual puedo brincar de Roma a Washingotn o de Barcelona a S. Juan de P. Rico para viajar al momento, si me apetece, donde se cocinó la noticia y así saborearla en su propia salsa.

Pero como, al fin y al cabo, estas escapadas, siguen siendo virtuales, pues trato de ir al parque que se levanta enfrente de mi casa. Se trata de un recinto bien cuidado y con vegetación agradable. Quien mueve las piernas mueve el corazón, decía un refrán de carácter médico. Llevo conmigo, enchufado al pabellón de la oreja un mp3. Gracias a lo cual paseo sin aburrirme y, de paso, me sumerjo en un mundo distante y distinto: el clima que novelistas y escritores saben recrear.

He escuchado a Voltaire, Cervantes, Pardo Bazán, Benedetti, Maragall, Yourcenar…… De pronto he accedido a obras que ya había descartado definitivamente. Ello gracias a este artilugio mágico y extraordinariamente útil. La belleza de la música y de las situaciones recreadas por los escritores -elucubro en ocasiones- no debe estar tan lejos de la experiencia mística.

Carencias y ventajas

La literatura, la música, la escritura… estupendo. Pero yo, que puedo pasarme días en silencio sin echar de menos a un interlocutor, también lo necesito cuando agoto las reservas. Echo de menos el diálogo tú a tú. Necesito conversar con personas que vivan otros ambientes, que tengan experiencias diversas porque el intercambio en la diferencia enriquece. De otro modo el panorama se torna unidimensional.

Echo igualmente de menos la dimensión pastoral que es inexistente para mí desde hace unos años y que, poco o mucho, siempre había ejercido. Recuerdo con ganas momentos de conversación espontánea sobre problemas o gozos de quienes se manifiestan con total espontaneidad, sin tapujos. Por cierto en el Caribe este modo de ser es mucho más común.

Resulta de gran satisfacción poder dar un consejo, compartir las dudas ajenas, vibrar al unísono en el problema que afecta al otro. Escuchar sobre el conflicto matrimonial, el abuelo que se fue, un amor que entró en crisis… todo ello ayuda a vivir con mayor intensidad. Y llega a los oídos de quien escucha desde diversas sensibilidades: hombres y mujeres, viejos, adultos, jóvenes…

Sí, también siento la carencia de poder compartir la pobreza de un hogar, de tratar de ayudar a los habitantes de la casa con el afecto y quizás con alguna pequeña suma de dinero que llegó gracias a algún servicio extraordinario. Lo hacía en parajes de República Dominicana.

Recuerdo las clases de teología que me ocuparon desde muy joven. En realidad quedé un tanto saturado de desarrollar temas y más temas frente a los alumnos. No obstante, en algún momento vuelve a mí la nostalgia de explicar de nuevo mi visión de Dios, del más allá, del Jesús de la historia…

Y es que en las circunstancias de la actividad pastoral, de la docencia y la conversación distendida la vida se manifiesta como es. No es necesario espiarla desde lejos, a través de sofisticados anteojos. Su aroma se hace presente sin rebuscar entre complejas esencias artificiales ni echar mano de complicados filtros. Uno se acerca a los problemas que inquietan a la gente y experimenta las cuitas comunes a los demás mortales.

Cierto que cada escenario tiene su pro y su contra. Mi ventaja es que dispongo de un buen margen a la hora de trazar mi horario. Puedo trabajar con el ordenador en cualquier lugar del mundo siempre y cuando tenga una conexión a internet. Me da igual la habitación de Madrid que la casa parroquial de P. Rico, el Santuario de Lluc o la casa de formación de Yaoundé.

Vuelvo a enlazar con la intención original del artículo. En P. Rico rompí con las rutinas. Ya estoy de nuevo en Madrid, pero tengo muy vivas en la mente las imágenes de aquellos días. Una parroquia, la de la Sma. Trinidad de Levittown, que ofrece oportunidades múltiples para el diálogo pastoral. Un entorno cercano, colaborador y afectuoso. He visto amigos de tiempos atrás. Me he paseado con el carrito por el supermercado.

También he visitado y sentado a la mesa con otros compañeros de Congregación. He celebrado diariamente la Eucaristía con un nutrido grupo de gente. Y los domingos cuatro, con sus homilías respectivas. Lo cual le deja a uno rendido porque, además, entre una y otra celebración, hay gente que saluda, pregunta o pide una cita. Al final del día uno acaba exhausto, pero íntimamente satisfecho. El trabajo ha resultado gratificante.

Estas circunstancias han sido significativas para mí, que leo periódicos y comentarios digitales. Estoy por decir que en la mayoría de los periódicos y sitios web radicados en España el tema religioso hace su aparición detrás de titulares hostiles. Y los comentarios de los cibernautas suelen manifestar abierta desafección y hasta ponzoñosos sentimientos. ¿De donde tanta virulencia? El tema merece largos párrafos y espero tener ocasión de exponerlo.

Por ahora me basta decir que en P. Rico no se respira un ambiente tan contrario. Al menos no está extendido en tal grado. El personal va o no va a la Iglesia, pero ello no le impide saludar al sacerdote y dialogar tranquilamente con él si así se tercia. Más aún, en ocasiones la persona no creyente no duda en buscar la opinión del párroco.

De nuevo entre las cuatro pareces de mi habitación. En el próximo futuro trataré de encauzar mis escapadas hacia la pastoral. Cuando una puerta se cierra, hay que abrir la de al lado. Y nada más nefasto que dedicarse a lamer las heridas propias. El papel de víctima ni es útil para los demás, ni saludable para la propia salud mental. Más aún, puede derivar en auténticas psicopatías.

¿Qué tiene que ver la vida religiosa con este panorama? Desde luego no se sitúa en la vanguardia, ni mucho menos. Me consuela saber que también las fuerzas de retaguardia son necesarias para salir al encuentro de quienes luchan cuerpo a cuerpo. ¿Falso consuelo? La vida me ha conducido hasta aquí sin yo pretenderlo. Alguien tiene que realizar la tarea. Por lo demás, los vericuetos que nos depara la existencia resultan difíciles de analizar y enjuiciar. Uno acaba sumergido en la perplejidad, sin saber qué es mejor y qué es peor. Veremos qué nos proporciona el futuro. En lenguaje más religioso: habrá que estar atentos a los signos de los tiempos.

domingo, 7 de junio de 2009

Tareas y rutinas (1)

Falta muy poco para que finalice mi estancia de un mes en P. Rico. Aprovecharé las líneas de este artículo para hablar desde una perspectiva más personal y cotejar mis tareas en Madrid y las que me ha ofrecido este mes caribeño. Al fin y al cabo el novedoso género del blog no sólo permite estas incursiones, sino que incluso las agradece. No casa con el blog el ademán hierático y solemne, sino más bien el relato cómplice.

En Madrid tengo una habitación situada en un corredor más bien opaco. El espacio de la misma me sirve de oficina y de alcoba. En la mesa de trabajo yace un ordenador portátil con dos pantallas para mejor manejarme en el trajín informático.

Cada día, más o menos desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche me encuentran sentado en la silla y frente a la pantalla. Con algunas pausas, claro, tampoco vamos a exagerar la nota.

No me desagrada el trabajo que converge inevitablemente en el teclado, aunque tiene muy distintos aspectos y particularidades. Uso el email para saber noticias de la Congregación, pues me encargo de un boletín (Noticias de familia) que debo rellenar periódicamente. Cuando llega el momento tengo que redactar las páginas del mismo, ilustrarlo con fotos, pasarlo a pdf, etc. La redacción y la diagramación es lo que más me atrae de la tarea.

Con frecuencia me llaman los de Fundación Concordia, que trabajan en la otra punta del corredor, para redactar noticias, informes, traducir al catalán o al francés o también para poner al día la web que figura en la red de redes. Estoy organizando traducciones de documentos congregacionales porque abundan los ingresos de los francófonos y hay algún que otro anglófono.

Mi oficio de Vicario General me lleva a preocuparme de la documentación de quienes van a viajar, sobre todo de los estudiantes que se trasladan de uno a otro continente. En consecuencia me toca recordar a los interesados sus obligaciones, esperar respuestas, resignarme, desesperarme por la lentitud de las gestiones de los afectados o de los organismos oficiales…

Debo dar un toque de atención a los formadores para que envíen en su momento los cuestionarios de los estudiantes y los informes periódicos de quienes solicitan la profesión. Trabajo ingrato porque tal parece que en ocasiones tales recordatorios no son bienvenidos. Y no siempre los traducen a la práctica. Y si algún error ha habido o algún papel se ha extraviado indudablemente la culpa apunta como un mísil hacia el Secretario o Vicario General. Tarea enojosa la de escribir emails, muchos de los cuales nunca regresan con la respuesta en el dorso. Hay que solicitar, pedir y hasta mendigar.

Son gajes del oficio. No hay otra medicina a disposición a parte de la resignación. Como el mecánico se ensucia de grasa y al taxista le duelen las posaderas, mi trabajo -he llegado a asimilarlo- conlleva cerrar un ojo ante los silencios inadvertidos o calculados. El personal tiene mucho trabajo, aunque no se le ocurre recortar las visitas a los amigos, sino más bien lamentar las peticiones que les hacen los superiores….

Parte de mi tarea consiste también en ordenar archivos, rescatar papeles viejos, escanear revistas que están por extinguirse y rescatarlas colgándolas en la red.

Desde que me levanto hasta que me acuesto todo está reglamentado. La capilla, el desayuno… Los cocineros preparan puntualmente la comida. No queda margen para la elección ni para las sugerencias. Esto de pasear el carrito por el supermercado y detenerse en los estantes es un deseo inasequible en mis circunstancias. Con lo cual la vida se distancia un tanto de las cuitas comunes de los demás mortales. Todo transcurre por los cauces previstos. En cuanto a los colegas de trabajo, se trata de un capítulo sensible que merece tratamiento aparte y quizás aborde algún día.

Mis escapatorias

Tengo mis escapatorias, claro está. O si se prefiere, echo mano de algunos recursos para resarcirme del carácter unidimensional de mis labores. Mi tarea como Vicario de la Congregación me lleva a viajar por España y hasta en ocasiones por el extranjero a fin de llenar un vacío temporal o para desempeñar alguna tarea puntual. Es saludable oxigenarse y ausentarse de los metros cuadrados cobijados por las paredes y el techo de la habitación.

Mantengo un blog -el que el lector descifra al otro lado de la pantalla- donde escribo mis impresiones. En él queda plasmado lo que pienso en el transcurrir de los días, comento algunas situaciones que ocurren en la sociedad, los titulares de la prensa, sin desdeñar algún que otro acontecimiento que me afecta más de cerca. El blog ha sido la materia prima que ha servido para entablar diálogos con amigos a través del mundo: República Dominicana, Puerto Rico, Barcelona, Arizona, Tampa…

Considero que el blog obliga a clarificar ideas, sentimientos y emociones. Es decir, ayuda a vivir con más densidad y conocimiento de causa. Gracias a él se emancipa uno de la bruma en la que el sujeto suele moverse y hasta envolverse.

El blog tiene la virtud de obligar a las ideas a descender a fin de que se posen debidamente, como también la de mirar los sentimientos al trasluz y así disponer de ambas cosas a la hora enriquecer la charla o vitalizar los párrafos que la página va cargando sobre su lomo. A propósito, sigo escribiendo en la revista “Amigo del Hogar” de República Dominicana. En ocasiones unas religiosas me solicitan algún que otro artículo.

Aunque tengo mis reticencias con el facebook, sin embargo me he registrado en esta gigantesca web que arrasa entre los más jóvenes. Facebook es un medio que invita a la frivolidad y a la dispersión, si bien lo decisivo es el provecho que cada uno le saca de las herramientas que maneja. Toda herramientas es susceptible de ser correcta o incorrectamente manejada.

Los párrafos se me han ido alargando como suele suceder. Pero no conviene abusar de la paciencia del eventual lector. De modo que voy a echar el cierre por ahora y seguiré con mis escapatorias, mi uso del internet, mis añoranzas de antiguos trabajos en el próximo artículo. Y también compararé mi tarea habitual con la del mes que acabo de pasar en P. Rico. Este era el objetivo inicial. Naturalmente, habrá que referirse a la tarea que llevo entre manos en el marco y las expectativas de la vida religiosa. Dentro de unos diez días, para seguir el ritmo habitual, volveré a la carga. Que lo pasen bien.